Meses atrás, Sofía Okhrimenko se preocupaba por resolver ecuaciones en su primer año de Matemáticas en una universidad de Lviv, Ucrania, pero sus responsabilidades cambiaron de forma radical con la guerra, que la desterró inesperadamente a Brasil junto a dos de sus hermanos menores.
“Me siento responsable, mis padres confían en mí y mis hermanos también”, dice esta joven de 18 años, encargada ahora de cuidar de los mellizos Valeria y Vladyslav, de 16, a más de 10,000 kilómetros de su casa y de sus padres.
“Trato de hacerlo lo mejor que puedo”, asegura esforzándose con el inglés Sofía, de tez blanca y cabello rubio, en un salón de la iglesia que los acogió en Sao Jose dos Campos, en el interior de Sao Paulo.
Sus padres, en tiempos normales una maestra y un vendedor de muebles, actúan como voluntarios en un templo en Ucrania, brindando ayuda a personas sin hogar o sin comida. Con ellos está la menor de sus hijos, de cuatro años.
La familia se dividió cuando los tres hermanos partieron a finales de marzo sin fecha de retorno a esta ciudad industrial de Brasil, un destino impensado en otras circunstancias.
Llegaron dentro de un grupo de 33 ucranianos, formado por mujeres, niños, adolescentes y ancianos. Fueron recibidos por una iglesia de culto evangélico, miembro de una red internacional, que les ofrece apartamentos gratuitos y donaciones de los fieles.
La temperatura más cálida y el cielo especialmente azul en esta jornada reconfortan a Valeria. Pero destaca sobre todo “la seguridad” del lugar, lejos de los misiles y bombardeos en su país.
Aunque piensa en los suyos en medio de esos peligros, se mantiene optimista: “Rezar en esta atmósfera de calma es muy tranquilizador. Creo que Dios les está ayudando y dándoles fuerzas y esperanzas”, dice la adolescente en ruso, la segunda lengua de Ucrania.
El desafío más terrenal que Valeria afronta estos días es despertarse en la madrugada para asistir a las clases virtuales de su escuela en Ucrania, cuenta.
Algo somnolienta en el comienzo de la tarde, escribe en su cuaderno frases en portugués que repite a coro junto a sus coterráneos en clases para insertarse en el nuevo entorno.
Mientras dure la espera para volver, Valeria aspira incluso a realizar algunos sueños: “Conocer el mar y, tal vez, escalar alguna montaña”, dice sonriente.
Incertidumbre y esperanza
Unos 5.5 millones de personas dejaron Ucrania por la guerra con Rusia, según la Agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur. En su mayoría, huyeron a Polonia (más de tres millones) y a otros países de Europa del este.
Ningún país latinoamericano figura entre los principales destinos de los refugiados. A Brasil llegó una pequeña minoría: el ministerio de Relaciones Exteriores otorgó hasta el jueves pasado 141 visas humanitarias.
Se encuentran principalmente en ciudades de Paraná (sur), donde vive la mayor comunidad de ascendencia ucraniana en Brasil; Minas Gerais (sudeste) y Sao Paulo (este).
“Extrañamos Ucrania, pero aquí nos sentimos bien y seguros, sentimos amor”, dice Ihor Nekhaev, de 62 años, el único hombre adulto del grupo en Sao Jose.
El gobierno ucraniano prohibió la salida a los hombres de entre 18 y 60 años. Entre ellos, a su hijo mayor, Nikolai (40), quien era distribuidor de agua mineral y ahora rescata personas y recoge cuerpos en zonas álgidas del conflicto.
“Sentimos miedo por él”, dice Svetlana (60), esposa de Ihor, vestida con una pieza de algodón gris que recogió de entre las donaciones.
Las noticias sobre la guerra ocupan la pantalla en la sala del apartamento donde la pareja se instaló junto a una hija y dos nietos adolescentes, abstraídos en sus teléfonos celulares.
“Pensamos en volver cuando todo acabe, pero no sabemos si tendremos un lugar adonde volver. La región de Donetsk (este), donde se encuentra nuestra ciudad, está siendo destruida”, lamenta la mujer.
El matrimonio ya había dejado su casa en el 2014, en medio de una insurgencia separatista. Como aquella vez, se resignan a esperar.
“Cada día trae algo nuevo y un aprendizaje interesante”, dice Svetlana, esperanzada en que “la guerra acabe pronto y Ucrania se recupere para ser mejor”.
Ihor asiente. Sorprendido por el país de acogida, se siente fascinado por los colores del carnaval celebrado recientemente. “Siempre llevaré a Brasil en mi corazón”, afirma.