Enrique Castillo
Periodista
No cabe ninguna duda que el país requiere un cambio y una transformación radical en la conducción del Estado y del gobierno, que nos saque de esta situación que nos ha llevado a que nos parezca ya “normal” y parte de la vida cotidiana encontrarnos varios asesinatos y detonaciones de explosivos a diario; decisiones fiscales, fallos judiciales o leyes que favorecen a los que delinquen o a los prófugos; inacción o acción gubernamental que beneficia al entorno en el poder y perjudica a la población que menos tiene; improvisación, desorden, y corrupción en el uso de los recursos públicos o en la relación con los ciudadanos y con el sector privado.
Y cuando hablamos de un cambio radical nos estamos refiriendo a esa transformación de raíz, drástica, esencial, fundamental que se necesita en el manejo y la gestión del Ejecutivo y del Congreso, en los gobiernos sub nacionales y en las instituciones públicas, para recuperar la plena institucionalidad y formalidad; para fortalecer la democracia; para reestablecer la estabilidad política y jurídica, el verdadero equilibrio de poderes, así como el control político; para garantizar la seguridad de los ciudadanos, de la propiedad pública y privada, y de los ahorros e inversiones; y para fortalecer los fundamentos macro económicos y la economía de libre mercado que nos permita llegar a los niveles de crecimiento que generen la reducción de la pobreza y el crecimiento de inversiones y empleo.
Lo mucho o poco que se fue ganando en décadas anteriores (en lo institucional, lo político, y lo económico) se ha ido perdiendo en los últimos años, en unos casos con mayor impacto y más aceleradamente o más notoriamente que en otros.Pero lo peor no ha sido solo el hecho de perder lo ganado, que ya es grave, sino que sin darnos cuenta, sin querer verlo para no “afectarnos”, sin querer involucrarnos para que no nos complique, o sacándole provecho a aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”, hemos hecho que ese “relajo” y que ese retroceso, a todo nivel, sea parte de nuestra vida diaria, y lo hemos incorporado como parte de nuestra “realidad” y de nuestro riesgo cotidiano con el que hay que convivir.
Grave abandono de los ciudadanos, las instituciones, y las organizaciones políticas, unos por ignorancia o desinterés, otros por improvisación e irresponsabilidad, otros por oportunismo y conveniencia, y otros por aprovechamiento y complicidad.Las elecciones representan la oportunidad para que los partidos tomen el poder para: i) aprovecharse del poder y de los recursos del Estado para su beneficio particular y de grupo; ii) para imponer su ideología y sus acciones ideologizadas, irresponsables o hasta improvisadas; o, iii) para continuar lo bueno y cambiar radicalmente lo que hay que corregir en beneficio del país y de los ciudadanos. Esto último es lo que los peruanos queremos del nuevo gobierno que se instale el 2026. Pero las posibilidades de continuar con esta nefasta realidad que hoy vivimos no son pocas.
Con decenas de partidos y varios seudo líderes políticos que quieren, y que podrían tomar el poder; con la amenaza de una fragmentación aún mayor a la que hoy vivimos; y con la segura participación electoral de sectores y “economías” ilegales y delictivas; las cosas no pintan nada bien.Por ello, es un deber –no una posibilidad– de los partidos serios, que se consideran democráticos, y que quieren continuar lo bueno y erradicar de raíz lo malo, el formar alianzas. Pero no cualquier alianza.Los partidos con representación en el Congreso actual han sido dominados por sus bancadas, y están sufriendo un desgaste muy fuerte, porque, en varios casos, son corresponsables o cómplices de gran parte de todo lo malo que se ha hecho y de lo que se ha dejado de hacer en este tiempo.Los partidos que han recuperado su inscripción tendrán mucho cuidado en cuidarla, y sus posibilidades de pasar la valla si van solos a la competencia no son muy altas.
Muchos partidos nuevos son un tiro al aire, un vientre de alquiler, o una iniciativa aventurera.¿Con quién aliarse?, ¿Cómo evitar absorber el desgaste de los actuales partidos “oficialistas” o de aquellos que han fracasado en su rol opositor?, ¿Cómo aliarse con los partidos del actual Congreso y a la vez garantizar que se corregirán muchas de las cosas que este Congreso ha aprobado?, ¿con quiénes se puede garantizar el romper y distanciarse realmente del pasado y del presente nefastos?, ¿Cómo evitar “cargar” con partidos que serán un lastre en lugar de un apoyo?, ¿Cómo hacer sumas que no resten?
No solo se trata de la decisión de aliarse, sino también de la negociación para la ubicación en las planchas y en las listas. En política el orden de los factores si altera el producto. Y no se trata de una plancha y varias listas parlamentarias en una alianza, eso es un suicidio, y un daño enorme para un país que no necesita más fragmentación y dispersión.
El país y el electorado necesitan alianzas antes de las elecciones y no después. Ya lo hemos vivido.