Los músicos del instituto viajaron por todo el mundo para representar a su país, presentando un rostro diferente para un lugar conocido en Occidente sólo por la guerra y el extremismo. El propio Fanous tocó en conciertos en Polonia, Italia y Alemania. (Foto: iStock)
Los músicos del instituto viajaron por todo el mundo para representar a su país, presentando un rostro diferente para un lugar conocido en Occidente sólo por la guerra y el extremismo. El propio Fanous tocó en conciertos en Polonia, Italia y Alemania. (Foto: iStock)

Unos años después de que los fueran derrocados en el 2001, y con Afganistán aún en ruinas, Ahmad Sarmast dejó su hogar en Melbourne, Australia, con una misión: revivir la música en su país natal.

La escuela que fundó fue un experimento único de inclusión para la nación devastada por la guerra: con huérfanos y niños de la calle en el cuerpo estudiantil, buscó devolver un poco de alegría a . Los talibanes notoriamente habían prohibido la música.

La semana pasada, vio con horror desde su casa en Melbourne las imágenes de los talibanes tomando el control de la capital afgana, culminando una ofensiva relámpago que devolvió el poder a la milicia religiosa y asombró al mundo.

Los dos teléfonos móviles de Sarmat no han dejado de sonar desde entonces. Muchas de las llamadas son de estudiantes aterrorizados que le preguntan qué sucederá a continuación. ¿Se cerrará la escuela? ¿Volverán a prohibir los talibanes la música? ¿Están a salvo sus preciados instrumentos?

“Estoy desconsolado. Fue tan inesperado e impredecible que fue como una explosión, y nos tomó a todos por sorpresa”, dijo Sarmast sobre la toma de posesión de los talibanes.

Sarmast se había marchado de Kabul el 12 de julio para sus vacaciones de verano, sin imaginar que pocas semanas después todo el proyecto y lo que había logrado los últimos 20 años estaría en peligro. Teme por sus 350 estudiantes y 90 profesores, muchos de los cuales ya se han escondido. Informes de que los talibanes buscan adversarios de puerta en puerta han avivado sus preocupaciones.

“Todos tenemos mucho, mucho miedo por el futuro de la música, tenemos mucho miedo por nuestras chicas, por nuestra facultad”, señaló. Sarmast, quien habló en una entrevista vía Zoom, solicitó que no se publicaran detalles adicionales sobre los estudiantes y la escuela porque no quería ponerlos en peligro.

En una señal de lo que depara el futuro, las estaciones de radio y televisión dejaron de transmitir música, excepto por canciones islámicas, aunque no está claro si el cambio en la programación fue el resultado de los edictos de los talibanes o un esfuerzo de las estaciones por evitar posibles problemas con los insurgentes.

Sarmast, de 58 años, hijo de un famoso compositor y director de orquesta afgano, había solicitado asilo en Australia en los años noventa, una época de guerra civil en Afganistán.

En 1996, los talibanes tomaron el poder. El movimiento ultrareligioso prohibió la música por considerarla pecaminosa, con la única excepción de algunas piezas vocales religiosas. Las cintas de casete fueron destruidas y colgadas de los árboles.

Pero después de que la invasión liderada por Estados Unidos derrocara a los islamistas, Sarmast soñó con una renovación. Tras obtener un doctorado en musicología, volvió a Afganistán y en el 2010 fundó el Instituto Nacional de Música de Afganistán.

Pronto llegaron donaciones de gobiernos extranjeros y patrocinadores privados. El Banco Mundial otorgó una subvención en efectivo de US$ 2 millones. Casi cinco toneladas de equipos e instrumentos musicales (violines, pianos, guitarras y oboes) fueron transportadas en camiones, un regalo del gobierno alemán y de la Sociedad Alemana de Comerciantes de Música.

Los estudiantes aprendieron a tocar instrumentos de cuerda tradicionales afganos como el rubab, el sitar y el sarod. El tambor de tabla estaba entre los favoritos.

“Fue una escuela increíble, todo era perfecto”, dijo Elham Fanous, de 24 años, quien fue el primer estudiante en graduarse del instituto de música en el 2014, luego de pasar siete años en la escuela.

“Me cambió la vida y realmente se lo debo a ellos”, dijo sobre la escuela, que describió como LaGuardia de Afganistán, en referencia a una escuela secundaria pública en Nueva York especializada en la enseñanza de música y artes. Un visitante la llamó una vez “el lugar feliz de Afganistán”.

“No puedo creer que esto esté sucediendo”, agregó Fanous desde Nueva York, donde recientemente recibió su maestría en piano de la Escuela de Música de Manhattan. También fue el primer estudiante afgano admitido en un programa de música universitario en Estados Unidos.

Los músicos del instituto viajaron por todo el mundo para representar a su país, presentando un rostro diferente para un lugar conocido en Occidente sólo por la guerra y el extremismo. El propio Fanous tocó en conciertos en Polonia, Italia y Alemania.

En el 2013, la orquesta juvenil del instituto se embarcó en su primera gira estadounidense, presentándose en el Centro Kennedy y agotando el Carnegie Hall.

Entre los miembros de la orquesta se encontraba una niña que no mucho antes estuvo vendiendo chicle en las calles de Kabul. En el 2015 se creó una orquesta de mujeres llamada Zohra, que lleva el nombre de una diosa de la música en la literatura persa.

En el 2014, Sarmast asistía a un concierto en el auditorio de una escuela secundaria dirigida por franceses en Kabul cuando estalló una bomba enorme. Perdió parcialmente la audición en un oído y desde entonces se ha sometido a numerosas cirugías para eliminar la metralla de la parte posterior de su cabeza. Los talibanes se atribuyeron la responsabilidad del ataque suicida y lo acusaron en un comunicado de corromper a la juventud afgana.

Eso sólo incrementó su determinación, y Sarmast continuó dividiendo su tiempo entre dirigir la escuela en Kabul y Australia, donde vive su familia.

Hoy le duele cuando piensa en las melodías que una vez resonaban en los pasillos de la escuela y en las vidas de niños y niñas que han dado un giro drásticamente.

“Estamos todos destrozados porque mis niños, ellos habían estado soñando. Tenían grandes sueños de estar en el escenario más grande del mundo”, dijo Sarmast. “Todos mis estudiantes soñaban con un Afganistán pacífico, pero ese Afganistán pacífico se está desvaneciendo”.

Aun así, se aferra a la esperanza y cree que los jóvenes afganos resistirán. También cuenta con la comunidad artística internacional para luchar por el derecho de los afganos a la música.

“Todavía tengo la esperanza de que a mis niños se les permita regresar a la escuela y continuar y disfrutar aprendiendo y tocando música”, señaló.

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