A las 10:30 am del miércoles, comenzó la caravana hacia el centro de Caracas que llevaba a los legisladores de la oposición a la Asamblea Nacional de Venezuela, seguidos por una falange de reporteros y fotógrafos en motocicletas.
Después de 15 minutos, la procesión pasó el primer punto de control de seguridad del régimen. La policía retiró los conos de tráfico. Lo mismo sucedió en el segundo punto de control y en el tercero. Pero cerca de la Asamblea Nacional, quedó claro que los oficiales estaban poniendo una trampa: unos 50 hombres con armas y piedras parados a una cuadra de distancia corrieron hacia los vehículos.
Hubo gritos, hedor a gas lacrimógeno y disparos.
El caos posterior impidió a Juan Guaidó, reconocido por más de 50 países como el líder legítimo de Venezuela, convocar la sesión de la Asamblea Nacional. Los leales al presidente autócrata, Nicolás Maduro, han tratado de destituirlo de su cargo como presidente de la institución.
Este fue el día en que los partidarios del régimen de Maduro, conocidos como colectivos, corrieron desenfrenados contra la última institución democrática en funcionamiento del país. “Lo que vimos fue una agresión sin sentido, una emboscada de grupos paramilitares que intentaban evitar que los diputados cumplieran su misión”, dijo Guaidó, que no estaba en la caravana.
Los colectivos fueron tras los legisladores y los periodistas que intentaban transmitir el evento al mundo fuera del país devastado. Escuché disparos, pero no sabía a dónde se dirigían. Otra periodista que se había bajado de su motocicleta fue halada de su morral y tirada al suelo.
Los hombres comenzaron a patear los todoterreno que transportaban a los legisladores y a tirar de las manijas de las puertas. Un hombre arrojó una baranda a la calle para evitar que los autos se movieran. Los hombres robaron a periodistas a punta de pistola y les arrebataron su equipo.
De repente, cientos de hombres con sombreros y camisas rojos estaban cargando y comenzó una fuga a alta velocidad. Me separaron del fotógrafo Carlos Becerra, y me agarré al asiento de la moto-taxi mientras los todoterreno conducían por una acera y entraban en un parque peatonal. Era la única forma de llegar a un camino despejado.
El 5 de enero, Guaidó habría sido reelegido como presidente de la Asamblea Nacional, pero las fuerzas de seguridad le impidieron ingresar a la cámara. Los legisladores de la oposición se marcharon para celebrar la votación de reelección en la oficina de un periódico local.
En la cámara de la Asamblea, los partidarios de Maduro, una minoría del cuerpo, eligieron a Luis Parra en una votación por voz. Luego Parra se mudó a la antigua oficina de Guaidó.
El miércoles, el líder del Partido Socialista, Jesús Torrealba, insistió por mensaje de texto en que el reclamo de Guaidó sobre el puesto es nulo.
“El llamado de Guaidó a una sesión no es reconocido, ya que ya no es el presidente”, dijo.
Antes de la violencia, el congreso liderado por Guaidó y la poderosa Asamblea Nacional Constituyente, dominada por los leales a Maduro, se reunieron en el Palacio Legislativo. “Nos reuniremos en Venezuela, sin importar dónde”, dijo el miembro de la Asamblea Nacional, Carlos Prosperi. “La Asamblea Nacional no está representada por un edificio, sino por sus legisladores”.
Después de la violencia, la Asamblea Constituyente elegida a gusto de Maduro se reunió, a puerta cerrada, custodiada por una fuerte seguridad militar.
En otros lugares, los legisladores de la oposición y los periodistas atendían sus heridas y evaluaban sus pérdidas. Minutos después de la fuga por el parque, Becerra llamó: lo habían retenido a punta de pistola y le ordenaron que entregara su cámara.