La aventura que Roman Abramovich emprendió en enero del 2003 llegó a su fin. El Chelsea, aquel equipo que merodeaba la parte alta de la tabla, sin dar el último mordisco, se convirtió en un grande de Europa. En el campeón del continente y del mundo. Y Roman se fue. No por la puerta de delante. No como un triunfador. Se fue porque sus relaciones con Vladímir Putin y con Rusia son demasiado fuertes para seguir dirigiendo un club de fútbol.
El oligarca ruso, uno de los primeros ejemplos de la llegada de capital extranjero y multimillonario a la Premier, se marcha porque la guerra que su país le ha declarado a Ucrania le obliga a apartarse.
Primero tomó la decisión de ocultarse y dejar la administración en manos de la fundación del club, pero este miércoles tuvo que confirmar que el club está en venta. Nunca más será el Chelsea de Abramovich.
Desde aquel julio del 2003 en el que Abramovich compró el Chelsea por unos 140 millones de libras al empresario Ken Bates hasta hace apenas unas semanas, cuando el club se proclamó por primera vez en su historia campeón del Mundial de Clubes, han pasado casi 19 años y 18 títulos: más que ningún otro equipo inglés en este periodo.
Abramovich llegó para revolucionar e inyectar capital. Y lo hizo desde el primer momento. En su primera campaña se dejó más de 100 millones de libras en incorporar a futbolistas como Claude Makelelé, Hernán Crespo, Juan Sebastián Verón, Damien Duff, Adrian Mutu y Joe Cole.
El equipo pegó un salto cualitativo inmediato y terminó segundo en la Premier, sólo por detrás del Arsenal de los Invencibles, y escaló hasta las semifinales de una Champions que conquistó el hombre que cambió el destino del Chelsea, José Mourinho.
Tras una temporada con Claudio Ranieri, Abramovich despachó al italiano y se trajo a Mourinho, que venía de ganar en años consecutivos (2003 y 2004) la UEFA y la Champions, con el Oporto.
El impacto fue inmediato. El Chelsea ganó la segunda liga inglesa de su historia, la primera en 50 años. También ganaron la Copa de la Liga y volvieron a las semifinales de la Champions, de la mano de jugadores como Didier Drogba, que llegó del Marsella, Arjen Roben, del PSV, y el clan portugués de los Ricardo Carvalho, Paulo Ferreira y Tiago. También apareció por Stamford Bridge un tal Petr Cech, que a día de hoy sigue en el club como director deportivo.
Los títulos no pararon. En la 2005-2006 se ganó otra liga, en la 2006-2007, Copa de la Liga y FA Cup. Se fichó a Michael Essien, a Michael Ballack, a Andriy Sevchenko, a Ashley Cole... El Chelsea era ya uno de los mejores equipos de Europa, pero el ciclo Mourinho se agotó a mediados de la campaña 2007-2008, la que terminó con la primera final de Champions de la historia ‘Blue’.
De amargo recuerdo por el resbalón de John Terry en el penalti que hubiese dado la ‘Orejona’ a Abramovich y que finalmente se llevó el Manchester United.
Una espina que tardó en quitarse cuatro años, cuando en un Allianz Arena arisco y contra los favoritos del Bayern de Múnich, Drogba empató el gol de Thomas Müller en los últimos minutos, con un cabezazo magistral, y dio el título al Chelsea en los penaltis. Su carrera, con la Champions como volante, es la gran foto de la era Abramovich.
Los títulos nunca pararon y hubo dos Europa League, una de ellas con Rafa Benítez. Ocurrió también la consagración de César Azpilicueta como capitán, la venta de Eden Hazard por 100 millones de euros, tres Premier más (2010, 2015 y 2017), las enganchadas con Antonio Conte, la alabada gestión de Marina Granovskaia... Y los problemas.
El declive de Abramovich como gestor comenzó en el 2018, cuando los envenenamientos de un agente doble ruso y de su hija recrudecieron las relaciones entre Reino Unido y Rusia.
Roman decidió no renovar su visado de inversor y, en caso de viajar al país, lo haría con pasaporte israelí. Desde aquello, Abramovich apenas ha visitado una vez Londres, por un asunto familiar, y sólo ha asistido a Stamford Bridge una vez, en noviembre del 2021.
Precisamente el estadio queda como otro de los grandes fracasos del oligarca, que nunca consiguió los permisos y la oportunidad económica para mudar al Chelsea a un estadio nuevo y mejor, al nivel de lo que sí han hecho rivales como el Arsenal, el Tottenham Hotspur y el Manchester City.
Su marcha, anunciada este miércoles, llega después del periodo más glorioso del club en los últimos años. Se conquistó la última Champions League en Oporto y se le sumó la Supercopa de Europa y el Mundial de Clubes, los dos únicos títulos que faltaban en su palmarés.
El millonario se va con el trabajo deportivo hecho y haciéndole un favor al que venga, ya que ha perdonado los más de 1.500 millones de libras que prestó al club en los últimos tiempos y que éste no podía devolverle. Esto rebajará considerablemente el precio del que quiera hacerse con el club del oeste de Londres.
Su último deseo es despedirse por última vez de Stamford Bridge, pero, con todo el Parlamente inglés pidiendo sanciones contra él, parece poco más que una quimera. Abramovich construyó un imperio y Abramovich lo tuvo que dejar marchar.