La nueva ideología nacional rusa es la revisión de las fronteras heredadas de la antigua URSS. Esta política ha alcanzado su cenit con la invasión militar a Ucrania y los planes de anexión de nuevos territorios anunciados por algunos líderes prorrusos en vísperas del centenario de la fundación de la “cárcel de los pueblos” a finales de 1922.
“La Ucrania moderna fue creada total y completamente por Rusia. Siendo precisos, por la Rusia bolchevique, comunista”, dijo Putin en su histórica intervención televisiva del 21 de febrero en la que argumentaba los motivos de la “operación militar especial” que lanzaría tres días después.
Putin nunca aceptó el testamento de la URSS, cuya defunción considera “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Y acusa a muchas de las repúblicas soviéticas que alcanzaron su independencia en 1991 de quedarse con “territorios históricos rusos”.
La URSS recibió en 1917 un gran imperio que se desintegró con la caída del comunismo, una herida que aún supura. Putin se propone restaurar su grandeza pieza por pieza.
Fronteras versus territorios históricos
El mensaje está sobre la mesa. Aquellas repúblicas con minorías rusas harán bien en no dar la espalda al Kremlin, como ha quedado demostrado en Georgia desde el 2008 y Ucrania desde el 2014.
Las fronteras internacionalmente reconocidas no son un obstáculo. El que se alíe con la OTAN verá amenazada su integridad territorial. Países como Moldavia o Kazajistán ya han tomado nota.
La región ucraniana de Jersón, vecina de la anexionada península de Crimea y bajo control del Ejército ruso, se propone ingresar en la Federación Rusa, según anunció la administración marioneta instalada por Moscú.
Rusia no se conforma con la “liberación” del Donbás. Jersón es fundamental para el suministro del agua del río Dniéper a Crimea, en cuyo seno volvería al redil del antiguo imperio ruso.
Reconocidas ya las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, la próxima sería Zaporiyia, la región costera (mar de Azov) que garantiza la creación del cinturón terrestre del Donbás a Crimea.
Putin mantiene que esos son “territorios históricos rusos”, al igual que Járkov, Dnipró, Mykoláiv y Odesa (mar Negro), aún bajo control del Ejército ucraniano.
Entre todas forman lo que se conoce como Novorossía (Nueva Rusia), noción mencionada por primera vez por el líder ruso en el 2014 para aludir a los territorios a orillas del mar Negro controlados por Moscú desde el reinado de Catalina la Grande en el siglo XVIII.
También pertenecía al Imperio Ruso el territorio de la actual Osetia del Sur, la república separatista georgiana que se propone convocar un referéndum para incorporarse a Rusia.
“Tan pronto como recibamos la señal, tan pronto como entendamos que llegó la hora, ese referéndum se celebrará con seguridad”, dijo Alán Gaglóyev, recién elegido presidente suroseta.
Desde la guerra rusogeorgiana del 2008, ese territorio es un protectorado donde Moscú cuenta con una base militar y cuyo presupuesto depende en un 90% de las arcas del Estado ruso.
Lenin tiene la culpa
El líder bolchevique Vladímir Lenin fundó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas el 30 de diciembre de 1922, nueva estructura en la que entraron originalmente cuatro repúblicas: Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia.
Con todo, Putin mantiene desde hace años que su tocayo puso una “bomba de relojería” en los cimientos del nuevo Estado al realizar demasiadas concesiones territoriales a los nacionalistas, “generosos regalos” destinados principalmente a calmar a los “independentistas” ucranianos.
“Desde tiempo inmemorial, los habitantes de las históricas tierras rusas del sureste (de Ucrania) se consideraron rusos y ortodoxos”, insiste.
En el discurso del 21 de febrero el jefe del Kremlin destacó que Iósif Stalin, entonces comisario popular sobre Nacionalidades, propuso crear un Estado de autonomías, pero Lenin optó por una confederación.
Putin, que acusa abiertamente al fundador de la URSS de arrancar a Rusia sus territorios históricos para “regalárselos” a las nuevas repúblicas, cree que Lenin puso las bases de la disolución del Estado totalitario.
Ese error leninista, “absolutamente evidente tras la caída de la URSS en 1991″, es lo que Putin intenta subsanar cien años después.
“¿Ustedes quieren descomunización? Nos parece muy bien. Pero no hay que quedarse a medio camino. Estamos dispuestos a enseñarles lo que significa para Ucrania una completa descomunización”, proclamó, en alusión a que Moscú se propone restablecer su control sobre sus “territorios históricos” en el país vecino.
Muerte de los padres de la desintegración
En menos de una semana han muerto dos de los tres firmantes de la carta de defunción de la URSS del 8 de diciembre de 1991, el bielorruso Stanislav Shushkévich y el ucraniano Leonid Kravchuk. El tercero, el ruso Boris Yeltsin, falleció en el 2007.
“La Unión Soviética aún existe en las conciencias y en la propaganda de dirigentes como Putin o (el presidente bielorruso Alexandr) Lukashenko. Ellos siguen descontentos con la caída de la URSS. Quieren gobernar para siempre. Así no se crea una democracia”, comentó Shushkévich en el 30 aniversario de la disolución soviética.
Lo que todos los altos funcionarios salidos de las cloacas del Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) consideran una “traición” en toda regla, sus artífices la vieron como la única forma de evitar una “guerra civil”.
No por mucho tiempo. La guerra en el Donbás estalló en el 2014. Precisamente, Kravchuk dirigió durante varios años la delegación ucraniana en las negociaciones de paz de Minsk entre Kiev y los separatistas prorrusos.
Putin no envió ningún telegrama de condolencias tras el fallecimiento del expresidente ucraniano. “El hombre no importa ¡Patria y poder!”, así definió Kravchuk la política del líder ruso.