Una China con dos caras se ha revelado durante la crisis sanitaria actual de COVID-19: una de generosa donante de ayuda humanitaria, pero también la de una superpotencia que retruca sin dilación a Occidente.
Lejos quedaron los tiempos en que el exnúmero uno chino Deng Xiaoping (1978-1992) promovía una diplomacia marcada por la prudencia, inspirada en un viejo dicho, "Ocultar tus capacidades y esperar tu tiempo".
Pero, el tono cambió con la llegada en el 2012 a la cúspide del Partido Comunista (PCCh) del presidente Xi Jinping, quien comenzó un progresivo cambio de rumbo.
Esto se materializa en la actual guerra de palabras Pekín-Washington, tras las violentas críticas estadounidenses a la gestión de la epidemia por parte de China.
Pero, el gigante asiático envió gratuitamente toneladas de material médico al extranjero, prometió US$ 2,000 millones de ayuda internacional para enfrentar al COVID-19 y ofreció universalizar una eventual vacuna china.
Una estrategia coherente con la política actual de Pekín: utilizar su poderío económico para ganar nuevos amigos en la escena internacional, destaca Jocelyn Chey, exdiplomática australiana.
"La ayuda humanitaria de China, como la de otras naciones, es parte de su poder de atracción, pero también tiene objetivos comerciales y políticos", señala Chey, actualmente profesora universitaria en Sídney.
Esta estrategia ha permitido a Pekín acercar a muchos países a su causa, en particular contra las autoridades taiwanesas o las críticas occidentales por su trato a los uigures musulmanes de Xinjiang (noroeste).
‘Con fuerza’
El ministro de Exteriores, Wang Yi, resumió el domingo la diplomacia china.
"Jamás tomaremos la iniciativa de intimidar a otros. Pero los chinos tenemos principios", dijo. "Ante las calumnias deliberadas, responderemos con fuerza, protegeremos nuestro honor nacional y nuestra dignidad en tanto pueblo".
Desde el año pasado, muchos diplomáticos utilizan Twitter (bloqueada en China), donde defienden con vehemencia la posición de su gobierno.
La prensa oficial los denomina "lobos combativos" en referencia a un filme de acción chino, al mejor estilo Rambo.
Una figura de esta generación de diplomáticos sin complejos es Zhao Lijian, un portavoz del Ministerio de Exteriores, quien provocó una gran polémica al sugerir que atletas militares estadounidenses podrían haber llevado al COVID-19 a China.
Pero, el propio presidente estadounidense, Donald Trump, avivó el sentimiento nacionalista local al mencionar el “virus chino” y, sin pruebas, afirmar que el coronavirus pudo haberse filtrado desde un laboratorio de ese país.
Las críticas estadounidenses están empujando a ambos países "al límite de una nueva Guerra Fría", lamentó el canciller Wang Yi.
“Más potente y segura”
Estados Unidos no es el único blanco de Pekín. En Australia, el embajador chino agitó la amenaza de un boicot a su productos agrícolas después que Canberra solicitara una investigación independiente sobre el origen del coronavirus.
El embajador chino en París fue convocado por el Ministerio de Relaciones Exteriores tras la publicación en la web de su embajada de un artículo que criticaba la respuesta occidental ante COVID-19.
En este contexto, Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, instó el lunes a la UE a desarrollar una estrategia "más robusta" ante Pekín.
"China se vuelve cada vez más poderosa y segura de sí misma. Su ascensión es impresionante y provoca respeto, pero también muchas interrogantes y temores", señaló en un discurso ante embajadores alemanes.
La diplomacia china intenta desviar la atención sobre las críticas de parte de su población a la gestión de la epidemia, afirmó Steve Tsang, especialista en China de la Escuela de estudios orientales y africanos (SOAS) de la universidad de Londres.
“La propaganda agresiva del ‘lobo combativo’ irrita mucho en el exterior, pero es el precio a pagar” para mantener la legitimidad dentro de su propia casa, concluyó.