Donald Trump se expone a generar un caos en los mercados financieros y a causar graves perjuicios a la economía de Estados Unidos con su guerra comercial con China.
Las iras comerciales del presidente estadounidense, no obstante, no se limitan a China. Abarcan también a aliados de Estados Unidos. Desde Europa hasta Japón, Trump ha iniciado disputas poco publicitadas que podrían agravarse en cualquier momento con consecuencias inquietantes.
El gobierno estadounidense, por ejemplo, se propone fijar tarifas sobre US$ 25,000 millones en importaciones de la Unión Europea por diferencias en torno a los subsidios de la UE al fabricante de aviones Airbus. También amenaza con imponer aranceles para castigar a Francia por un impuesto a los servicios digitales de gigantes estadounidenses de la industria tecnológica como Google, Amazon y Facebook.
En noviembre, Trump podría incursionar en un terreno no explorado hasta ahora, fijando aranceles a los autos y los repuestos para automotores extranjeros. Esta medida podría dar lugar a un duro conflicto con Japón y la Unión Europea, e incluso con el propio Congreso de Estados Unidos.
Las agresivas tácticas del mandatario ya han sacudido mercados y paralizado negocios que tienen que decidir si se expanden o invierten en una época en la que las reglas comerciales pueden cambiar en un suspiro con un tuit de Trump. Esa incertidumbre contribuye a desacelerar el comercio y el crecimiento en todo el mundo.
“Él parece impertérrito”, expresó William Reinsch, ex funcionario comercial estadounidense que hoy es analista del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales. “Piensa que estas cosas son buenas y que van a tener un efecto positivo en Estados Unidos”.
En el terreno comercial, Trump está haciendo lo que prometió. Sostiene que el déficit comercial de Estados Unidos --de US$ 628,000 millones el año pasado-- es una prueba irrefutable de que el país está siendo desvalijado por sus socios comerciales y de que los acuerdos de libre comercio que negociaron sus predecesores perjudican a las empresas estadounidenses. Como candidato, Trump se comprometió a negociar acuerdos más favorables a Estados Unidos y a apelar a las tarifas para someter a otros países
Muchos economistas opinan distinto y dicen que el déficit comercial refleja una realidad que no cambiará con tarifas: Los estadounidenses consumen más de lo que producen. Y las importaciones cubren ese déficit.
Entre las numerosas disputas comerciales de Trump sobresale la de China, y con razón. Es la batalla comercial más grande de Estados Unidos desde la década de 1930, contra la segunda economía más grande del mundo, en un esfuerzo por contrarrestar la agresiva campaña de Beijing para reemplazar el dominio de Estados Unidos en tecnología. Trump impuso aranceles sobre importaciones chinas por valor de US$ 360,000 millones y se prepara para fijar tarifas sobre los US$ 160,000 millones que permanecen exentos.
Beijing, no obstante, no es el único blanco de la ira de Trump. Ha dicho que las políticas comerciales de la Unión Europea son peores incluso que las de China y ha amenazado con apelar a tarifas contra el bloque de 28 naciones, un aliado vital de Estados Unidos.
“Lamentablemente, muchas veces son nuestros aliados los que más se aprovechan de este país”, declaró Trump en un acto el lunes. “Ahora (los estadounidenses) tienen un presidente que comprende que no debo ser el presidente del mundo. Debo ser el presidente de Estados Unidos”.
La Oficina del Representante Comercial ha elaborado una lista de importaciones de la UE por valor de US$ 25,000 millones --que incluye aviones, queso gouda, waffles y aceitunas-- a las que podría cobrar aranceles en represalia por el apoyo del bloque a Airbus.
El año pasado, la Organización Mundial del Comercio dictaminó que la UE había subsidiado ilegalmente a Airbus. Un árbitro decidirá qué compensación debe recibir Estados Unidos, pero podría fijar una suma inferior a la que pretende el gobierno de Trump.
En los próximos meses podría haber novedades mucho más graves.
Trump ordenó el año pasado al Departamento de Comercio que investigase si los autos y los repuestos importados comprometen la seguridad nacional de Estados Unidos. En caso afirmativo, podría imponer aranceles al amparo de una ley comercial muy poco usada. El secretario de Comercio Wilbur Ross dijo que los autos extranjeros efectivamente representan un peligro para el país. (El gobierno invocó la misma justificación el año pasado para fijar aranceles sobre el acero y el aluminio).
El gobierno decidió en mayo aplazar por seis meses cualquier medida contra los autos, hasta mediados de noviembre.
La fijación de tarifas sobre los autos importados representaría una fuerte escalada en las hostilidades comerciales. Estados Unidos importó el año pasado automóviles y camiones por valor de US$ 192,000 millones, y de US$ 159,000 millones en repuestos. Prácticamente nadie fuera de la Casa Blanca aprueba las tarifas sobre los autos, que afectarían las cadenas de abastecimiento de las fábricas, harían subir los precios que paga el consumidor estadounidense y crearían tensiones diplomáticas con Europa y Japón.
Si Trump fija aranceles, seguramente tropezará con la oposición del Congreso. Varios legisladores hablan de presentar una legislación que restringiría la autoridad casi ilimitada que tiene el mandatario para imponer aranceles invocando razones de seguridad nacional.
Trump usa las tarifas, o la amenaza de tarifas, para conseguir concesiones de Japón, la UE y otros países.
La amenaza de aranceles sobre el acero y el aluminio, por ejemplo, hizo que México aceptase un nuevo acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá que reemplaza al Tratado de Libre Comercio de América del Norte vigente desde 1994 y que según Trump había costado muchos puestos de trabajo en Estados Unidos.
Cuando parecía que las relaciones comerciales entre los vecinos se normalizaban, sin embargo, Trump sorprendió incluso a sus propios asesores al amenazar con fijar aranceles sobre todas las importaciones mexicanas para forzar a México a que tome ciertas medidas en el terreno de la inmigración. (Esa disputa se resolvió).
Muchos economistas dicen que la incertidumbre en torno a las medidas de Trump debilita la producción industrial de Estados Unidos, que se contrajo el mes pasado por primera vez en tres años, de acuerdo con el Institute for Supply Management. Analistas pronostican ahora un crecimiento económico menor a nivel mundial y los mercados financieros parecen sensibles a todo roce comercial.
Philip Levy, estratega de la empresa de cargas Flexport que fue asesor del presidente George W. Bush hijo, se pregunta si Trump reconsiderará su afirmación de que “es fácil ganar” las guerras comerciales. Tal vez, planteó, “con los dedos un poco quemados, decida no volver a tocar esa hornalla caliente”.
¿Sería capaz Trump de cumplir su amenaza de retirarse definitivamente del acuerdo de libre comercio con México y Canadá si el Congreso no aprueba la nueva versión que negoció?
Daniel Ujczo, abogado de Dickinson Wright especializado en temas comerciales, dijo que es “poco probable que el presidente Trump realmente se retire del NAFTA (TLCAN)” y se exponga a generar un caos en el comercio con México y Canadá, que mueve US$ 1,400 billones.
Ujczo, no obstante, afirmó que no le extrañaría que Trump ponga en marcha la retirada del NAFTA para aplicar más presión al Congreso.
Trump goza de amplio respaldo en la base del partido Republicano y a sus partidarios “les gusta cuando das pelea, no cuando te muestras pusilánime”, expresó Levy. Por ello, “es mucho más factible que redoble la apuesta y no que dé marcha atrás”.
Reinsch estuvo de acuerdo:
"Hasta que no haya consecuencias políticas, no va a cambiar de estrategia”, opinó.