
Escribe: José Ignacio de Romaña, director en IPCH
La física es irrebatible: los péndulos se balancean de un lado al otro, al igual que los ciclos de la historia, se repiten una y otra vez, balanceando el sistema de un extremo al otro.
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Después de un periodo en que el Foro de São Paulo y su plan de dominación regional perdió peso, en gran medida gracias a las acertadas decisiones del presidente Donald Trump de cortarle el financiamiento desmedido a USAID, al pedido de iniciar investigaciones al financista progre George Soros, y al poner 50 millones de dólares a la cabeza de Nicolás Maduro; la maquinaria destructiva de la izquierda se queda sin combustible.

La democracia florece en el continente, con la elección de Javier Milei en Argentina, Rodrigo Paz en Bolivia, Daniel Noboa en Ecuador, el contundente triunfo de José Antonio Kast en Chile y, si bien prematuro, el alentador liderazgo de dos candidatos de derecha para las próximas elecciones en Perú.
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La física se cumple, el péndulo retorna y tenemos una oportunidad histórica con líderes que profesan como principio fundamental la libertad del ser humano, la mínima intervención del Estado y el libre mercado.
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¿Qué mayor libre mercado podría existir si Sudamérica apuntase a ser un continente de fronteras comerciales abiertas, apuntar a que cada uno se enfoque en lo suyo, uniformizar aranceles y dejar que las mercaderías circulen sin cargar impuestos ni tasas, para que sea el mercado el que decida?
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¡Qué oportunidad tenemos para organizarnos como continente y trabajar en ponerle las venas necesarias para que la sangre fluya entre nuestras naciones! Esas venas representan grandes obras de infraestructura que encenderían la mecha de un enorme potencial de progreso continental. Obras de infraestructura que permitirán llevar una mejor educación a cada rincón del territorio, generando un círculo virtuoso, atrayendo la inversión privada, que está demostrado ser, junto con la libertad individual, la forma más sólida de traer progreso a las naciones.
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Contamos con todo lo necesario: energía limpia, vastas reservas minerales, normas de libre comercio, y lo más importante, una población con ganas de progresar. Solo se requiere del liderazgo y la visión de largo plazo. El Perú y el continente pueden dar un paso gigante hacia la industrialización de nuestras materias primas, generando un cúmulo de puestos de trabajo y multiplicando el valor de nuestros insumos.
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Europa hoy lo tiene. A pesar de hablar 24 lenguas distintas y haber cargado con las cicatrices de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, hoy goza de una moneda común y fronteras abiertas, posible en gran medida por estar bien conectados por una red de trenes, carreteras y un objetivo común.
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Nosotros, los hispanoamericanos, tenemos muchísimas menos barreras históricas y lingüísticas para hacer un cuerpo común. Todo empieza por la visión, el liderazgo, y más que teorías y parlamentos inoperativos, se necesitan obras de infraestructura que nos unan como un solo cuerpo. Lo demás fluye de manera natural.
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Es ahora cuando se debe pensar más allá de las fronteras y proponer el gran tren de la unión latinoamericana, planificar un continente para los próximos 50 años y permitir que fluya el comercio entre nuestras naciones, con una logística competitiva de clase mundial.
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Hay que preparar al continente para competir con el turismo europeo, que hoy recibe más de 740 millones de visitantes, mientras Sudamérica apenas supera los 40 millones de turistas al año. El Perú podría ser el punto de inicio de un turismo continental, como lo es Madrid como hub para las llegadas a Europa.
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Un tren que una Caracas con Buenos Aires, un tren que una São Paulo con el océano Pacífico. Es momento de dejar de ser el continente despensa del mundo para transformarnos en un continente que señale el rumbo a nivel mundial.
Esta ventana de presidentes con convicción de libre mercado es la oportunidad necesaria para que el péndulo desafíe las leyes de la física y quede sujeto en una sólida columna de progreso continental.







