El Mercado Central de San Salvador es un río, un flujo incesante de colores, de aromas y texturas; un escenario de una danza de compradores y vendedores, que luchan por conseguir comida o dinero para vivir al día.
Una batalla que ahora, además, se ve atizada por el llamamiento de su presidente, Nayib Bukele, a bajar los precios de los alimentos para “sanar” la economía.
“Espero que mañana los alimentos estén a precios más bajos de lo que están ahora”, sentenció Bukele en una cadena nacional de radio y televisión el 5 de julio pasado en la que amenazó con aplicar más que multas a “importadores, mayoristas y comercializadores de alimentos” que, a su juicio, abusan de los precios.
En poco más de dos años, la situación económica se ha convertido en la mayor preocupación de los salvadoreños tras la caída de los índices de violencia y también es visto como el principal fracaso de la era Bukele, de acuerdo con las encuestas.
Según las cifras oficiales, cuando Bukele llegó al poder en 2019 el promedio de la canasta básica alimentaria era de US$ 200.02 y en 2024 marca los US$ 256.02 en el área urbana, mientras que en la zona rural pasó de 144.48 a 182.62 dólares entre 2019 y 2024.
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Mientras tanto, un murmullo recorre incesantemente el Central, como le dicen los capitalinos al epicentro de venta de verdura, frutas y demás, va y viene entre los pequeños puestos de venta de verduras y granos a la orilla de la calle: todo está caro, el dinero no alcanza y se gana poco.
El dinero no le alcanza a los compradores para cubrir sus necesidades, mientras que los vendedores al menudeo ven limitados los márgenes de ganancia a unos pocos dólares al día.
“No le estamos ganando nada”, se lamenta una anciana, quien por décadas ha vivido de vender verduras y con lo que ha mantenido a su familia. Cuando se le pregunta si lo precios han bajado se limita a decir: “Nada”.
Las encuestas, como una de la privada Universidad Francisco Gavidia (UFG), señalan que el 64.3% de los salvadoreños “ha bajado el consumo de algunos productos o servicios debido al aumento de los precios”.
La vendedora, ataviada con un tradicional delantal y cuyo rostro dibuja el trajín de una vida en este mercado, se lamenta del costo de los productos.
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Una caja de tomates pequeña le cuesta 43 dólares, un bulto de pimiento verde 60 dólares, un manojo de cebollas 14 dólares, cuando antes llegó a costar hasta 3 dólares. Lo mismo con la zanahoria, que la paga actualmente a 20 dólares, antes costaba 5 dólares.
Cuando no alcanza a pagar, comenta consiguen el producto fiado (al crédito), pero más caro. Un mayor precio implica una venta más lenta, por lo que el producto se estanca, se daña.
Patricia, quien compra en el Mercado Central de San Salvador, dice que “algunas cosas han bajado un poco, pero la mayoría se mantiene caro”. Y comenta, que “supuestamente los mayoristas le suben (a los precios), pero no hay porqué”.
Lamenta que ha tenido que reducir sus compras a “lo más necesario” como el arroz, fríjol, aceite, huevos, queso y crema, y “carne poco consumimos”. Y señala: “Él dijo (el presidente) que iba a estar todo bien barato, pero no se ha visto”.
La amenaza “no es la solución”
El presidente de la Asociación Cámara Salvadoreña de Pequeños y Medianos Productores Agropecuarios (CAMPO), Luis Treminio, cree que el problema de los precios pasa por la ausencia de una política nacional agropecuario porque “esto es un relajo completo”.
Apunta que “lo que hay que garantizar primero es una soberanía alimentaria para no depender de los de los países productores”.
“Este es el quinto gobierno al que le hemos propuesto la necesidad de la creación de esa política nacional agropecuaria y hasta el momento no nos han oído, los gobiernos se han hecho los locos, parece que a ellos les benefician más que existan las importaciones que promover la producción nacional”, subraya.
De acuerdo con Treminio, “aquí la agricultura se maneja al pensamiento del ministro de Agricultura en turno” y señala que bajo la gestión de Bukele se han nombrado al menos 4 ministros distintos.
Sobre la situación de la agricultura local sostiene que “estamos bastante mal” y que existe una dependencia de las importaciones para cubrir la demanda local.
Esta dependencia es del 90% para hortalizas y verduras, 60% para derivados de la leche, 32% en el caso del maíz, 25% para el fríjol y un 33% en el caso del arroz.
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