En una bodega de ladrillo en las afueras de Río de Janeiro, decenas de trabajadores de una caridad cargan camiones con sacos de frijoles, arroz, harina y otros alimentos básicos que serán distribuidos en los extensos barrios pobres de la metrópolis brasileña.
Para miles de residentes de Río, la tercera ciudad más grande de Latinoamérica, los alimentos distribuidos por la organización no gubernamental Ação da Cidadania son fundamentales para evitar una situación crítica que podría resultar tan letal como el nuevo coronavirus: el hambre.
Los confinamientos han arrasado los ingresos de los pobres en Brasil, dejando a muchos de los 38 millones de trabajadores informales del país sin empleo.
Aquí, al igual que en toda América Latina, un creciente número de personas no está segura de cómo conseguirá su próxima comida.
En Brasil, se lograron grandes avances para erradicar el hambre durante la primera década del siglo, cuando uno de cada seis ciudadanos salió de la pobreza. Para muchos en Río ahora, su retorno ha sido devastador.
El refrigerador de Rosana de Paula, de 37 años, estaba vacío salvo por una botella de agua, una berenjena, un trozo de queso y un pedazo de zapallo, todas donaciones de un restaurante local.
De Paula se ganaba la vida buscando desechos reciclables en la basura para una cooperativa en Duque de Caxias, una ciudad obrera en las afueras de Río de Janeiro.
Cuando se quedó sin trabajo debido al confinamiento por el coronavirus, también se quedó sin dinero.
"Cuando estaba trabajando, llegaba el fin de semana y el refrigerador no estaba repleto, pero teníamos suficiente", dijo de Paula, quien vive con su esposo y su hija de 8 años en una pequeña casa de ladrillos de concreto. "Pero ahora, es así", dijo, señalando los estantes vacíos.
Costo humano
Aunque no hay estadísticas nacionales sobre el aumento del hambre desde el inicio de la pandemia, grupos humanitarios dijeron que se están apresurando para reforzar sus programas de alimentos, desviando efectivo de otras áreas para llevar pronto cajas de comida a personas como de Paula.
Advirtieron que el nuevo coronavirus causará hambre a una escala no vista en décadas, exacerbando una pobreza que ya estaba creciendo debido a los recortes a los programas sociales luego de que Brasil cayó en una profunda y extensa recesión en el 2015, en medio del colapso de los precios de las materias primas.
La creciente tragedia puso de relieve el costo humano de los confinamientos que expertos sanitarios dicen son necesarios para desacelerar la propagación del virus.
La crisis posiblemente también brinde nuevos argumentos al presidente Jair Bolsonaro, quien ha ridiculizado las estrictas medidas de distanciamiento social como “veneno” y ha dicho que sus repercusiones económicas podrían ser más peligrosas que el Covid-19.
A pesar de que Brasil es un importante exportador de alimentos, organizaciones no gubernamentales dicen que algunas familias no han tenido una comida en dos o tres días. La situación en una de las sociedades más desiguales del mundo se deterioraría aún más, dado que el Banco Mundial proyecta que la economía local se contraerá un 5% este año.
"Tenemos más de 30 millones de trabajadores informales en Brasil que fueron cayeron en la pobreza extrema de la noche a la mañana porque no pueden trabajar durante la cuarentena", dijo Kiko Afonso, director ejecutivo de Ação da Cidadania, que distribuye cientos de toneladas de alimentos en Río y otras ciudades brasileñas.
"Las familias con este nivel de ingresos no tienen crédito, no tienen ahorros y, sin ingresos, no tienen absolutamente ninguna forma de pagar los alimentos".
El Congreso de Brasil aprobó a fines de marzo un pago mensual en efectivo de 600 reales (US$ 114) para los trabajadores informales que han perdido sus ingresos, un programa de emergencia que le costará al gobierno 98,000 millones de reales y beneficiará a 54 millones de personas.
Pero expertos dijeron que eso no será suficiente para alimentar a las familias que caen en la pobreza extrema.