Puede que la temporada de campaña presidencial en México acabe de empezar, pero tras la contundente derrota del domingo de la coalición opositora en las elecciones a gobernador en el Estado de México, el mayor caladero de votos del país, se puede desde ya decir mucho sobre cómo posiblemente acabe: con la victoria del candidato del partido Morena del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Aun así, es probable que el próximo Gobierno de Morena sea muy diferente del encabezado por el populista iconoclasta que se pasa las mañanas en un atril arremetiendo contra la oligarquía, la corrupción de los Gobiernos anteriores, los funcionarios estadounidenses irrespetuosos e incluso la “aspiracionista” clase media.
Para el 1 de octubre de 2024, la era del fuego y el azufre puede que haya terminado.
En su lugar, a falta de la extraordinaria capacidad del presidente para crear apoyo político a partir del afecto personal y la hostilidad hacia la élite gobernante, quien le suceda tendrá que cumplir en política.
“Mi impresión es que deberíamos ver un proceso de normalización”, afirma el politólogo Jesús Silva-Herzog Márquez. “Habrá una negociación indispensable con la oposición. El proceso de toma de decisiones se basará más en la racionalidad administrativa”.
Hay muchas cosas que aún no sabemos. Por ejemplo, si Morena conseguirá el año que viene la supermayoría constitucional en el Congreso que López Obrador espera, o incluso si logrará la mayoría. Y la pregunta del millón: ¿cuál de los aspirantes presidenciales de Morena -conocidos como “corcholatas” en una jerga política que recuerda los viejos tiempos en que los presidentes en ejercicio del PRI, dominante durante mucho tiempo, “destapaban” a su sucesor ungido- se llevará finalmente el premio?
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Se cree que Claudia Sheinbaum, que preside el Gobierno de Ciudad de México, es la favorita del círculo presidencial. Pero sus credenciales izquierdistas y su cacareada lealtad a López Obrador asustan a la clase empresarial, que prefiere al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard. Sin embargo, se dice que las bases de Morena desconfían de él, pues lo consideran patricio y potencialmente infiel a la causa del presidente.
Más allá de quién se lleve el premio, el proceso plantea otra pregunta no trivial sobre el nombramiento, que nos dicen que se determinará a través de dos rondas de “consulta” popular a partir de julio, pero que muchos temen que se ciña a la voluntad del presidente. “¿El proceso de selección será genuino o dejará bajas?”, se pregunta Lorena Becerra, responsable de encuestas del diario Reforma de Ciudad de México. “¿Habrá algún tipo de indisciplina?”.
Dos comodines pueden alterar las expectativas y provocar luchas internas: El líder de la mayoría en el Senado, Ricardo Monreal, y Adán Augusto López, a quien López Obrador arrebató la gobernación de su estado natal, Tabasco, para convertirlo en secretario de Gobernación. Monreal ya coqueteó con pasarse a la oposición, antes de volver al redil. Y se rumora que Ebrard podría también dar el salto si le pasan por encima.
El martes, Ebrard anunció que dejará la cancillería el próximo lunes para concentrarse de lleno en la campaña, y pidió que el proceso de selección de Morena sea equitativo y tenga reglas claras, y que la encuesta para decidir al candidato sea “amplia, transparente y verificable.”
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La coalición opositora -conocida como “Va Por México”- quiere pensar que la impugnada selección del candidato de Morena podría abrirle un camino a la victoria. Después de todo, me dijo uno de sus líderes, los partidos de oposición sumaron más votos que Morena y sus aliados en las elecciones intermedias a la Cámara de Diputados de 2021, lo que puso fin a su supermayoría constituyente. No hay que descartarlos, me comentó.
Pero la coalición opositora no ha cuajado del todo, y hasta ahora no ha logrado incorporar a Movimiento Ciudadano (MC), que obtuvo el 7% de los votos para el Congreso en las elecciones intermedias, pero que recela de unir fuerzas con partidos tan estrechamente asociados en la memoria de los votantes con la corrupción y el elitismo. “La destrucción de la oposición podría ser brutal”, dijo el diputado de MC Jorge Álvarez Máynez.
Sin embargo, aunque es probable que las élites empresariales e intelectuales de la oposición pierdan, podría relajarse un poco ante la perspectiva de la continuidad del Gobierno de Morena.
Para empezar, el Gobierno de López Obrador no ha sido ni la mitad de malo para sus intereses de lo que quieren afirmar. Los intelectuales urbanos han perdido ventaja; el Gobierno ha tomado medidas moderadas contra la evasión y la elusión fiscal.
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Pero no ha elevado los impuestos a las empresas ni a los ricos. Además, ha mantenido una de las políticas fiscales y monetarias más estrictas del hemisferio, así como las políticas comerciales liberales heredadas de Administraciones anteriores.
Esto no es lo que se esperaría de un incendiario izquierdista. Es más, a falta de la enorme popularidad de López Obrador, el próximo presidente de Morena gobernará dentro de un espacio mucho más restringido.
AMLO, como se conoce al presidente, ha pasado gran parte de su presidencia peleándose con las élites, los corruptos, el neoliberalismo, las empresas mineras extranjeras, una clase media urbana con aspiraciones... la lista es larga. Eso bastó para asegurarse el afecto de franjas de mexicanos pobres que se han sentido ignorados, marginados, dejados de lado por esas mismas cohortes. “Juega en el terreno de la identidad, no de la eficacia”, dijo Silva Hérzog Márquez.
No importó que a México le fuera pésimo con el COVID, ni que a la económia del país la salvaran solo los millones de migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos. No importó que la esperanza de vida se redujera al doble de la media mundial, que la financiación pública de la sanidad y la educación disminuyera o que la tasa de asesinatos se mantuviera en la estratosfera.
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A pesar de las malas notas de la gestión gubernamental, el afecto, y los cheques a las familias pobres de un par de cientos de dólares al mes, garantizaron al presidente un férreo índice de popularidad de alrededor del 60%.
Ni Sheinbaum ni Ebrard tendrán este lujo. Como señala Monreal, quien sea el próximo presidente tendrá que buscar un diálogo con los segmentos de la sociedad mexicana que el presidente ha ignorado. Una tarea clave, argumentó, “es recuperar la confianza de la clase media, que cree que estamos en su contra”. Para ello será necesario cumplir.
Mario Delgado, dirigente nacional de Morena, coincidió en que el próximo gobierno de Morena podría seguir un libro de jugadas diferente al de un presidente empeñado en desmantelar un Estado corrupto en contubernio con las élites económicas. “Lo que está impulsando es una transformación profunda, por eso necesitaba tanta polarización”, dijo Delgado. “Necesita el apoyo del pueblo. No lo iba a hacer con los beneficiarios del statu quo”.
Sin embargo, AMLO entiende que la tarea del próximo presidente será distinta, agregó Delgado. “Por eso dice que quizá quien lo suceda tendrá que alinearse un poco hacia el centro”.
Por Eduardo Porter
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