
Escribe: Augusto Rodríguez, Vicepresidente Ejecutivo de Inversiones de Rimac
(29 de agosto del 2025) La victoria de Donald Trump en noviembre último generó la expectativa de un fortalecimiento del dólar. ¿La lógica detrás? Que su ofensiva comercial afectaría el crecimiento de Estados Unidos, con los nuevos aranceles alimentando la persistencia de la inflación. Con ello, la Reserva Federal (Fed) vería limitado su margen de reducción de tasa de interés frente a otros bancos centrales, como el europeo (BCE), que seguirían una trayectoria de recortes más definida. Ese diferencial de tasas a favor del dólar respecto de otras monedas lo haría más atractivo, fortaleciéndolo.
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En efecto, en lo que va del año, el BCE, por ejemplo, ha ejecutado tres recortes de tasa –siete consecutivos desde junio del 2024 hasta la pausa de julio último–, mientras que la Fed la ha mantenido sin cambios desde diciembre del año pasado. Y a este factor a favor del dólar se suma la incertidumbre respecto al impacto final de la guerra comercial y los conflictos geopolíticos activos, que deberían fortalecerlo dada su función tradicional como moneda refugio.

Sin embargo, contrario a lo esperado, en lo que va del año el dólar se ha depreciado: medido por la canasta de monedas del índice DXY cae alrededor de 9.6% (12.1% frente al euro). Algunos analistas incluso sugieren que, en la coyuntura actual, la divisa estadounidense se comporta más parecido a una moneda emergente, cuyas fluctuaciones responden menos a fundamentos económicos y más a factores políticos y fiscales.
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“La única función de los pronósticos económicos es hacer que la astrología parezca respetable”, es una frase atribuida a J.K. Galbraith que pone de manifiesto, con evidente ironía, la propensión al error cuando se hacen predicciones sobre variables económicas o financieras. Lo paradójico con la proyección hecha para el dólar es que, habiéndose cumplido las condiciones anticipadas, la tendencia haya sido contraria
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¿Qué sucedió? Una explicación para este comportamiento tiene que ver con los flujos de inversión. Ante perspectivas menos favorables para EE.UU. –próximos recortes de tasas, impacto de la guerra comercial y deterioro de su posición fiscal, los inversionistas están rotando sus portafolios, vendiendo dólares para adquirir activos denominados en otras monedas. Las distintas mediciones de flujos de inversión respaldan esta tesis, destacando la mayor demanda por instrumentos en moneda local, incluso en activos de países emergentes.
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El desempeño de las bolsas este año refleja el impacto de los flujos: mientras el S&P 500 acumula un rendimiento de 8.6%, los mercados desarrollados avanzan 21.3% y los emergentes 17.2%. Cabe mencionar que, excluyendo el efecto cambiario, el rendimiento promedio de esas plazas no difiere tanto del S&P 500. Por ejemplo, la bolsa europea, medida por el índice Euro Stoxx 600, registra en el año 23.6% expresado en dólares, lo que captura el fortalecimiento del euro. Sin embargo, ese retorno se convierte en un 10.1% en euros al quitar dicho efecto. Así, los inversionistas debieron asumir exposición directa a monedas distintas al dólar y sin cobertura cambiaria para capitalizar esos atractivos rendimientos.
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¿Qué esperar en adelante? Las opiniones están divididas.
Entre los argumentos a favor de una mayor depreciación se contempla que la rotación de activos continúe, un aumento en las tensiones comerciales y los próximos recortes de tasas esperados por parte de la Fed. También se menciona que, en episodios pasados, cuando el dólar se ha depreciado, lo ha hecho en ventanas de tiempo más prolongadas y en mayor magnitud.
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Por otro lado, a favor de un fortalecimiento se destacan sus fundamentos y su característica de moneda refugio. También, que el tamaño de los activos estadounidenses limitará en algún punto la rotación –su plaza bursátil representa alrededor del 60% de la capitalización global, mientras que sus instrumentos de deuda concentran cerca del 40%–. Por último, si se acotan los episodios de depreciación únicamente a los ocurridos luego de la crisis financiera, el actual ya se encuentra alineado a ese promedio histórico.
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Detrás de estas dos posiciones parece haber una línea temporal que las divide: a corto plazo, ciertas presiones a la baja podrían dominar; a mediano plazo, el dólar retomaría la correlación que ha quebrado respecto a sus fundamentos.







