Las vacas de Juan Manuel Berguio sufrieron 25 ataques de lobos que acabaron con el rebaño que cría en las verdes colinas de las afueras de la ciudad medieval de Ávila, en el centro de España. Eso fue en 2019. Desde entonces, ha intentado todo para mantenerlos alejados, desde localizadores GPS hasta perros mastines, cámaras de rastreo y vallas especiales. Pero dice que sigue perdiendo animales.
“Los lobos saltan muros y vallas sin siquiera tocarlos, y no tienen miedo de nada”, dice Berguio mientras desafía la lluvia helada en una tarde de febrero para conducir a sus vacas a través de los campos, llamando a cada una por su nombre. “Aquí vemos ataques a diario”.
Al menos 65,500 animales de granja fueron atacados por lobos en Europa el año pasado. Los incidentes con lobos son un fenómeno creciente que las autoridades de la Unión Europea atribuyen al aumento de la población y al desplazamiento de manadas a zonas agrícolas.
La estricta protección de los lobos en la UE se remonta al menos a 1992, pero más recientemente el bloque integró la restauración de la biodiversidad en su apuesta de € 1 billón para lograr la neutralidad climática del continente para 2050. Los grandes depredadores son un elemento clave de la estrategia de biodiversidad de € 115,000 millones del bloque, porque su presencia garantiza la salud de toda la cadena alimentaria; ecosistemas sanos ayudarán a proteger la región de los efectos del cambio climático.
“A todos los presentes en esta sala nos gusta un mundo con leones, tigres, pumas y jaguares”, declaró en febrero Humberto Delgado Rosa, director de Biodiversidad de la Comisión Europea, ante una comisión parlamentaria de la UE. “¿Qué mensaje estaríamos dando al mundo si no pudiéramos hacer frente a nuestros propios grandes carnívoros?”.
Gracias a la protección de la UE, en unas pocas décadas los lobos han pasado de ser considerados una plaga —cazados, envenenados y exterminados— a estar bajo la protección más estricta de las especies amenazadas, con lo que el número de animales se ha recuperado y las manadas se han expandido. Aunque los defensores de la biodiversidad consideran positivo este cambio, muchos agricultores afirman que la protección ha ido demasiado lejos. Esta controversia se está convirtiendo ahora en una cuestión política. Muchos agricultores, y algunos políticos, quieren cambiar la política de la UE para que sea más fácil matar a los lobos.
El aumento de los ataques de lobos ha contribuido a alimentar las mayores protestas agrícolas de los últimos años, con agricultores ya furiosos por el aumento de los costos y la mayor burocracia. En las últimas semanas, agricultores indignados han bloqueado las carreteras de las principales capitales europeas con tractores, ovejas y vacas.
“Los políticos dicen que defienden las zonas rurales y es mentira”, se queja Berguio. Su provincia, Ávila, se ha convertido en epicentro de los ataques de lobos: el año pasado se registraron 1,400.
Pero el incidente que lo cambió todo e hizo que el control de los lobos cobrara más importancia dentro de la política de la UE ocurrió lejos de allí. En setiembre de 2022, un lobo conocido como GW950m ingresó a una granja de la Baja Sajonia alemana y mató a Dolly, un poni marrón con una distintiva marca blanca en el hocico que pertenecía a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo del bloque.
Después, Von der Leyen se involucró personalmente, emitiendo declaraciones y enviando cartas a los miembros del conservador Partido Popular Europeo al que pertenece. Un año después, la Comisión publicó un informe de 100 páginas sobre el estado del lobo en Europa y propuso formalmente rebajar su estatus de protección en diciembre. Esto permitiría a los países con muchos lobos establecer cuotas de caza.
“La concentración de manadas de lobos en algunas regiones europeas se ha convertido en un peligro real, especialmente para el ganado”, declaró entonces Von der Leyen. “Para gestionar más activamente las concentraciones críticas de lobos, las autoridades locales han estado pidiendo más flexibilidad; el nivel europeo debería facilitarlo”.
Un portavoz de la Comisión calificó la protección del lobo en la UE de “éxito de la conservación”. Pero, según el portavoz, “esta expansión ha provocado, sin embargo, un aumento de los conflictos con las actividades humanas, sobre todo en relación con los daños causados al ganado, con una fuerte presión sobre zonas y regiones específicas”. Esta realidad cambiante sobre el terreno justifica ahora una adaptación del estatuto jurídico de protección”.
A continuación, la Comisión quiere que los Estados miembros de la UE presionen para que se modifique el Convenio de Berna, el tratado que regula la conservación de la fauna salvaje en la región europea en sentido amplio. De este modo, el lobo pasaría a considerarse “protegido”, frente al estatus actual de especie “estrictamente protegida”, y los países con poblaciones sanas podrían autorizar la caza con más facilidad. El momento elegido ha llevado a los críticos a afirmar que la Comisión tiene la mirada puesta en las elecciones al Parlamento Europeo de junio.
Se espera que el Partido Popular Europeo, de tendencia conservadora, obtenga el mayor número de escaños en junio. Von der Leyen es la favorita, y una victoria le daría un mandato al frente de la Comisión. Las encuestas muestran que Los Verdes europeos pierden escaños y los partidos de extrema derecha los ganan, lo que hace temer que el Parlamento Europeo frene la acción climática en el continente durante esta década crucial.
Los conservadores europeos están utilizando a los lobos como “herramienta de campaña” para movilizar al electorado contra las políticas verdes, afirma Thomas Waitz, diputado de Los Verdes en el Parlamento Europeo. “Todo el debate en torno a los lobos ha sido muy populista”, afirma Waitz, que vive en Austria. “Se basa mucho en sentimientos, miedos ancestrales y narraciones de la cultura popular que se remontan a los cuentos de hadas de los hermanos Grimm”.
“A los conservadores les interesa ir a los ganaderos y decirles que han rebajado el estatus de protección del lobo”, afirma Sergiy Moroz, responsable de políticas de la Oficina Europea de Medio Ambiente, que representa a organizaciones ecologistas en Bruselas. “Pero la caza es una solución falsa y la ciencia al respecto no ha cambiado; lo que ha cambiado es que se acercan las elecciones”.
Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo abre las puertas de madera blanca de su palacio rural de 270 hectáreas con el gesto cortesano de quien disfruta con el protocolo. El duodécimo marqués de Valdueza, de 84 años, solía guiar a caballo la trashumancia de sus inconfundibles vacas negras avileñas, y está deseoso de mostrar recuerdos del largo legado de su familia en la agricultura y la caza.
Las paredes de piedra de su gigantesco salón están tapizadas con cientos de trofeos de caza: las cabezas disecadas de tres linces, dos lobos y una pata de ciervo. Todos los mató su abuelo en la época en que el gobierno fomentaba la caza. Señala con orgullo los óleos de sus antepasados, una dinastía noble española que se remonta a más de cinco siglos.
La caza es algo más que dinero y manejo de especies, dice Álvarez de Toledo mientras recorre las salas.
La caza no es un deporte, es algo que le cala muy hondo, porque desde la noche de los tiempos el hombre ha cazado para sobrevivir, reflexiona. “Hoy es diferente, claro. Defender la caza también significa defender la conservación de la naturaleza y las especies”.
Los cazadores son los más interesados en preservar la salud de los ecosistemas, argumenta. Matar docenas de lobos de una vez, como era habitual hace décadas, no tiene sentido porque a largo plazo extinguirá la caza.
Cuando era legal, los permisos de caza del lobo costaban unos € 10,000 (US$ 10,838). Eso, sumado a los gastos de alojamiento y comida que pagaban las grandes partidas de caza, solía ser una fuente esencial de ingresos para los pueblos pequeños. Era una forma de mantener en marcha las economías rurales europeas ante el envejecimiento de la población.
“Nuestros ganaderos están abandonando el pastoreo, lo que representa una gran pérdida de biodiversidad”, afirma Herbert Dorfmann, diputado conservador de los Alpes italianos, otro epicentro de ataques de lobos. “Tiene que haber un equilibrio: de momento la protección del lobo está al nivel 100 y la de las ovejas al cero”.
Europa necesita a sus ganaderos y pastores. El pastoreo extensivo puede reducir la enorme huella de carbono de la carne de vacuno. Los animales que andan libremente por las montañas necesitan mucho menos pienso que los criados en granjas, lo que se traduce en menos emisiones de gases de efecto invernadero que calientan el planeta. También mantienen los bosques limpios de maleza y ayudan a prevenir los incendios forestales. Pero el pastoreo extensivo hace que los animales de granja sean más vulnerables a los lobos, y los ganaderos creen que permitir cierta caza les permitiría seguir con esta práctica.
Por el momento, las normas de la UE solo permiten la caza de animales específicos que se haya demostrado que son muy dañinos para el ganado. Muchos países exigen una orden judicial, lo que hace el proceso largo y burocrático. Pero los lobos son depredadores inteligentes que se desplazan por grandes extensiones de terreno, y se sabe que algunos se mueven por todo el continente. Esto dificulta su captura.
En el caso del lobo GW950m, un tribunal local expidió un permiso de caza solo después de que los análisis de ADN demostraran que no solo había matado al poni de Von der Leyen, sino también al menos a otras 12 ovejas y vacas de la zona. La autorización expiró en enero antes de que los cazadores pudieran encontrarlo. El lobo sigue vivo.
Según Torbjörn Larsson, presidente de la Federación Europea de Caza y Conservación, con sede en Bruselas, rebajar el estatus de protección del animal facilitaría a los ganaderos matar a los lobos que atacan repetidamente al ganado. Eso ayudaría a que la población local se sintiera directamente implicada en la lucha contra la amenaza, en lugar de ver las soluciones como algo impuesto por los de fuera.
“La conservación no es un problema ahora”, afirma Larsson. “Pero si no pasa nada, si este proceso no da un paso adelante, las tensiones y los conflictos no harán más que aumentar”.
Hay otra solución que no pasa por más caza, dicen los ecologistas, los diputados Verdes de la UE, el Gobierno central español e incluso algunos ganaderos. La UE ya indemniza a los ganaderos por cada animal que haya sido matado por un lobo, con € 18.7 millones desembolsados en 2022, y entrega ayudas económicas para invertir en medidas que eviten los ataques.
Estos fondos son necesarios porque las vallas y los perros mastines que mantienen alejados a los lobos fueron abandonados donde se extinguieron los depredadores. Volver a introducirlos es costoso y difícil para los ganaderos que luchan por llegar a fin de mes. Aunque estas soluciones son eficaces para los ganaderos de ovino porque las ovejas tienden a permanecer juntas en grupos cerrados, no funcionan tan bien para las vacas, que deambulan por los campos en pequeños grupos o solas.
La gente se acostumbró a la ausencia de lobos y volver a la coexistencia es muy difícil, afirma Teresa Ribera, ministra española para la Transición Ecológica.
En la región española de Castilla y León, cerca del 80% de los lobos viven en una pequeña zona al norte del río Duero. Los lobos nunca han desaparecido, pero allí solo se registra el 20% de los ataques. La zona al sur del Duero, mucho más extensa, contiene solo el 20% de la población de lobos y registra cerca del 80% de los ataques.
Ribera afirma que es horrible y bastante emotivo cuando se produce la pérdida de un perro, un poni o una vaca, y añade que las autoridades necesitan mejor información antes de tomar cualquier medida. Se Necesitan datos, enfatiza. No se puede tomar decisiones basados en las emociones.
Los informes existentes no justifican un cambio en el estatus de protección del depredador, dice Carolina Martín, bióloga y activista medioambiental de Ecologistas en Acción, con sede en la pequeña pedanía de Monleras, en Castilla y León. Además, la conservación va más allá de los números, afirma. La presencia de enfermedades genéticas es una señal de que la especie sigue siendo vulnerable. Las cámaras de rastreo han captado imágenes de lobos con sarna, una enfermedad de la piel.
Ese es un indicador de que el estado de conservación no es positivo, dice Martín. Incluso bajo una protección estricta, los lobos sufren muchas tensiones, como la presión humana sobre su hábitat natural y la caza ilegal, destaca.
Abierta detractora de la caza del lobo, Martín prefiere hablar en la intimidad de su casa que en el único bar del pueblo. Camina en la cuerda floja entre su activismo y la convivencia con los 200 habitantes de Monleras. Muchos de sus vecinos no están de acuerdo con ella y la llaman “la Loba” a sus espaldas. Ella dice que le gusta el apodo.
Con los años se ha vuelto más cautelosa. En 2021, justo después de que el Gobierno español prohibiera la caza del lobo en las pocas zonas donde aún estaba permitida, dos vecinos llevaron ovejas muertas a su puerta, entraron en su casa, la arrastraron fuera y la obligaron a mirar los cadáveres. Tras este hecho, limitó sus apariciones en los medios de comunicación y sus publicaciones en las redes sociales.
Al norte del río Duero y aún dentro de Castilla y León, un pequeño enclave ofrece una muestra de cómo es la convivencia entre lobos, humanos y ganado. En Santa Colomba de Sanabria, donde viven 60 personas, Alberto Fernández tiene un rebaño de unas 700 ovejas. En los últimos 12 años solo ha perdido diez animales en un solo ataque, un récord impresionante para alguien que trabaja junto a la Sierra de la Culebra, una zona con una de las mayores densidades de lobos de Europa.
Se ha convertido en un popular destino de observación de lobos. Incluso antes de que se prohibiera la caza, los ecoturistas aportaban más ingresos que los cazadores, según un estudio de 2012. El Centro del Lobo Ibérico, una instalación cercana propiedad del Estado que alberga a 14 lobos en grandes cercados, ha recibido más de 240,000 visitantes desde 2015.
Aun así, pastorear en territorio de lobos es un trabajo duro, dice Fernández. Todos sus campos, calificados como territorio de pastoreo extensivo según la normativa de la UE, están protegidos por vallas electrificadas y ocho perros mastines gigantes. Todas las noches de invierno, Fernández y su mujer llevan el rebaño a un almacén.
“Claro que es duro”, dice mientras conduce su gigantesca camioneta todoterreno en una fría noche de luna. “Más aún cuando pienso en los pastores de más al sur, que no tienen que hacer todo esto porque no tienen lobos”.
Fernández conduce el vehículo entre viejos robles y campos embarrados hasta encontrar el rebaño. Las ovejas y los mastines mueven la cola cuando él y su mujer abren la puerta y ayudan a los perros a guiar a las ovejas.
Las colinas que los rodean son negras como el carbón, pero las ovejas parecen tranquilas; los perros, los humanos y el zumbido del motor las mantienen a salvo. Solo una vez Fernández vio la silueta de un lobo olfateando el rebaño, y un mastín de inmediato comenzó a perseguirlo.
Alimentar a los perros le cuesta a Fernández unos € 12 al día, pero recibe fondos de la UE que cubren en parte el gasto. La gente como él debería recibir más compensaciones, afirma. Los pastores tradicionales ayudan a mantener limpios los bosques y las montañas y, al impedir que los lobos se coman el ganado, trazan límites más claros entre la naturaleza y los humanos.
“Todos estos ganaderos que se quejan de los ataques están, en última instancia, alimentando a los lobos”, afirma. “Está muy bien que la sociedad moderna diga que quiere que los lobos vivan, pero no basta con protegerlos. Mantener vivos a los lobos exige gestionar activamente la naturaleza... y pagar por ello”.
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