Al principio, la culpa era de la prensa. Después fue de los gobernadores demócratas. A continuación fueron China, el expresidente Barack Obama y los inspectores generales de las agencias federales. Todos pasaron por el banquillo. Ahora le acaba de tocar a la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Al enfrentar la pandemia de coronavirus, el presidente Donald Trump recurre una vez más a su consabida estrategia política: desviar, rechazar toda responsabilidad y culpar a los demás.
Buscando tomar distancia de la cifra de muertos que crece sin cesar, Trump recorre una larga lista de chivos expiatorios para distraer la atención de lo que los detractores llaman los errores de su gobierno para demorar la propagación del coronavirus en territorio estadounidense.
La estrategia depende de la convalidación de ciertos personajes de la prensa que lo apoyan y los republicanos, tal como ha sucedido en otras ocasiones en que la presidencia de Trump se ha visto en dificultades. Ahora es más urgente que nunca en medio de una crisis sanitaria como no se ha visto en 100 años, apenas siete meses antes de las elecciones.
La lista de los que Trump culpa es larga y variable:
Los gobernadores demócratas por presuntos malos manejos en la primera línea de fuego. La prensa, primero por exagerar la amenaza del virus y después por no reconocer lo bien que respondió el gobierno. Los inspectores generales federales, supuestos conspiradores para que la Casa Blanca luzca mal.
El gobierno de Obama por no hacer los debidos preparativos. China, al principio absuelta de responsabilidad, luego acusada de encubrir información preocupante. Adicionalmente, ahora la OMS, a la que Trump amenaza con retenerle los fondos.
Trump mismo no reconoce error alguno
El mes pasado, cuando el país comenzaba una serie de confinamientos regionales, el presidente declaró: "no asumo la menor responsabilidad" por la falta de pruebas a la población.
Adicionalmente, preguntado esta semana si habría respondido a la crisis de otra manera de haber conocido un memorando en enero de un asesor sénior sobre la gravedad potencial del brote en Estados Unidos, el presidente respondió sin vueltas. “No podría haberlo hecho mejor”, aseguró.
Dado el viento electoral en contra, la consigna para los aliados del presidente es echar culpas a todas partes, según cuatro funcionarios de la Casa Blanca y republicanos próximos a la presidencia, que hablaron bajo la condición de anonimato por tratarse de conversaciones íntimas.
Los ataques de Trump a sus contrincantes _desde la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, hasta las autoridades de salud chinas_ son reproducidos por los miembros de su gabinete, su equipo de campaña y los legisladores republicanos.
Con un ojo enfocado en las elecciones de noviembre, Trump se enfurece cuando tiene que tomar medidas duras y ha dicho que quiere reactivar rápidamente la economía. Trata de tapar la voz de Joe Biden, el virtual candidato demócrata, y culpar al exvicepresidente por fallas burocráticas.
Ha transformado la conferencia de prensa diaria de la comisión de lucha contra el coronavirus en un sustituto de los actos de campaña actualmente cancelados, tratando la sala de prensa de la Casa Blanca como si fuera una tribuna en Ohio, Florida o Wisconsin. Regaña a los periodistas, embrolla la información y en ocasiones contradice los consejos de su propio equipo.
Nada de "The buck stops here" (el último responsable soy yo), el cartel que el presidente Harry S. Truman había colocado sobre su escritorio.
“George H.W. Bush solía decir que nadie quiere escuchar al presidente de Estados Unidos decir, ‘ay de mí’. Trump apuesta exactamente a lo contrario”, dijo el historiador Jon Meacham. “Desde la antigüedad, el líder lleva una máscara de mando. Trump es lo contrario: un manojo de inseguridades, penurias y mezquindades”.