Pequeños puntos blancos salpican el mar azul frente a las costas de La Habana: en cuanto el tiempo lo permite, los pescadores artesanales se lanzan al agua en improvisadas balsas de poliestireno para suplir la falta de medios y de combustible.
“Antes se pescaba mucho con cámara de camión”, pero “el peligro de la cámara es que se pinchara”, explica Coli Rivera, de 54 años, que acaba de llegar a la orilla después de varias horas de pesca en la costa de Santa Fe, un pueblo en el oeste de La Habana.
Con esta embarcación no hay “peligro” porque “no se vuelca”, añade. A primera vista, esta balsa hecha con media docena de planchas de poliestireno, generalmente usados en la construcción, tablones y unos cuantos tornillos, parece precaria, lista para zozobrar ante la primera ola o ráfaga de viento.
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Sin embargo, con el paso de los años, se ha convertido en una herramienta muy extendida en la costa habanera, y no resulta extraño cruzarse por las calles de la capital con pescadores que las llevan de regreso a sus casas sobre ruedas tras terminar sus faenas. “Siempre salimos cuando el tiempo esta bueno y cuando no hay aire sur, aire de tierra, porque esto puede botarnos para el alto mar”, detalla Rivera, que trabaja como celador en una escuela y se dedica a este tipo de pesca desde hace varios años.
La pesca en estos pequeños esquifes está oficialmente prohibida por las autoridades, que siempre han mantenido un férreo control del litoral de la isla por motivos de seguridad y para evitar la emigración ilegal. Sin embargo, se realiza bajo tolerancia en la capital, en tanto que los pescadores pueden proporcionar así alimentos adicionales a sus familias o percibir ingresos por la venta de sus capturas.
Décadas
Barracudas, pargos, loros, dorados y cojinuas figuran entre los pescados con más frecuencia sobre la costa de La Habana. La mayoría de las veces, los pescadores salen en parejas en estas embarcaciones de un metro de ancho por unos cuatro de largo. Uno de ellos maneja los remos.
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“Un barco normal cuesta mucho dinero” y “no hay dinero”, dice Rivera. Destaca que estas embarcaciones no necesitan combustible, que además es escaso y caro en la isla. Si es verano, en Santa Fe los esquifes se secan delante de las casas o se guardan sobre los tejados a la espera de la próxima salida al mar. En invierno, los vientos y el oleaje impiden cualquier salida.
Pese a su concepción artesanal y su aspecto precario, estas embarcaciones pueden durar décadas. Basta con sustituir de vez en cuando los tornillos corroídos por la sal. Omar Martín, de 46 años, también vecino de Santa Fe desde hace más de un año, compró su barco de segunda mano en 10,000 pesos (unos US$ 80). Este reparador de neumáticos se lanzó al mar a las dos de la mañana y solo capturó algunos peces demasiados pequeños para la venta. Aún así, dice que ofrecerá algunos a sus vecinos.
“La pesca fue malísima. Depende del tiempo. Pesca es suerte”, dice antes de regresar a su casa.