Por John Authers
A medida que la peste negra arrasaba con Europa entre 1348 y 1349, los trabajadores de todo el continente descubrieron que tenían poder por primera vez en sus vidas. Los trabajadores textiles en St. Omer, al norte de Francia, pidieron y recibieron tres aumentos salariales durante el primer año de la Gran Peste.
Muchas agremiaciones lograron mayores salarios y menos horas. Cuando el Gobierno francés intentó limitar estas demandas en 1351, aún permitió aumentos de hasta un tercio más del nivel previo a la plaga. Para 1352, el Parlamento inglés, que en 1349 había aprobado una ley para limitar los salarios a sus niveles previos a la plaga, estaba tomando acciones contra los empleadores que en cambio habían duplicado o triplicado la paga de sus trabajadores.
Estas cifras provienen de “A Distant Mirror”. De la historiadora Barbara Tuchman, una obra maestra sobre las miserias de Europa en el siglo XIV. Publicado en 1978, cuando Tuchman pensaba que reflejaba las miserias contemporáneas de la década de 1970, sus calificaciones en Amazon se han disparado ahora que los académicos de todas las ramas recurren a la historia de las pandemias para entender el futuro postcoronavirus que nos espera.
Las pandemias, hemos descubierto, han dado forma a la civilización, e incluso hay argumentos de que han generado cambios positivos. La Peste Negra, que llegó justo cuando la Iglesia Católica estaba dividida por un cisma papal, cambió las actitudes hacia la religión, dejando a los europeos más reacios a someterse a la autoridad. Como dice Tuchman, “la Peste Negra puede haber sido el comienzo no reconocido del hombre moderno”, incluso si el Renacimiento, la Reforma y la Ilustración ocurrieron siglos después.
Una de las lecciones más claras: las ganancias laborales en el poder a expensas del capital. Podría parecer una extrapolación demasiado grande de uno de los eventos verdaderamente extremos de la historia. La Peste Negra redujo la población de Europa en un 40% en menos de dos años. Naturalmente, eso fortaleció la mano de los trabajadores sobrevivientes. Ninguna otra epidemia ha tenido un impacto tan grande, y esta tampoco lo tendrá.
Aún así, una investigación que acaba de publicar la Reserva Federal de San Francisco sugiere que las pandemias menos dañinas tienen efectos similares. Observaron una docena de epidemias, desde la Peste Negra hasta la gripe H1N1 del 2009, que cobró al menos 100,000 vidas. El número final de muertes de varios de estos brotes fue mucho más bajo que las estimaciones actuales para la Covid-19, aunque tendían a atacar más directamente a la población en edad de trabajar.
Los académicos también volvieron a analizar sus datos, excluyendo la Peste Negra (de lejos, la más letal) y la gripe española de 1918 (porque la Gran Depresión que siguió apenas una década más tarde podría haber sesgado los resultados) y encontraron la misma imagen. En las décadas posteriores a una pandemia, los salarios reales en Europa (para los cuales existen los mejores datos continuos) aumentan invariablemente.
Estas cifras son relativas a lo que se hubiera esperado sin las plagas (y están en términos reales: después de la Peste Negra, los precios de los granos aumentaron, por lo que los salarios más altos inicialmente solo se mantuvieron al día con la inflación) y muestran que las pandemias aumentan el valor de la mano de obra durante casi cuatro décadas. Estas ganancias son a expensas del capital; los accionistas deberían prepararse para obtener rendimientos más bajos de lo que habían estado anticipando.
Cualquier mirada a los titulares debería confirmar que podríamos ver una réplica de estos patrones. En condiciones de emergencia, los gobiernos de todo Europa están subsidiando los salarios y pagando a los trabajadores para que no trabajen. Los trabajadores que todavía están obligados a trabajar mientras que otros se distancian socialmente, y que previamente estaban preparados para aceptar salarios y condiciones deficientes, se están volviendo mucho más asertivos.
El caso más famoso es el de los trabajadores de Amazon, que durante mucho tiempo se quejaron de las prácticas en los almacenes y ahora salieron a las calles para protestar por verse obligados a trabajar en estrecha proximidad después de que sus colegas hubieran contraído Covid-19; y Amazon incluso respondió con 80,000 nuevas contrataciones.
Otro hallazgo alarmante del estudio es que no hay una gran recuperación que esperar. Las pandemias no son como las guerras. Los edificios y las máquinas no se destruyen, por lo que no hay nada que reconstruir. Algunos políticos europeos, incluido el primer ministro de España, ya están pidiendo un “nuevo Plan Marshall”, que sería la mayor movilización de recursos económicos y materiales de la historia.
Pero puede ser optimista establecer un paralelismo con el Plan Marshall, el enorme programa de inversión con el que Estados Unidos apoyó la reconstrucción de Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando los académicos observaron las tasas de interés naturales reales después de las pandemias y las compararon con el impacto de las guerras, descubrieron que tenían efectos exactamente opuestos. La tasa de interés natural, por definición, es “el nivel de rendimiento real de los activos seguros que equilibra la oferta de ahorro y la demanda de inversión, mientras mantiene los precios estables, en una economía”.
Una mayor actividad económica requerirá tasas más altas, todo lo demás siendo igual, mientras que una actividad económica más débil traerá consigo tasas más bajas. Un notable artículo publicado por el Banco de Inglaterra a principios de este año calculaba las tasas naturales reales desde 1311, antes de la Peste Negra.
Su hallazgo era claro. Las guerras conducen a tasas de interés reales más altas, lo que implica una mayor actividad económica que necesita ser controlada. Las pandemias son seguidas por tasas reales más bajas, lo que implica una actividad económica lenta.
La intuición detrás de esto es que no hay escasez de capital que deba ser reemplazado, como habría después de una guerra. Además, es probable que haya una tendencia a ahorrar en lugar de invertir. Cuando la economía sufre un gran golpe, muchos sienten la necesidad de ahorrar más y, por lo tanto, consumen menos, lo que significa un crecimiento económico más lento.
También hay importantes diferencias psicológicas. Después de una guerra, por muy traumática que sea, los ganadores tienen la satisfacción de la victoria, mientras que los perdedores pueden abordar la reconstrucción y la recuperación del honor nacional con gran intensidad. La segunda mitad del siglo XX y el auge económico de países como Alemania, Japón y Corea del Sur muestran las posibilidades.
Después de una pandemia no hay una gran sensación de victoria al final. A menudo los sobrevivientes se sienten culpables. Por lo tanto, los patrones de consumo e inversión pueden verse influenciados por el estrés postraumático. Para citar al analista de inversiones Peter Atwater, de Financial Insyghts: “no nos recuperamos del trauma; nos adaptamos a él. Aprendemos a vivir con sus cicatrices y avanzar en medio del dolor”.
Los efectos específicos del coronavirus también incluyen mayores demandas al gobierno, ya que esta crisis generacional ha demostrado al menos un caso en el que una dirección clara desde la cima puede ser muy útil. Personajes de la derecha política ya están alarmados de que la era del coronavirus conducirá a una “tentación colectivista” y a un aumento en el atractivo de los movimientos políticos de izquierda y socialistas.
Más alarmante es el potencial de desorden y malestar. Un hilo común de las pandemias ha sido un intento de culpar a los extranjeros. Las masacres de judíos durante la Peste Negra los obligaron a reasentarse en Europa del Este.
La pérdida de fe en la autoridad de la iglesia fue desorientadora, al igual que los intentos de los trabajadores de hacer valer sus derechos. Los dos siglos posteriores a la peste vieron a Europa dividida por una sucesión de guerras innecesarias. Las revueltas de campesinos y artesanos eran comunes y siempre terminaban en una brutal represión.
Al igual que sus predecesores, este pánico probablemente ha inclinado la balanza a favor del trabajo y contra el capital. Intensificará la desconfianza en los gobiernos al tiempo que intensificará el deseo de que estos asuman un papel más activo en la sociedad y en los mercados. Tendremos suerte si esos conflictos se resuelven pacíficamente.