
Escribe: Elsa Galarza, profesora de la Universidad del Pacífico e investigadora del CIUP
La economía circular es un modelo de producción y consumo que implica compartir, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes, todas las veces que sea posible, para crear un valor añadido. De esta manera, el modelo busca eliminar la creación de residuos, al prolongar la vida útil de los productos. Por ello, la transición a este modelo es vital para las empresas que quieran seguir comercializando sus productos y mantener una ventaja competitiva, y, además, ofrece numerosos beneficios a los individuos y, en general, al planeta en que vivimos.
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El concepto de economía circular normalmente ha sido tratado como un tema ambiental. Sin embargo, el mayor valor de la adopción de este enfoque en la industria nacional tiene que ver con hacer más productivas y competitivas a las empresas, a través de una reducción en sus costos, una mejora en el modelo productivo (innovación), una mejora en el acceso a mercados, y una ganancia reputacional, entre otros.

La evidencia que se tiene de la aplicación del enfoque de economía circular revela aspectos interesantes. Por ejemplo, al minimizar la dependencia de materias primas vírgenes, se mitiga también los riesgos asociados a la volatilidad de precios. Asimismo, la transición hacia energías renovables y la reutilización de residuos locales fortalece la seguridad del suministro y reduce costos logísticos. La circularidad también fomenta el desarrollo de nuevos modelos de negocio, como plataformas de intercambio y servicios de reparación, que amplían oportunidades comerciales y de empleo. Sectores como el plástico proyectan reducir un tercio de los residuos globales para el 2040, mejorando la reputación corporativa y atrayendo consumidores e inversores sensibilizados con la sostenibilidad.
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En resumen, la economía circular permite optimizar las cadenas de valor mediante la eficiencia energética, que reduce huella de carbono; la innovación en ecodiseño para productos duraderos y reciclables; y la resiliencia operativa frente a la escasez de recursos. Estas prácticas posicionan a las empresas en mercados globales, donde la sostenibilidad es un criterio de competitividad creciente, como en el caso de la Unión Europea.
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Las políticas públicas en el país acompañan este proceso de transición hacia una economía circular. Recientemente se ha promulgado la Hoja de Ruta Nacional de Economía Circular al 2030 (D.S. N° 003-2025-MINAM). Esta establece un marco estratégico para orientar la transición del país hacia un modelo de producción y consumo sostenible, articulando iniciativas y políticas sectoriales, en el marco del Plan Nacional de Competitividad y Productividad 2024-2030, lo que refleja un compromiso nacional e internacional con la economía circular. Asimismo, ya existen hojas de ruta sectoriales como la del sector Industria (año 2020, actualmente en proceso de actualización), la del sector pesca y acuicultura, de agua potable y saneamiento, y la del sector agrario y riego. Todos los mencionados son marcos normativos promocionales de la economía circular que requieren de la acción del sector privado.
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En resumen, la economía circular está emergiendo como un modelo transformador que trasciende la sostenibilidad ambiental para convertirse en una ventaja competitiva multidimensional. Empresas que integran este modelo no solo reducen costos y emisiones, sino que impulsan innovación, acceso a mercados sostenibles y creación de empleo. La economía circular transforma el concepto de competitividad, adaptándolo a la realidad de recursos limitados y a la presión internacional por modelos sostenibles.







