El literato peruano Mario Vargas Llosa reflexiona sobre el rumbo político y social que sigue su continente natal, Latinoamérica, donde la democracia “está muy de paso” y el enconamiento político obstaculiza el progreso.
“Desgraciadamente, en América Latina el odio todavía prevalece entre las diferencias políticas y eso nos impide establecer los sistemas de convivencia que son indispensables para que un país progrese”, manifestó en un palacete rehabilitado del casco colonial de Quito, Casa Gangotena.
El Premio Nobel de Literatura 2010 recibió este lunes de manos del presidente ecuatoriano, Guillermo Lasso, correligionario y amigo personal, la medalla al “mérito en Orden de Gran Cruz” por su aporte a la promoción de la literatura, condecoración que a sus 86 años le entrega el flamante Gobierno de un país vecino al suyo, que no hace mucho le denostaba por sus convicciones políticas.
En la entrevista el pensador desgranó sin interrupción los principales males que, en su opinión, aquejan a la región.
“La pandemia ha sido verdaderamente trágica para América Latina, los países van a salir muchísimo más empobrecidos de lo que estaban”, sentencia antes de censurar el mal funcionamiento de los sistemas de salud, lo que no ha impedido que se refuerce la figura del Estado, como “gran proveedor de todas las necesidades”, “lo que quieren los socialistas, los extremistas”, “una ideología atrasada”.
Latinoamericano universal
Lasso lo ha definido como “latinoamericano universal” que ha defendido los mismos principios humanos a lo largo de su trayectoria en una región, la latinoamericana donde, “ser liberal es un acto de rebeldía”.
El autor de la “Fiesta del Chivo” (2000) y último exponente del “boom” latinoamericano, no obstante, no lo ve todo perdido porque igual que las democracias son frágiles, también destaca el resquebrajamiento que están sufriendo algunas dictaduras.
“Por primera vez en 62 años los cubanos, en el colmo de la desesperación han salido a las calles”, algo que asegura, no ha sido una sorpresa para los que como él lo esperaban, aunque “para muchos otros que creían en el paraíso socialista sí”.
También encomia el caso de Ecuador, donde en mayo pasado asumió el primer Ejecutivo de centroderecha y liberal tras dos décadas de gobiernos identificados con la izquierda, ejemplo que espera, “sea seguido por muchos países latinoamericanos”, aunque reconoce las limitaciones.
Ecuador, “uno de los países más pequeños de América Latina”, será “grande y poderoso con Lasso en el poder”, si es que “lo dejan convertirlo en el país que tiene en sus sueños”, dijo en su discurso el escritor.
Aferrado a un bastón de madera, Vargas Llosa opina que, “desgraciadamente en América Latina esa buena dirección no se ha tomado”, y que “lo peor que puede pasarle a un país en este período es buscar fantasmas, en lugar de mejorar las cosas siguiendo una línea sensata, realista”.
Incansable crítico de gobiernos autoritarios y exiliado voluntariamente en los años 90 tras el ascenso de Alberto Fujimori contra el que se midió en las urnas, insiste hoy en sostener que su apoyo a Keiko Fujimori en los últimos comicios de Perú, fue “un mal menor para mí, sin ninguna duda” para impedir la llegada al poder del actual presidente de Perú, Pedro Castillo, del que “no espera nada”.
Ecuador y Perú han dado un giro de timón y prima la incertidumbre ante lo que pueda ocurrir en las urnas en Chile, Nicaragua y Honduras. Pero, ¿es que no existen más opciones en la región que el populismo de izquierdas o el neoliberalismo de derechas?
El escritor sostiene que “sí hay más opciones”, pero, “en América Latina no hay una tierra fértil para esas posibilidades”.
Los pecados capitales que enumera, la corrupción, la falta de democracia y de respeto al adversario, considera que son vertebrales y lastran “la comunicación que existe en los países verdaderamente democráticos”.
En defensa de Ramírez
Reiteró una vez más sus denuncias ante la persecución de su colega Sergio Ramírez por el régimen nicaragüense de Daniel Ortega y recuerda que precisamente el escritor “se había apartado de la vida política, se había dedicado a escribir”.
“Es la persona más decente, absolutamente transparente”, sostiene y que es “abyecto, cobarde, canalla de parte de Ortega perseguirle”.
El autor de “La ciudad y los perros” (1962), o su ensayo “La llamada de la tribu” (2018), donde epitomiza el liberalismo como la forma más avanzada de cultura democrática y respeto a los derechos humanos, concluye que la figura de escritor latinoamericano difícilmente puede alejarse de la política.
“La vocación literaria lo pone a uno en contacto con problemas políticos mayúsculos”, en un inhóspito territorio donde “la democracia es una cosa muy pasajera, está muy de paso”.