Siete de la mañana, el café ya está caliente. Rafael Silva, un auditor jubilado, enciende el televisor. En otro sector de la Ciudad de México la anciana Amalia Meléndrez ya se bañó y hace lo mismo. La traductora Ana Errasti se conecta a YouTube y en Nueva York, el ingeniero Raúl Juárez accede desde su casa, automóvil o el tren.
Ninguno sigue una telenovela exitosa. Todos escuchan al presidente de México.
Andrés Manuel López Obrador, de 67 años, ha establecido un canal directo para hablar con sus seguidores, las llamadas “mañaneras”, conferencias que ha sostenido todos los días laborables -más de 500 veces- desde que asumió el poder el 1 de diciembre de 2018.
Cada mañana se planta ante la prensa durante unas dos horas, contesta todo tipo de preguntas, explica políticas, da orientaciones, enseña historia y arremete contra sus contrarios. Todo con un lenguaje popular que entiende desde el campesino al catedrático.
Sus detractores las consideran propaganda repetitiva y una plataforma para atacar a quienes lo cuestionan. Pero nadie duda de dos cosas: son populares y marcan agenda.
“Es mi serie favorita”, dijo entre risas Errasti, de 46 años. “Cualquier reportero puede ir y cuestionar directo al presidente y él muestra su parte humana, sin guion”.
Durante décadas en México predominó el control oficial de los grandes medios y hubo un distanciamiento entre la ciudadanía y los gobernantes, que podían pasar años sin someterse al escrutinio de la prensa. López Obrador, que ganó las elecciones de forma abrumadora con la promesa de transformar un país marcado por décadas de corrupción, dio un giro completo a la comunicación del gobierno.
“Esto no se había visto en México jamás y es parte de lo que nos tiene enganchados a mucha gente”, agregó la intérprete.
Dirigirse directamente al pueblo no es nuevo. Lo hizo el estadounidense Franklin Delano Roosevelt en 1933 en sus “conversaciones en la chimenea” para informar cada varios meses sobre la economía o la guerra a través del medio puntero de la época, la radio.
En 1999 el venezolano Hugo Chávez lanzó su “Aló Presidente”, un programa televisivo semanal al que le siguieron espacios parecidos de líderes latinoamericanos de Costa Rica, Brasil o Perú.
Ahora es López Obrador quien cada mañana entra a uno de los salones más grandes del Palacio Nacional, saluda, se sube a la tarima y empieza a hablar sin sentarse, sin tomar siquiera un sorbo de agua.
Luego todo puede pasar: explicar medidas, atender peticiones, anunciar la rifa de un avión, leer poesía, agitar su pañuelo blanco “limpio de corrupción”, mostrar estampitas de santos para protegerse del coronavirus o exhibir una cámara espía que alguien dejó de regalo en uno de los salones.
“Las noticias están muy filtradas por los medios así que no hay nada como ver directamente lo que hace”, dijo Gustavo Silva, un chofer desempleado que desayuna a diario con su hermano y el presidente de fondo.
Cuando López Obrador fue alcalde de la capital entre 2000 y 2005 instauró el mismo ejercicio, pero ahora las “mañaneras” son mucho más populares.
Milenio, un diario crítico del gobierno, indicó en noviembre que su audiencia se había triplicado con respecto a 2019 con casi 800.000 reproducciones diarias en promedio en su cuenta oficial de Facebook. Si a eso se suman más de dos millones de suscriptores en YouTube y los de Spotify y otras redes y portales, fácilmente pueden superarse los tres millones, más espectadores que los de algunas de las telenovelas más vistas.
El Ejecutivo estima que podrían estar cerca de las 10 millones de personas, aunque este dato es imposible de confirmar.
A Silva le gusta escuchar cómo va el precio de la gasolina, el avance de las obras de infraestructura o dónde se asfaltan caminos.
Meléndrez, una maestra jubilada de 78 años y gran admiradora del mandatario, disfruta cuando exhibe a corruptos o a quienes no pagan impuestos.
“Es muy bonito ver todos los días las estrategias del gobierno para cortarles el paso a toda esta gente que se dedicó a saquear el país”, coincidió Juárez, que lleva 30 años viviendo en Estados Unidos.
Otros las consideran irrelevantes como Alfredo Coutiño, de la calificadora Moody’s, quien sostuvo que son repetitivas y ofrecen “poca información objetiva sobre los grandes temas de la economía”.
Y no falta quien las sigue más por entretenimiento que por convicción.
Edgar Quiroz, encargado de ventas de un taller de un suburbio de la capital, relató que cada mañana cuando llega su jefe le pregunta “¿cómo le fue en misa de siete?”. “Mi jefe lo imita, aprende sus frases y yo creo que lo ve más por morbo que otra cosa, porque el 70% aquí estamos en desacuerdo, aunque hay veces que sí reconocemos ‘eso estuvo bien’”, agregó.
A los lados del presidente suelen ubicarse tantas sillas como colaboradores lo acompañan. Junto a la tarima, su vocero, Jesús Ramírez, está siempre pendiente para proyectar cualquier información, preparada o no, que pida el mandatario.
Frente a ellos se ubican periodistas, youtubers, activistas críticos o “AMLOvers”, como se conoce a sus más acérrimos seguidores, muchos de los cuales esperan durante horas afuera del Palacio Nacional para sentarse en la primera fila.
Tampoco falta quien ha hecho de las “mañaneras” su trampolín a la fama como el autodenominado “Lord Molécula”, conocido por su traje y pajarita y sus preguntas complacientes al presidente, al que incluso le llevó este año un regalo de Navidad.
Teóricamente está prohibido tratar temas de índole personal, pero muchas veces víctimas desesperadas llegan entre lágrimas a contar sus casos. El más recordado fue el de una madre que reclamaba justicia para su hijo encarcelado. De inmediato el mandatario le preguntó a su equipo si podía indultar al joven, “porque, si puedo, lo voy a hacer hoy mismo”. El joven fue liberado días después.
Clara Jusidman, fundadora de Incide Social, una organización no gubernamental especializada en democracia, desarrollo social y derechos humanos, consideró que las “mañaneras” son “una estrategia muy inteligente del presidente porque determinan los temas que van a ser objeto de diálogo”. Además, “se está comunicando con la gente que le cree y eso le permite mantener cierta cohesión”.
El problema, agregó, es que lo importante no es lo que un presidente piensa sino lo que su gobierno hace y cuestionó que López Obrador no ofrezca explicaciones y recurra a la frase “yo tengo otros datos” cuando lo confrontan.
“Este gobierno no está haciendo el tipo de censura directa que gobiernos pasados han hecho y eso es positivo”, explicó Jan-Albert Hootsen, representante del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en Inglés) en México. Pero las “mañaneras” no sirven para rendir cuentas, lamentó, y sí para descalificar a los críticos.
Es “una especie de ‘wild west’ de puros señalamientos”, agregó, una violencia verbal peligrosa en un país donde se siguen matando periodistas, 20 durante esta administración según el recuento del CPJ.
En dos años las arremetidas contra la prensa han crecido y el discurso se ha polarizado.
Pero el vocero presidencial aseguró que el presidente tiene derecho a expresar lo que piensa y rechazó hablar de propaganda, aunque reconoció que las “mañaneras” son un espacio para educar a la ciudadanía.
Cada conferencia matutina se prepara cuidadosamente. “Se ve la agenda, los actores políticos, la situación con Estados Unidos, las interpretaciones de la prensa... (esa) es nuestra base para decidir a qué se da respuesta y de qué manera”, sostuvo Ramírez.
Las últimas decisiones se toman en la reunión del gabinete de seguridad de las 6 de la mañana, también diaria. “El presidente cierra girando instrucciones y se decide qué temas pasan a la ‘mañanera’ y cuáles no”, dijo Ramírez.
Algunos son imposibles de evitar, sobre todo las cuestiones de seguridad no exentas de críticas. Como cuando López Obrador se hizo responsable de la orden de liberar a un hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán horas después de su arresto en octubre de 2019 porque el Cártel de Sinaloa había puesto en jaque a la ciudad de Culiacán y desplegado hombres con armamento pesado que sembraron el terror y efectuaron numerosas balaceras.
“El presidente dejó claro que había que dar la cara” e informar desde el primer momento, subrayó Ramírez. “Si no hablas, otro va a llenar el vacío, era más importante salir a explicar”.
La decisión, que según el mandatario fue tomada para salvar vidas, fue vista por muchos como un símbolo de debilidad. Pero que el jefe del ejército se sometiera a las preguntas de la prensa, no sólo contradijo la estrategia de los gobiernos anteriores sino también la costumbre de las fuerzas armadas de no dar explicaciones a los medios.
Durante la pandemia el interés por las “mañaneras” aumentó y se llegaron a celebrar por la tarde tres conferencias diarias más, una de ayudas sociales, otra de créditos y la tercera de salud. Sólo la vespertina sobre COVID-19 permanece. Las otras desaparecieron por desgaste, reconoció el vocero.
Jusidman consideró que esos espacios se desaprovecharon, sobre todo el del presidente, con mensajes confusos y a veces hasta contradictorios porque con que López Obrador hubiera usado cubrebocas miles lo hubieran imitado.
La huella que dejarán las “mañaneras” en la política mexicana todavía es incierta.
“Difícilmente los mexicanos aceptarán nuevamente una situación en la que la figura de Presidente de la República es completamente lejana a la sociedad, intocable y sin espacios de interlocución”, estimó el representante del CPJ.
Errasti tiene la misma sensación. “Ya no me imagino un gobierno que no informe”.