Algunas decenas de soldados ucranianos rezumaban energía nerviosa más al sur de la carretera. (Foto: Anatolii Stepanov | AFP | Referencial)
Algunas decenas de soldados ucranianos rezumaban energía nerviosa más al sur de la carretera. (Foto: Anatolii Stepanov | AFP | Referencial)

Un soldado ucraniano jadeante, aferrado a su Kalashnikov y con miedo en los ojos, no se movió ni un paso durante cinco horas en su zanja a la orilla de la carretera.

Un tanque ruso oculto en el horizonte disparaba sin parar hacia el punto donde Andriy, de 55 años, yace tendido en la tierra.

Su cuello bronceado está cubierto de sudor y su boca demasiado seca para pronunciar más que un susurro.

Pero su corazón está tan acelerado que apenas puede respirar en el frente oriental ucraniano.

“¿Quién detendrá esta guerra?”, imploró tras el silbido de otro proyectil disparado por las fuerzas rusas, a tres meses de iniciada su invasión a Ucrania.

El estallido disparó al aire una columna de tierra al otro lado de la carretera desde donde estaba el soldado. Otros más siguieron a un ritmo constante a unos metros de su cabeza.

Andriy no tiene idea de adónde se fueron los otros hombres de su unidad, ni de la cercanía de los rusos a su zanja. “Nuestra gente dejó de responder los disparos”, susurró tras observar la carretera.

“No queremos provocarlos porque de lo contrario comienzan a dispararnos con más fuerza”, explicó.

Línea cortada

Los proyectiles que pasaban sobre la cabeza de Andriy podrían romper la desesperada defensa ucraniana en una zona extensa del frente oriental.

La carretera de dos vías es parte de una línea por la cual Ucrania envía refuerzos a las asediadas ciudades industriales de Lysychansk y Severodonetsk.

Andriy descubrió que los tanques rusos se habían acercado lo suficiente para cortar la línea de suministro.

Las armas rusas ocultas en las colinas disparaban a cada vehículo que pasaba por la carretera, con carcazas de automóviles esparcidos a lo largo de su recorrido.

Algunas decenas de soldados ucranianos rezumaban energía nerviosa más al sur de la carretera, mientras se preparaban para la peligrosa misión de contener el avance ruso.

“He perdido muchos amigos”, declaró un soldado que se identificó como Gere antes subir a un vehículo blindado y dirigirse a la línea de combate. “Quiero vengar sus muertes”, expresó el joven de 23 años.

Inmovilizado

La sargenta Galyna Syzonenko sabe lo que es estar inmovilizada en una trinchera.

La médica militar cargaba un walkie-talkie y escuchaba los estallidos en una colina que los rusos han intentado tomar la última semana.

En el primer respiro la llamarían para que corriera a su furgoneta a sacar a los heridos, con muchas posibilidades de quedar atrapada allí por días.

“Es increíblemente asustador”, comentó sobre la guerra en las trincheras. “Hay momentos en que no te puedes mover por horas. Ni siquiera te atreves a mirar arriba”, contó.

“Llevo mi miedo como una medalla de honor”, sostuvo la sargento de 50 años. “Solo los tontos no sienten miedo en una situación como esta”.

Miedo y adrenalina

El capitán Oleg Marchenko parecía buscar las palabras para expresar sus pensamientos en medio del fuego intenso.

El hombre de 28 años miró a la sargenta y sonrió. “Ella se sienta en la trinchera y se preocupa por salvar a los demás”, comentó Marchenko.

“Un tanque recibe las coordenadas y bombardea continuamente el sitio. Puede disparar 1,000 proyectiles por día”, comentó con la mirada distante. “Si te mueves un paso, mueres”.

Marchenko y Syzonenko se alejaron de la carretera para dejar pasar un camión con un vehículo blindado.

“Mientras tengas una trinchera o una zanja, podrás salvar tu vida”, aseguró el capitán. “Y tendido allí, sientes miedo y adrenalina”.