Si la venta de gorras publicitarias con el nombre Harris-Walz se pudiera extrapolar al resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre, sin duda, los vencedores serían la candidata demócrata Kamala Harris y su compañero de fórmula Tim Walz.
“El volumen de gorras que estamos vendiendo en tan poco tiempo es algo que no habíamos visto nunca”, exclama Mitch Cahn, fundador de la fábrica textil Unionwear en Nueva Jersey, estado vecino de Nueva York, la única del país que ha sobrevivido a la deslocalización y estampa en sus productos la etiqueta “Made in the USA”.
La “Kamalamanía” ha sorprendido a Cahn, que lleva trabajando 24 años en campañas electorales.
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“Yo creo que la gente tenía muchas ganas de algo nuevo”, explica a la AFP, mientras un centenar de trabajadores, la mayoría mujeres latinas de origen ecuatoriano, se afanan en cortar, ensamblar, coser, bordar, pegar etiquetas, doblar y meter en cajas para su distribución las cerca de 4,000 gorras diarias que salen del taller.
Desde que el presidente Joe Biden se retiró de la campaña por su reelección el 21 de julio y designó a la vicepresidenta para sucederle, trabajan hasta 60 horas semanales, incluidos los sábados, para hacer frente a la avalancha de pedidos.
La empresa ha tenido que “reforzar la cadena de suministros” -agotaron las existencias de tela con impresión de camuflaje en el país- y comprar más máquinas de coser, dice.
En contraste con las ventas “anémicas” de la campaña de Biden, “de repente empezamos a ver que se vendían decenas de miles de gorras”, explica.
Y cuando Tim Walz “llevó una de nuestras gorras en televisión la noche después de ser elegido candidato a la vicepresidencia, las ventas se dispararon con esta gorra de camuflaje”, que lleva estampados los apellidos de los candidatos en color naranja.
“Creo que las ventas de productos reflejan la popularidad del candidato y también la conexión de los votantes con él” y se sienten “orgullosos de llevar su nombre en sus cabezas”, sostiene.
100,000 gorras en un mes
En menos de un mes han vendido más de 100,000 gorras. Solo en la primera semana después de convertirse en candidata, vendió más gorras con el nombre de Kamala Harris que lo que planeaba vender en todo el año con el de Joe Biden.
Si gana las elecciones, “lo más probable es que veamos otra oleada de productos para la inauguración, como vimos con Barack Obama en 2009″, augura.
Noviembre, no hizo más que aumentar el apetito por los productos de promoción política.
Gorras, zapatillas, camisetas, carteles, bolígrafos, tazas y todo tipo de recuerdos de los candidatos sustentan la amplia oferta que alimenta la “Kamalamanía”, una forma también de obtener ingresos para la campaña.
“Desde hace doce años, con Barack Obama no habíamos visto este tipo de entusiasmo por un candidato”, en particular entre las mujeres, que son las que llevan mayoritariamente sus gorras, hasta ahora, un producto predominantemente masculino, se regocija Cahn.
Ni siquiera cuando Hillary Clinton fue candidata presidencial en las elecciones de 2016, que perdió frente al republicano Donald Trump, el mismo rival que tendrá Harris este año.
Entonces, la venta de gorras “fue muy mala” pese a la ventaja que le auguraban las encuestas, recuerda Cahn.
“Made in the USA”
Pese a la globalización y el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (TLC) que integran Canadá, EE. UU. y México, la empresa de Cahn es la única textil que ha sobrevivido en el país, gracias sobre todo a los encargos de los uniformes del ejército estadounidense, obligado por ley a dar prioridad a la producción nacional.
También se beneficia de la “retorica” de los candidatos que en las campañas electorales preconizan la vuelta de los empleos manufactureros al país.
“No está bien que un candidato diga esto y venda productos publicitarios hechos en China o México”, dice.
Aunque en el campo republicano, Trump que puso de moda las gorras publicitarias (rojas) con su mensaje MAGA --Make America Great Again-- (Haz EE.UU. grande de nuevo) hace cuatro años, ahora se importan mayoritariamente de China y solo se borda el mensaje en el país, dice Cahn.