El presidente chino, Xi Jinping, busca equipararse a Mao Zedong con un tercer mandato al frente del país que le permita pasar a la historia a costa de desgastar a sus rivales y alimentar un marcado culto a su personalidad.
El Partido Comunista de China (PCCh) apuntaló la semana pasada a Xi con una “resolución histórica” que cimentará su liderazgo absoluto.
Pero, ¿cómo ha llegado el dirigente a acumular tanto poder?
Para responder a esta pregunta, los expertos se remiten a noviembre del 2011, cuando Xi, hijo de un alto dirigente del régimen, fue escogido por las élites por su pragmatismo y su capacidad para complacer a las diferentes familias que conformaban el Partido.
“El PCCh sentenció que la reforma china transitaba por una fase de ‘aguas profundas’ y que era necesario un liderazgo fuerte. No podía haber titubeos al respecto, ni sobre la concepción vertical del poder que, según el mantra de la China milenaria, no se debe compartir más de lo necesario”, explica el académico español Xulio Ríos.
Con el tiempo, Xi fue cimentando su propia base política, erosionando considerablemente la de sus rivales -apunta el analista-, y logró que en el 2018 se reformara la Constitución para eliminar el límite de dos mandatos presidenciales.
Esto le permitirá mantenerse en el poder más allá del 2023, algo que deberá aprobar definitivamente el XX Congreso del PCCh, cuya celebración está prevista para octubre del año que viene.
“Figuras como la de Jiang Zemin (presidente entre 1993 y el 2003) aún poseen una influencia significativa, pero otras facciones menores no son comparables. Un tercer mandato de Xi supone quebrar un mando más colegiado en el seno del Partido”, señala el experto.
Ríos agrega que ha habido ciertas “reservas” a este cambio, y de ahí algunas de las purgas más recientes, como la del ex viceministro de seguridad pública, Sun Lijun, expulsado del PCCh en octubre y que se enfrentará a juicio por corrupción.
“Se le relaciona con alguna maniobra interna para condicionar las ambiciones de Xi”, asegura el académico.
XI, omnipresente
Aunque el culto a la personalidad ha existido en otros líderes chinos como el carismático Jiang -con su particular estilo desenfadado-, Xi no se anduvo con remilgos y comenzó a promocionar guías teóricas que anunciaban la llegada de una “nueva era” en la que China alcanzaría su completa modernización para 2049, año en que la República Popular conmemorará su centenario.
Además, logró que su “pensamiento político” fuera inscrito en los estatutos del Partido y en la Constitución, lo que ya suponía equipararlo a Mao, el único líder comunista que lo había conseguido.
El dirigente reformista Deng Xiaoping, que apostó por un liderazgo colectivo para evitar los excesos del maoísmo, solo logró que su aportación tuviera el rango de “teoría”, término de menor nivel.
Según los medios oficiales, ahora se busca que Mao pase a la historia como el líder que alzó a China, a Deng como el que la hizo rica y a Xi como el que la hizo fuerte.
Y, sobre todo, que Xi se convierta en “la figura más prominente de la China del siglo del XXI”, según Ríos, algo para lo que ha tenido que “adentrarse” en todas las capas de la sociedad.
Retratado en los nuevos hogares de los aldeanos desplazados dentro del programa de alivio de la pobreza -uno de sus proyectos estrella-, proyectado en gigantescas pantallas sobre las calles de las grandes ciudades, protagonista de todas las noticias de portada del oficial Diario Del Pueblo, loado en inspecciones provinciales en la que es agasajado con bailes tradicionales... la presencia de Xi es hoy omnipresente.
También como salvador del pueblo tras el estallido de la epidemia en la ciudad central de Wuhan, que el año pasado inauguró una exposición sobre “los logros del Partido para doblegar la pandemia” y en el que sobresalían alocuciones, instrucciones y fotografías de Xi para resaltar “su decisiva aportación”.
Su busto igualmente asoma entre los de Mao en los remotos enclaves revolucionarios que reciben a miles de turistas cada año, y su ideología ya forma también parte de los libros de texto que deben estudiarse en escuelas y universidades de todo el país.
Los funcionarios del PCCh han de leer sus discursos y estudiar su programa político que, de acuerdo con la propaganda oficial, ha conseguido limpiar al Partido de la corrupción y ensamblarlo para alcanzar “el sueño del rejuvenecimiento de China” y “la readaptación del marxismo” al contexto chino contemporáneo.
“El culto es mayor, sin duda, que en el caso de otros líderes. Pero si aspira a no solo un tercer mandato sino a más incluso (2035) complicaría un escenario que Deng sí había abordado: el de su sucesión”, remata Ríos.