Por: Miguel Jiménez, Economista, jefe para Europa de
La reciente de jefes de Estado y de gobierno se ha focalizado en discutir un problema sobredimensionado como es la llegada de inmigrantes ilegales a Europa, dedicando poco tiempo a debatir lo que hace sólo pocas semanas se suponía que iba a ser el tema central de esta reunión: la profundización de la unión monetaria.

En 2012 se consiguieron avances clave para desterrar el riesgo de ruptura del euro con una batería de medidas que incluía el respaldo del BCE a la moneda única, la creación del MEDE y un plan de reformas institucionales centrado en los primeros pasos de la unión bancaria. Fueron pasos valientes para avanzar en la recuperación, quizás porque se tenía la sensación de estar en los últimos minutos del descuento. Desde entonces, los esfuerzos para completar esa unión bancaria y para avanzar hacia una unión fiscal han sido un intercambio algo estéril entre propuestas a veces muy interesantes de distintos grupos de trabajo (informes de los Cuatro y Cinco presidentes, trabajos de la Comisión e ideas de académicos y think-tanks) y falta de decisiones importantes en las reuniones clave.

Hace nueve meses el famoso discurso de en la Sorbona relanzó el debate, con nuevas propuestas para finalizar la unión bancaria, elegir un ministro de finanzas para la Eurozona con un presupuesto propio y elevado, reformar del MEDE, etc. El momento parecía ideal para propiciar las reformas necesarias tras varios años de sequía, ya que el difícil ciclo electoral de 2017 había concluido, la economía mejoraba ostensiblemente y se abría una ventana de oportunidad antes de la renovación del Parlamento Europeo en marzo de 2019.

Pero de nuevo los avances han sido escasos, incluso más tímidos que lo propuesto hace poco por catorce economistas franceses y alemanes -un ejercicio de realismo político más alemán que francés- o el reciente documento firmado en Meseberg por y Macron. La única decisión sustantiva es que el MEDE funcionará como respaldo público del fondo de resolución bancario, algo sobre lo que ya había amplio acuerdo, aunque los detalles se tendrán que fijar de aquí a diciembre. También se avanzará durante el segundo semestre en los debates técnicos sobre la reforma del MEDE. No están claras cuáles serán finalmente sus funciones, pero el acuerdo de Meseberg y una reciente carta del presidente del Eurogrupo reflejando el sentir de los países nórdicos (más nórdicos que Alemania) insisten en reforzar los ejercicios de sostenibilidad de deuda cuando haya un programa de rescate, lo que puede dar lugar a reestructuraciones de deuda ligadas a eventuales paquetes de ayuda financiera (que fueron uno de los canales de contagio más evidentes durante lo peor de la pasada crisis).

Sobre el fondo de garantía de depósitos común, elemento clave para completar la unión bancaria, no se esperaba mucho más que un calendario largo para su implementación, ligada a la reducción de riesgos financieros. Pero ni siquiera se ha llegado ahí: la referencia a que “debería comenzar el trabajo para establecer una hoja de ruta para empezar las negociaciones políticas” sobre este tema se parece mucho a una pirueta verbal o a un caño inútil en el propio campo.

Sobre las recientes propuestas fiscales (como un fondo de inversión para mejorar la competitividad, o fondos para el desempleo con funciones anticíclicas), el comunicado pide trabajo adicional, pero sin concretar plazos. No son propuestas que vayan a solucionar una eventual crisis sistémica (para ello se necesitarían instrumentos como los eurobonos, muy alejados hoy del vocabulario europeo), pero sí podrían ser un elemento de prevención del contagio entre países y de apoyo en crisis moderadas.

En definitiva, la gran ventana de oportunidad para la reforma del euro que parecían defender Macron y Merkel se está cerrando sin adelantos sustanciales. Queda aún la cumbre del próximo diciembre, pero la presión de los partidos populistas desde dentro y de las amenazas proteccionistas desde fuera parecen estar amortiguando el ímpetu reformista. A ello se une el énfasis en la reducción previa de riesgos por buena parte de los políticos en Alemania y del grupo de países en torno a Holanda, y la sensación de que la recesión no está a la vuelta de la esquina y no hay mucha prisa, como si quedara mucho partido por delante.