Reservas de agua y comida, generadores, aseos, un montón de colchones o estufas de leña en búnkeres a gran profundidad. En las acerías de concepción soviética de Ucrania, todo está ideado pensando en una eventual guerra.
De estilo muy similar a la planta de Azovstal donde están atrincheradas las últimas fuerzas ucranianas en la ciudad portuaria de Mariúpol, la fábrica Zaporizhstal muestra cómo estas industrias de la época estalinista están diseñadas para desafiar una invasión.
“Podemos quedarnos en los refugios por mucho tiempo”, dijo el empleado de la fábrica Igor Buglayev, de 20 años, con mono y capucha de seguridad de color plateado. “Creo que nos dará la oportunidad de sobrevivir”, añade mientras el metal fundido fluye y chispea a su espalda.
El lugar de trabajo de Buglayev en la ciudad de meridional de Zaporiyia no llegó a ser tomado por los rusos, pero se vio obligado a paralizar su operativa cuando la línea del frente se acercaba peligrosamente.
La vasta red subterránea bajo las plantas de Azovstal y Zaporizhstal se construyó a principios de los 1930, cuando el mundo se recuperaba de una guerra y se preparaba para otra, y estaba pensada para resguardar a miles de trabajadores.
Las dos acerías son propiedad del conglomerado Metinvest, controlado por el hombre más rico de Ucrania, Rinat Ajmetov.
En el complejo de Zaporizhstal hay 16 búnkeres. El que visitó la AFP se encuentra a diez metros bajo tierra y está protegido por una puerta antiexplosivos de 10 centímetros de grosor.
La larga habitación, alumbrada con luz blanca, presenta filas de bancos de madera y puede acoger hasta 600 personas.
Dispone de tanques de agua para la descarga de los aseos, de comida de emergencia y agua embotellada en un almacén y de pilas de leña hasta la altura del pecho para alimentar una gran estufa metálica.
Golpe económico
Los búnkeres ubicados debajo de Azovstal acogieron a cientos de civiles, evacuados durante operaciones de rescate internacional de la ONU y Cruz Roja. Ahora todavía quedan soldados ucranianos que resisten la ofensiva rusa sobre Mariúpol.
“Que Dios nos libre de encontrarnos en una situación como nuestros colegas en Azovstal, trabajadores metalúrgicos como nosotros, que terminaron quedándose tanto tiempo... No se lo deseo a nadie”, dice Alexander Lotenkov, jefe del departamento de comunicaciones desde dentro del búnker.
En la superficie, el complejo tiene una extensión de 5.5 kilómetros cuadrados. Aunque es la mitad de Azovstal, las distancias entre un lugar y otro solo pueden recorrerse en un vehículo.
Además, el recinto dispone de incontables lugares para esconderse entre sus filas de edificios y sus largos túneles y numerosas estructuras altas que funcionan como puntos de observación.
La guerra, sin embargo, no ha sido buena para el negocio. La operativa se reanudó a capacidad reducida a principios de abril, en el mismo periodo en que las fuerzas rusas se retiraron de los alrededores de Kiev ante la fuerte resistencia ucraniana.
Esta semana llegaron algunas buenas noticias con la suspensión de las tarifas sobre el acero ucraniano en Estados Unidos. Pero la situación sigue siendo compleja.
Ucrania representa solo un 1% de las importaciones de acero de Estados Unidos, según las autoridades del país norteamericano, y el transporte de la mercancía supone un gran desafío especialmente en tiempos de guerra.
“No seremos capaces de competir con otros productores, porque sus gastos logísticos son más bajos y para que nosotros podamos exportar a Estados Unidos, tenemos que llevar nuestra producción de Zaporiyia a Polonia”, dijo el director general de la fábrica, Alexander Mironenko.
Las exportaciones de acero se desplomaron respecto a sus niveles previos a la guerra. Revitalizarlas y regresar al mercado sería crucial para la economía de Ucrania.
“Era una de las industrias principalmente orientadas a la exportación y alrededor del 50% de los ingresos en divisas extranjeras se generaba por los sectores minero y metalúrgico de Ucrania”, indicó Mironenko.