
Escribe: Sandro Denegri, Chief Data Officer de Mibanco
En noviembre pasado se cumplieron 85 años del estreno de Fantasía, el tercer largometraje de Disney. Dentro de la película, el segmento más famoso es El aprendiz de brujo, donde Mickey, un joven hechicero impaciente por dominar los poderes de su maestro, invoca fuerzas que no comprende. Al dar vida a una escoba para que limpie por él, desata una catástrofe: la escoba no se detiene, se multiplica, inunda la habitación y el aprendiz, incapaz de revertir el hechizo, queda a merced de su propia creación. Solo el regreso del maestro restablece el orden (*).
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Esta animación, más allá de su valor artístico, es una advertencia para las empresas —y la sociedad— respecto a la inteligencia artificial (IA). A diferencia de revoluciones anteriores como la agricultura, la electricidad o Internet, la IA no es una herramienta pasiva. Es una tecnología activa que aprende, infiere y toma decisiones autónomas. En el mundo empresarial, esto se traduce en sistemas capaces de optimizar procesos, detectar fraudes y personalizar servicios, pero también en riesgos de sesgos, errores y pérdida de control si no se gestiona adecuadamente.

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Este potencial de autonomía convierte a los científicos de datos en los nuevos “hechiceros” del siglo XXI. Su labor no se limita al diseño técnico, sino que implica una responsabilidad ética y estratégica: definir con precisión el objetivo de la IA, alimentarla con datos adecuados y establecer mecanismos de supervisión. Un objetivo mal formulado o un conjunto de datos sesgado puede derivar en decisiones incomprensibles o incluso peligrosas, especialmente cuando los modelos avanzados operan en niveles de complejidad que superan nuestra capacidad de interpretación.
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El gobierno de la IA debe ser una prioridad estratégica para las empresas. Integrar principios éticos, mecanismos de supervisión y cumplimiento normativo desde el diseño es esencial para evitar consecuencias negativas y aprovechar el potencial económico de la IA.
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La historia de El aprendiz de brujo no es solo una fábula: es una advertencia. Si no asumimos el rol de maestros desde el inicio, corremos el riesgo de ser arrastrados por una inteligencia que, aunque creada por nosotros, ya no nos obedece. La IA no es una herramienta más; es la puerta de entrada a una inteligencia no humana y, sobre todo, a una nueva forma de voluntad. Y como tal, exige gobierno, conciencia y sabiduría.
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Las organizaciones deben asumir desde hoy el compromiso de diseñar sistemas de IA responsables y transparentes, invirtiendo en gobernanza, ética y formación. Solo así evitaremos que la “escoba digital” actúe sin control y lograremos que la innovación tecnológica sea realmente sostenible y beneficiosa para la sociedad.
(*) Metáfora original de Yuval Noah Harari en su libro Nexus (Debate, 2024).







