El día que Marcela (nombre ficticio) viajó desde su Brasil natal hasta el norte de Portugal tenía 500 euros, una reserva de hotel de una semana, el pasaporte y la promesa de seis meses de trabajo cuidando a niños o limpiando hogares. Estaba equivocada: llegaba a Europa para ser esclava, para ser prostituida.
“Después de una semana de turismo en Portugal, nos encerraron y nos contaron la verdad. Teníamos una deuda inicial de 5,800 euros, más añadidos”, explica a Efe Marcela, superviviente de explotación sexual y trata en Portugal y España.
La esclavitud moderna “no es más que la esclavitud de la antigüedad llevada al mundo contemporáneo”, según Carolina Rudnick, presidenta de la fundación chilena Libera, contra la trata de personas y la esclavitud, y añade que dentro de ella se encuentran los delitos como trabajo forzado, servidumbre por deuda, proxenetismo o venta de niños y niñas.
Diecisiete años después, Marcela trabaja en España como mediadora social-lingüística en la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP), y asegura que lo más importante es “el proceso de recuperación de cada mujer o niña”, que tiene que empezar siempre “desde dentro y hacia fuera”.
Naciones Unidas, en el último informe global sobre trata de personas del 2020, estima que 40 millones de personas se encuentran en situación de esclavitud.
El caso de América Latina: entre el hambre y la esclavitud
Rudnick explica que, en Latinoamérica, no sólo existe una “criminalidad organizada”, también cuenta con “una gran masa de trabajadores irregulares”, fáciles de captar por los explotadores.
“Los captan a través de ofertas de trabajo. El migrante va a decir que sí, a pesar que sea menos del salario mínimo y con unas condiciones de vida degradantes porque, entre el hambre y la esclavitud el migrante siempre elegirá la esclavitud”, apunta.
La migración irregular transformó al migrante “en un delincuente a ojos de la sociedad”, según la directora de Libera, quien añade que, por este estigma, muchos de ellos “nunca se atreven a denunciar” y sólo cuando son abandonados logran ser detectados a través de las ONG con las que trabajan en la fundación.
La explotación sexual en España
Según datos de Naciones Unidas, España encabeza el “ranking” de prostitución europeo y es el tercer país a nivel mundial y, como remarca Rocío Mora, directora de APRAMP, “dentro de la explotación sexual en el país, la violencia más brutal se ejerce a mujeres y niñas”, ya que el 64 % de los casos que denunciaron en el 2021, comenzaron siendo menores de edad.
“Cuando una mujer te dice que desarrolla unos 40 ‘servicios sexuales’ al día te das cuenta de que es algo abusivo. Siempre lo comparo con la extracción de órganos, ¿por qué yo no puedo pagar porque tú me des un pulmón pero sí vemos que una mujer sea penetrada, y que hagan con su cuerpo lo que quieran a cambio de dinero?”, plantea.
APRAMP es la primera organización que cuenta con una escuela de formación para supervivientes de la trata, que atienden a 59 nacionalidades, y les “sorprende” la entrada masiva de mujeres colombianas, venezolanas y hondureñas, según Mora.
La esclavitud, un negocio rentable
La esclavitud es “un negocio super lucrativo”, afirma Carolina Rudnick, con estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que hablan de que el mercado de la trata ronda los US$150 billones al año.
Marcela reconoce que ha generado “mucho dinero a la mafia” pero que ella “no ha ganado nada”, pasando una semana con un putero llegó a producir 14,000 euros a los proxenetas e insiste en que “la prostitución no es el oficio más antigüo del mundo, lo es el seguir mirando hacia otro lado”.
“Cuando había redadas de la policía teníamos que mentir y decir que habíamos venido con nuestro propio dinero. Mis proxenetas llegaron a amenazarme con que me picarían en trocitos, me meterían en una maleta y me tirarían al río Guadalquivir (Sevilla), porque detrás de mí vendrían otras diez”, remarca.