Va de nuevo... El auge de la izquierda en América Latina parece suscitar reacciones instintivas que emergen del tipo de mentalidad ideológica rígida que ha marcado la historia de la región. Hay nerviosismo entre los inversionistas debido al nuevo grupo de líderes de izquierda que se han posesionado en Latinoamérica. Les asusta la agenda de Gabriel Boric en Chile, los planes de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y las políticas económicas “antiempresariales” de Gustavo Petro en Colombia. Y es probable que los políticos latinoamericanos justifiquen igualmente su desdén.
Boric busca reformar no solo la Constitución chilena, sino también el sistema privado de pensiones que resultó lucrativo para el sector financiero. Lula tiene planes ambiciosos para el gasto público y ha criticado las altas tasas de interés del banco central. En cuanto a Argentina, puede haber caído en default.
En Bolivia y Colombia, la izquierda ha criticado el capitalismo y el imperialismo. Hasta Andrés Manuel López Obrador —cuyas políticas macroeconómicas son de las más conservadoras y austeras del mundo— asusta a Wall Street cuando habla sobre el papel del Estado en el sector energético.
Pese al nerviosismo ante las afinidades “bolcheviques” de América Latina, los principales actores de los mercados globales de capital deben reconocer un hecho incómodo: muchos de los Gobiernos de izquierda recientes de la región han administrado de manera aceptable sus economías, ciertamente no peor que sus enemigos ideológicos de derecha.
De hecho, la izquierda latinoamericana es mejor que la derecha a la hora de cumplir con una de las métricas favoritas de Wall Street: los retornos del mercado bursátil.
Los Gobiernos peronistas de Argentina —los de la creencia en el poder de su política sobre el comportamiento de los agregados macroeconómicos— han registrado retornos mucho mejores en la bolsa de Buenos Aires que sus rivales del neoliberalismo.
A pesar del covid, el índice bursátil Merval se ha duplicado con creces en términos de dólares durante la presidencia de Alberto Fernández, un contraste marcado con la pérdida de 57% durante los cuatro años del presidente de derecha Mauricio Macri. En los 12 años anteriores, bajo los Gobiernos peronistas de Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, el mercado avanzó casi un 600%.
Algo similar sucedió en Brasil, donde el Bovespa cayó 2,2% anual, en dólares, de 2019 a 2022, durante el régimen de Jair Bolsonaro, y recuperó parte de la pérdida en las primeras semanas de la Administración de Lula.
En los cuatro años que lleva la presidencia de López Obrador, la bolsa mexicana ha avanzado más del 40%, casi tanto como lo que perdió bajo su predecesor de derecha Enrique Peña, y aproximadamente lo mismo que ganó en el sexenio de Felipe Calderón, también de derecha.
En Chile, el mercado bursátil se disparó en los dos mandatos de la presidenta Michelle Bachelet, de izquierda, y cayó en los Gobiernos de Sebastián Piñera, de derecha, que alternó con ella entre 2006 a 2022.
Por supuesto, el desempeño del mercado de valores está influenciado por muchas cosas (los precios de las materias primas, las tasas de interés internacionales, lo que sea) que no tienen nada que ver con quién esté dirigiendo el país en ese momento. Quizás la derecha ha tenido una racha de mala suerte. La izquierda, sin duda alguna, estuvo en el poder en el momento adecuado.
Pero las cabezas de las finanzas globales harían bien en considerar cómo las causas de la izquierda (luchar contra la pobreza y la desigualdad, invertir en la educación pública y servicios sociales como vivienda para la población pobre), en última instancia, mejoran las sociedades de una manera que puede favorecer su estabilidad, capacidad productiva y poder adquisitivo, el tipo de cosas que impulsan las economías y elevan los precios de las acciones.
Las fuerzas de derecha que gobernaron los países latinoamericanos durante largos períodos desde la década de 1980, a veces alternando con la izquierda como en Chile, Brasil y Argentina (a veces ininterrumpidamente como en México), no lograron construir economías estables y exitosas por las que Wall Street hubiera apostado sistemáticamente.
Una de las razones fue su incapacidad para construir el tipo de seguridad social que está a la base de las economías más exitosas. La derecha promercado acogió el TLCAN como el boleto de México al primer mundo, pero ignoró que el país asumía ese compromiso con la mitad de su población activa en el sector informal, sin acceso siquiera a una pensión, seguro médico o seguro por desempleo.
En toda la región, el entusiasmo de la derecha por el llamado Consenso de Washington contrastaba con su falta de interés por la concentración de ingresos en una plutocracia minúscula, que convirtió a América Latina en la región más desigual.
Quizás la mayor ironía en la historia de América Latina es cómo las políticas de izquierda sirvieron a un grupo extremadamente reducido de inversionistas nacionales y extranjeros. Con sus pocas empresas cotizadas controladas por consorcios corporativos en expansión, los mercados de valores de la región hacen poco para financiar la inversión productiva. Y muy pocos latinoamericanos poseen acciones.
Si bien los fondos de ahorros de pensiones privados en México, Colombia y, sobre todo, Chile, invierten en los mercados bursátiles locales, el “pueblo” no ha sido el gran beneficiario de los mercados al alza.
Puede que la elegante comuna Vitacura de Santiago se estrese con la reforma tributaria propuesta por Boric y su plan para una pensión administrada por el Gobierno financiada por los impuestos a los empleadores. Puede que los inversionistas de los barrios más exclusivos de São Paulo desaprueben la renuencia de Lula a vivir con las estrictas restricciones fiscales de Brasil.
Deberían dedicar más tiempo y esfuerzo a evaluar las consecuencias sociales y económicas de la profunda desigualdad de Brasil. O considerar cómo la incapacidad de Chile para financiar una red de seguridad adecuada (en particular el fracaso de sus pensiones privadas para garantizar una jubilación digna) está socavando su cohesión social y destruyendo su potencial.
Deberían estar agradecidos. La agenda de Boric no es la principal amenaza para el país que Milton Friedman describió como “la mejor historia de éxito económico en América Latina”. Un riesgo mucho mayor sería ignorar las heridas de la sociedad chilena.
Por Eduardo Porter