Valentyna Prys, una médica jubilada que arranca malas hierbas de su jardín en el corazón de la Ucrania en guerra, tiene una máxima: los hombres armados van y vienen, pero la vida sigue.
Su vida está llena de dolorosas contradicciones compartidas por decenas de otras familias en el cuarto mes de la invasión rusa.
Por un parte ama a Rusia, pero ya no habla con sus parientes de Moscú porque se niegan a creer que el Kremlin haya podido provocar la devastación que arruinó Barvinkove, su ciudad.
Los vecinos que le quedan a esta mujer de 71 años --demasiado pobres o enfermos para huir-- pertenecen a generaciones que todavía guardaban buenos recuerdos de la vida soviética.
Pero ahora las calles desiertas frente a sus casas están patrulladas por soldados ucranianos que luchan por la supervivencia de su país, en una región en la que las simpatías de los habitantes están divididas.
“Estoy tratando de seguir adelante”, dice Prys levantando la vista con una sonrisa de su tarea de arrancar las malas hierbas. “Para nosotros, esta guerra es temporal, pero la vida es eterna”, asegura.
Ofensiva en el este
La invasión rusa se ha convertido en una guerra de desgaste en la que muy poco terreno ha cambiado de manos, pero mucho ha sido destruido.
La determinación de Ucrania y el colapso de la logística y la moral rusas han obligado al Kremlin a centrar casi toda su energía en el este.
Los rusos se están abriendo paso lentamente entre los restos de Severodonetsk, después de golpear con artillería sus rascacielos y fábricas desde todos los flancos.
Este pulverizado centro de producción química sigue albergando probablemente a miles de familias atrapadas en sótanos, sin apenas acceso a medicinas o agua.
Lisychansk, la ciudad vecina de Severodonetsk, menos afectada, es el último reducto de Ucrania en Lugansk, la más pequeña de las dos regiones que componen la zona de guerra del Donbás.
Analistas militares creen que los rusos tratarán de rodearla y luego podrían utilizar las dos ciudades como un puesto de avanzada para unir sus fuerzas con las que luchan más al oeste.
Armas pesadas
En la primera línea, los soldados ucranianos bombardeados por cohetes y artillería parecen compartir el mismo sueño: tener armas guiadas de precisión que puedan golpear a los rusos a larga distancia.
“Si sabes que tienes un arma pesada detrás, le sube el ánimo a todos”, dice un soldado que utiliza el nombre de guerra Luzhniy. “Si no, te quedas sentado en la trinchera mirando el horizonte”.
Estados Unidos evitó por el momento entregar este tipo de armas a Ucrania por el riesgo de la posible respuesta de Rusia con armas nucleares.
Pero medios estadounidenses sugieren que algunos envíos podrían aprobarse esta misma semana gracias a la sensación de que Ucrania podría, con un poco de ayuda adicional, vencer a los rusos.
Las tropas ucranianas dicen que estos sistemas suelen necesitar un mes de entrenamiento para utilizarlos eficazmente.
“A estas alturas, nuestros chicos están preparados para disparar cualquier cosa después de jugar con ellos durante un par de semanas”, dijo otro soldado con el nombre de guerra Moder.
Yevgen Onyshchenko no siente que el tiempo esté de su lado. Este fontanero de 42 años mira por la ventana de la planta baja de su apartamento de Lysychansk y se pregunta quién controla las calles circundantes.
“No sabemos nada”, dice antes de aceptar con gratitud un plato de sopa preparado por su vecino en el patio trasero del edificio.
Los proyectiles que llegan a su ciudad desde las posiciones rusas alrededor de Severodonetsk son cada vez más frecuentes y la sensación de peligro aumenta día a día.
“Vemos algunos coches que circulan con banderas ucranianas, así que pensamos que eso significa que todavía formamos parte de Ucrania”, dice. “Pero por lo demás, estamos en la oscuridad”.