“¿Qué pasó el 11J?”, pregunta una turista de Barcelona en un céntrico paseo de La Habana, escenario hace justo un año de las mayores protestas que ha registrado Cuba en décadas, pero en la que este lunes solo se podían ver a algunos turistas extranjeros y policías.
En las calles de la capital -epicentro de aquellas manifestaciones masivas y espontáneas que se saldaron con un muerto, centenares de detenidos y cerca de 400 condenados a cárcel hasta la fecha- predomina una tranquilidad que contrasta con las escenas del 11 de julio del 2021.
Entonces miles de personas salieron a la calle a protestar principalmente por la escasez de productos básicos, el encarecimiento de los precios y los apagones, síntomas de la grave crisis que atravesaba -y atraviesa- el país.
Frente al icónico Capitolio, una de las mayores atracciones turísticas, un camión con agentes se detiene ante la mirada confundida de un ciudadano francés. “¿Habrá una manifestación?”, pregunta a los transeúntes en inglés.
El ambiente era más que previsible para muchos disidentes y activistas de la isla, quienes habían denunciado semanas antes que habían sido advertidos por elementos de la seguridad del Estado para no salir a las calles entre el 9 y 13 de julio.
Opositores y periodistas independientes han sido sitiados en sus domicilios o detenidos en las últimas horas antes del aniversario de las marchas, según pudo constatar Efe.
Por otro lado, distintos expertos consultados han asegurado que los procesos penales contra los manifestantes arrestados por el 11J -más de 1,400 según conteos independientes- así como las condenas, de hasta 30 años, han buscado una suerte de efecto disuasorio para evitar una posible repetición.
A unos metros del Capitolio, Leandro Martínez, de 56 años, cuenta en una bolsa de tela los pesos que ha cobrado de la venta del pan en una acera del Parque Central. No le sorprende la desmovilización.
“Yo viví el Maleconazo (protestas en 1994) y el Mariel (hasta el 2022, el mayor éxodo migratorio en la isla) y siempre es igual: vuelta de página. Claro que me ha afectado la crisis, como a todos, pero la vida sigue”, dice.
Detrás de él hay un grupo de jóvenes con uniforme de colegio. En los días previos al 11J, disidentes y medios independientes denunciaron que -en un intento por dar una imagen de calma en las calles- las clases quedarían suspendidas en algunos centros educativos del país para sacar a los niños a las plazas públicas.
“Yo no estuve ahí”
La misma sensación se repite en el municipio de San Antonio de los Baños, 35 kilómetros al suroeste de La Habana. Esta localidad, en la que en la mañana de este lunes solo llamó la atención la presencia de una patrulla de policía, fue la chispa que encendió las movilizaciones masivas del año pasado.
En esa ocasión, un centenar de personas, hartas por la crisis económica, la carestía y los constantes apagones, salió a las calles para hacer un “ya basta” que encontró eco en cerca de 50 puntos del país.
Los videos en directo en Facebook provocaron un inesperado efecto dominó en otras ciudades de la isla.
Un día después, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, acudió en persona -junto con elementos de seguridad- para enviar el mensaje de que “la calle es de los revolucionarios”.
En las humildes calles de este municipio dedicado a la agricultura, la gente prefiere no hablar en público sobre lo que aconteció.
“No sé” o “yo no estuve ahí”, son las respuestas unánimes de los pobladores ante la pregunta de si las cosas han mejorado desde entonces.
De acuerdo con datos de la ONG Justicia 11J, al menos una treintena de pobladores de San Antonio de los Baños fue detenida tras las protestas, en algunos casos liberados al poco tiempo de su arresto.