Por Noah Smith
El empleo en Estados Unidos continúa colapsando. Ayer se reportó la sorprendente cifra de 6.65 millones de nuevas solicitudes de desempleo.
La Reserva Federal proyecta que la tasa de desempleo podría alcanzar 32%, considerablemente más alta que en los peores momentos de la Gran Depresión. Gran parte de la economía de EE.UU. se basa en servicios locales, y dado que la población de todo el país está confinada en sus hogares debido a la pandemia, esa gran parte de la economía simplemente está cerrada para los negocios.
Eso no significa que sea hora de dejar que la gente salga. Todavía están aumentando los nuevos casos de coronavirus. Si las órdenes de quedarse en casa se levantan antes de que el número de casos se reduzca, y antes de que las pruebas y los sistemas de rastreo de contactos estén en funcionamiento para contener nuevos brotes, el virus volverá con fuerza, cundirá el pánico, se volverán a decretar cierres y el daño económico será aún mayor.
Pero cuando el peligro haya pasado, los sistemas de contención funcionen y los confinamientos se puedan levantar con cautela, se deben implementar amplios programas para que los estadounidenses vuelvan en masa a trabajar. Simplemente permitir que todos busquen trabajo en un restaurante o en una tienda no resolverá el problema.
Es probable que el próximo año haya cierto grado de distanciamiento social, y esto perjudicará al sector de servicios. Mientras tanto, como lo demostró la Gran Recesión, el mercado laboral puede tardar años en recuperarse. EE.UU. no puede darse el lujo de otra larga recuperación en forma de U; tiene que hacer que ésta parezca una V.
Afortunadamente, el presidente de EE.UU., Donald Trump, tiene al menos una buena idea sobre cómo lograrlo: un gran programa de construcción de infraestructura. Trump ha prometido un programa de este tipo durante toda su presidencia, pero esperemos que la pandemia sea el catalizador para llevarlo a cabo. Las cifras que Trump está sugiriendo para gasto en infraestructura -US$ 2 billones, suma equivalente al proyecto de ley de estímulo económico reciente- son tranquilizadoramente altas.
Sin embargo, hay una manera correcta y una manera incorrecta de construir infraestructura. La forma incorrecta sería enviar de inmediato a un gran número de estadounidenses a comenzar a construir cosas.
Incluso con máscaras y distanciamiento social, implicaría demasiado riesgo de propagación del virus. En cambio, el programa de construcción debiera esperar hasta que la epidemia haya disminuido. Eso podría ocurrir en el verano si las cuarentenas son muy exitosas y el calor disminuye la propagación del virus. Podría ser en el otoño, si hay tratamientos disponibles, o incluso podría suceder en el 2021.
Mientras el Gobierno espera para comenzar su programa de infraestructura, puede planificar en qué gastar el dinero. Una crítica habitual de la construcción de infraestructura como programa de estímulo es que no hay muchos proyectos listos para ejecutar. Pero los meses de confinamiento le dan al Gobierno tiempo suficiente para avanzar en los procesos de planificación y aprobación.
En cuanto a cómo se gasta el dinero, la forma incorrecta sería hacerlo a través de incentivos fiscales o préstamos a empresas privadas. Como era de esperar, el programa de Zonas de Oportunidad de Trump, basado en incentivos fiscales para inversionistas en áreas que presenten dificultades, ha logrado poco.
Por otra parte, otorgar préstamos a través de una entidad gubernamental, como un banco de infraestructura, servirá de poco si las empresas tienen demasiada incertidumbre y temor frente a la situación de salud pública como para pedir dinero prestado.
Lo que el Gobierno debería hacer es financiar obras de infraestructura de forma directa. El Gobierno federal debería poner el dinero -como señala Trump, los costos de los préstamos están en mínimos históricos- pero los gobiernos estatales pueden tomar gran parte de las decisiones reales de gastos. Estos gobiernos entienden bien sus necesidades de infraestructura y se enfrentan a graves problemas de presupuesto. Por lo tanto, el objetivo deberían ser subvenciones federales para el gasto directo de los gobiernos estatales en infraestructura.
Ahora, ¿en qué se debería gastar el dinero? Lo obvio es la reparación de carreteras. Debido a que EE. UU. tiene uno de los costos de construcción más altos del mundo, las carreteras del país son difíciles de mantener. Normalmente los ingenieros civiles le otorgan una baja calificación a la infraestructura de EE.UU. Además, las carreteras existentes apoyan redes establecidas de actividad económica, por lo que no hay mucho riesgo de que la reparación de carreteras no aporte beneficios.
Sin embargo, el tipo de automóviles que circularán por dichas carreteras cambiará pronto, a medida que el parque automotor del país se convierte a vehículos eléctricos para frenar el cambio climático. Por lo tanto, una cantidad sustancial del gasto en infraestructura debe destinarse a la construcción de un sistema de estaciones de carga, una red de energía mejorada capaz de atender la mayor demanda y estaciones de energía solar para cargar los autos eléctricos de manera limpia.
Infortunadamente, Trump ha mostrado su oposición al gasto ambiental en su proyecto de ley de infraestructura. Él necesita dejar de ver la energía limpia como un despilfarro liberal y comenzar a verla como una parte crucial de la modernización tecnológica e industrial de EE.UU., tal como lo fue la electrificación rural durante la Gran Depresión.
Un proyecto de ley de infraestructura es una gran idea para lograr que la economía estadounidense se recupere rápidamente después del coronavirus. Pero debe hacerse de forma correcta y en el momento adecuado.