Los casos de “COVID largo”, que hacen que el paciente arrastre los síntomas de la enfermedad durante meses, empiezan a estar mejor definidos pero, aun así, las dudas acerca de su naturaleza real siguen persistiendo.
“Hay que hacer más por la investigación del COVID largo y por los pacientes afectados”, apuntaba a finales de setiembre la médica suiza Myssam Nehme, durante un coloquio organizado por el instituto Pasteur.
Como otros investigadores, Nehme trabaja para definir mejor la realidad del COVID largo, es decir, la persistencia de síntomas en un paciente que enfermó meses antes de COVID-19.
Ya el año pasado, poco después de que empezara la crisis sanitaria, numerosos pacientes aseguraban que mucho tiempo después de haberse contagiado del COVID-19 seguían padeciendo algunos de sus síntomas, como cansancio, problemas para respirar o la pérdida del olfato.
En la actualidad, la existencia de este fenómeno genera consenso. La mayoría de los investigadores y varias autoridades sanitarias reconocen que algunas personas sufren síntomas duraderos de la enfermedad, y no solo las que enfermaron de forma grave.
Myssam Nehme estima, tras un estudio realizado con varios centenares de pacientes, que más de un tercio continúa presentando, al menos, un síntoma de la enfermedad siete, ocho o nueve meses después.
Pero esto no es más que el punto de partida. No se sabe qué puede causar la persistencia de estos síntomas: ¿acaso queda una pequeña cantidad del virus en el organismo? ¿O es que los órganos quedan dañados, ya sea por el virus o por la respuesta inmunitaria? ¿Tendrá esto una raíz puramente psicológica?
Interrogarse sobre las causas conduce a otra pregunta. ¿Existe un único COVID largo? ¿O se están clasificando bajo un mismo término realidades muy distintas, entre pacientes afectados por formas leves del COVID-19 y otros que sí que sufrieron complicaciones, hasta el punto de tener que ser hospitalizados o ingresados en cuidados intensivos?
Buscar la especificidad
“El COVID largo significa ahora cosas distintas en diferentes contextos y para diferentes personas”, declaró en agosto el neumólogo estadounidense Adam Gaffney, en una tribuna en el New York Times.
Gaffney, que no niega que se tenga que tomar en serio a cada paciente con síntomas a largo plazo, teme que se esté creando alarmismo en los medios de comunicación. Ante la diversidad de casos calificados como COVID largo, expresó sus dudas sobre la existencia de una patología únicamente ligada a la infección de coronavirus.
Sin embargo, desde hace unas semanas, varios estudios -como el de Nehme- tratan de centrarse en las especificidades del COVID-19. Al contrario de lo que ocurría con los trabajos realizados rápidamente al principio de la pandemia, los de ahora comparan la frecuencia de los síntomas con pacientes que no han estado enfermos o que contrajeron otras patologías.
Es el caso de un estudio publicado a finales de setiembre en la revista PLOS One por un equipo británico. A partir de los datos recabados en cerca de 300,000 pacientes, la investigación señala que los síntomas típicos del COVID largo son más frecuentes en personas que enfermaron de COVID-19 que en las que pasaron la gripe estacional.
Esto “lleva a pensar que su origen podría estar parcialmente vinculado a una infección del SARS-Cov-2″, el virus que provoca el COVID-19, sostiene el estudio.
Sin embargo, resulta difícil extraer conclusiones porque el estudio constata una gran diversidad de síntomas, en función de la gravedad de la enfermedad y de la edad de los pacientes.
¿Y qué hay de los niños?
Y, en este sentido, ¿hasta qué punto los niños están amenazados por un COVID largo?
La respuesta puede influir en el enfoque que se dé a la vacunación para los más jóvenes. Estos prácticamente no corren ningún riesgo de desarrollar una forma grave del COVID-19, pero una forma larga de la enfermedad sí que podría ser perjudicial.
Pero también en este punto algunos científicos advierten que no se debe caer en el alarmismo. Un metaanálisis publicado a finales de setiembre en la revista Pediatric Infections Disease Journal, a partir de una quincena de estudios previos, estima que estos últimos están a menudo sesgados y que inflan la frecuencia de casos de COVID largo entre los más jóvenes.
“El riesgo real probablemente esté mucho más cerca de uno de cada cien que de uno de cada siete, una proporción muy utilizada”, consideró en Twitter uno de los principales autores del análisis, el investigador y pediatra Nigel Curtis.
No obstante, Curtis recordó que por muy pequeña que pueda parecer la proporción de uno de cada cien, esta sigue representando a numerosos casos, por lo que hay que estudiar bien cómo tratarlos.