En Chancay, 65 km al norte de Lima, se construye un puerto que podrá recibir los más grandes buques portacontenedores del mundo. La primera etapa, con una inversión de US$ 1,300 millones, estará lista el 2024 e incluirá cuatro muelles. El plan completo contempla 15 muelles y un gran parque industrial que harían de Chancay el mayor puerto de la costa del Pacífico sudamericana.
La obra es desarrollada por Cosco, gigante china de transporte y logística, y su socia peruana Volcan. Dada su cercanía al Callao, hay cierto escepticismo de que atraiga suficiente embarque, a menos que se convierta en cabeza de playa estratégica para empresas chinas. De cualquier modo, es una señal del cambio de los vientos geopolíticos en América Latina.
China ahora es socio comercial más grande que Estados Unidos de todas las grandes economías de la región, excepto Colombia y México. También es un inversionista significativo; comenzó en petróleo y minería pero ya incursiona en infraestructura y manufactura. Estados Unidos aún es importante, especialmente como inversionista privado y por su peso en las instituciones financieras internacionales. Pero ha perdido influencia, en parte debido a su propio entrampamiento político.
La mayoría de países latinoamericanos no desea escoger entre Estados Unidos y China. A insistencia de Donald Trump, se renegoció el NAFTA y el acuerdo que lo reemplazó incluye cláusulas que apuntan a bloquear el comercio y la inversión chinos. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, fan de Trump, ha sido hostil hacia China y recién este mes conversó por primera vez con los presidentes Joe Biden y Alberto Fernández (Argentina). “Ha hecho un notable trabajo en aislar a Brasil del mundo”, señala Matias Spektor, profesor de la Fundación Getulio Vargas.
La preferencia de América Latina por un mundo multipolar en lugar de uno de confrontación geopolítica ha llevado a algunos a cuestionar si aún es parte de Occidente. Su postura frente a la invasión de Rusia a Ucrania ha sido ambivalente. Fernández ha dicho que su país será la “entrada” de Rusia a la región; Venezuela y Nicaragua son estrechas aliadas de Vladimir Putin. “No queremos que se rompa el orden multilateral”, dice un funcionario mexicano opuesto a la expulsión de Rusia del G20, “pero eso no significa que no respaldemos a las instituciones democráticas”.
La fragmentación política interna se refleja a nivel regional. Los intentos de profundizar la integración han flaqueado. Mercosur, fundado en 1994 como una supuesta unión aduanera, está cayendo en la irrelevancia, en parte porque la agroindustria —cuyo principal mercado es China— ha eclipsado a la manufactura. La Alianza del Pacífico, fundada el 2011, ha perdido impulso.
“América Latina no cuenta para nada en el mundo”, se lamenta Enrique Iglesias, expresidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). “Si los países grandes (de la región) no lideran ni se comprometen con el proceso de integración, los esfuerzos serán muy limitados”. Dos instituciones que vinculan la región con Estados Unidos, el BID y la OEA, afrontan dificultades, con líderes que no reciben respaldo y profundas divisiones en torno al trato que debe recibir Venezuela.
Inicialmente, la política de Trump de buscar un cambio de régimen vía las sanciones impuestas el 2019 atrajo apoyo, pero fracasó. Nicolás Maduro está más fuerte que antes y la economía venezolana está reviviendo gracias a la dolarización de facto. Y la oposición se ha debilitado. El Gobierno de Biden, y muchos latinoamericanos, creen que la negociación con Maduro es la única opción, aunque sea difícil. “De otro modo, será como Cuba, y no queremos tener esta conversación dentro de 60 años”, sostiene un funcionario estadounidense.
Las divisiones opacaron la Cumbre de las Américas, celebrada en Los Ángeles a inicios de mes. Biden no invitó a Cuba, Venezuela y Nicaragua, lo que provocó la ausencia de cuatro líderes, entre ellos el mandatario mexicano. Para frustración de muchos latinoamericanos, la política gubernamental de Washington parece estar conducida por los imperativos domésticos. La región no puede cambiar eso a menos que se convierta en socia más relevante, lo que requiere de un enfoque de integración más pragmático y realista.
Los países latinoamericanos han tenido que absorber a seis millones de venezolanos y muchos son vías de tránsito para otros inmigrantes. Biden está impulsando un enfoque regional para el problema. Ante el alza de las tasas de interés, América Latina debería liderar discusiones en torno a ayuda internacional para países de ingresos medios para estimular su economía y responder al cambio climático. Y más comercio intrarregional es una de las mejores rutas al crecimiento económico.
“Tenemos que dejar de crear organizaciones (regionales) basadas en la ideología de los gobiernos de turno”, sostiene el presidente chileno, Gabriel Boric. “Es importante que América Latina vuelva a tener voz en el mundo”. Para ello, necesita redescubrir su camino hacia el progreso.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022