Por Clive Crook
Los ministros de finanzas y los presidentes de bancos centrales que se conecten esta semana a las reuniones virtuales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial dirán lo correcto y prometerán trabajar juntos para enfrentar los efectos colaterales del coronavirus.
La pregunta es si harán lo correcto y tomarán medidas concretas para permitir la cooperación y la coordinación necesarias.
Muchos países han respondido pobremente a la pandemia y sus consecuencias económicas. La respuesta internacional ha sido peor: no solo dubitativa y mal planeada, sino casi invisible. Un área de negligencia es particularmente importante y está directamente relacionada con el propósito del FMI: el mundo no tiene un prestamista de último recurso efectivo.
Cuando un banco fundamentalmente sólido se enfrenta a una desbandada de depósitos, el banco central del país le proporciona efectivo para cumplir con la demanda hasta que la confianza regrese. La capacidad del banco central para hacerlo es ilimitada, ya que controla el suministro de dinero. Ahora supongamos que la moneda necesaria para detener la desbandada es extranjera, no nacional. Eso complica las cosas.
Muchos países de medianos y bajos ingresos piden préstamos en dólares u otras monedas extranjeras. A medida que la pandemia empeora y las pérdidas se acumulan, el capital se escapa. Las salidas en los últimos dos meses llegan a US$ 100,000 millones, más de tres veces más que durante el periodo correspondiente de la crisis financiera.
Esto se asemeja a una desbandada de depósitos bancarios, excepto en que los bancos centrales involucrados no pueden proporcionar la liquidez necesaria. El daño local podría multiplicarse y expandirse, ya que los efectos se transmiten a los inversionistas extranjeros y los socios comerciales.
Todo esto se ha entendido, y la prevención de crisis como esta es una de las principales tareas del FMI. Sin embargo, sus herramientas no son lo suficientemente buenas. Aunque los flujos de capital transfronterizos se han elevado en las últimas décadas, los recursos y los arreglos utilizados por el FMI para manejar las consecuencias no han seguido el ritmo.
En la actualidad, el sistema global se basa considerablemente en formas de apoyo diferentes al FMI. Existen tres. Primero, los bancos centrales establecen arreglos de líneas de permuta, bajo los cuales la Reserva Federal de EE.UU., por ejemplo, presta dólares a otros bancos centrales a cambio de su moneda (luego, el banco central asociado presta los dólares a los prestatarios que necesitan liquidez en dólares; en su momento, la Fed y sus socios vuelven a permutar las monedas).
Otro enfoque es establecer un acuerdo de financiación regional que actúe como un pequeño FMI (algunas veces en colaboración con el verdadero FMI); el Mecanismo de Estabilización de Europa es uno de ellos. Finalmente, los gobiernos individuales pueden autoasegurarse contra una contracción de liquidez armando sus propias reservas de moneda extranjera.
Aunque mejores que nada, estos elementos de la llamada Red de Seguridad Financiera Global se quedan cortos.
Las líneas de permuta entre los bancos centrales grandes —los que emiten monedas de reserva como el dólar y el euro— ahora son rutinarias, pero los arreglos para las economías emergentes son ad hoc y poco confiables. Los acuerdos regionales no han funcionado bien ni siquiera para sus miembros (un ejemplo son las dificultades del MEDE con Grecia) y dejan a los no miembros desprotegidos. La distribución de las reservas es irregular, ya que algunos países tienen más de lo que necesitan mientras otros no tienen lo suficiente.
El autoaseguramiento en ese sentido también es caro y puede contribuir a la inestabilidad global promoviendo superávits de cuenta corriente y acumulaciones de ahorros; además, cuando están contra las cuerdas, los países suelen ser reacios a recurrir a su propio seguro y disminuir sus reservas, ya que es una señal de que están en problemas.
Ahora que la perspectiva global se deteriora a un ritmo abrumador, los bancos centrales grandes han tomado medidas para protegerse a sí mismos y entre ellos, pero eso no ayuda a las economías más pequeñas y más pobres. Estados Unidos, Europa y Japón no serán inmunes a un colapso en el resto del mundo. Hay un atractivo interés común en intentar amortiguar el golpe.
La mayor parte de la capacidad crediticia de US$ 1 billón del FMI permanece intacta. Probablemente no sea suficiente, pero es un inicio. En primera instancia, la atención debe centrarse en la mayor flexibilidad y velocidad posibles para entregar el apoyo disponible a los países que lo necesitan. Esta semana, los gobiernos deberían confirmar que proporcionarán cualquier capacidad que pueda necesitarse.
Una nueva asignación de los Derechos Especiales de Giro (DEG), la moneda propia del FMI, debería ayudar. Además, algunos gobiernos necesitarán alivio de deuda directo, ya que no son simplemente ilíquidos, sino insolventes.
Más allá de esto, las tuberías de las finanzas internacionales necesitan arreglos. Una mejora crucial y largamente aplazada sería un sistema global de permutas entre bancos centrales supervisado por el FMI. Edwin Truman, de Peterson Institute for International Economics, estableció un plan para esta reforma luego del colapso.
Su idea era reemplazar la ortodoxa “ambigüedad constructiva” de las líneas de permuta por un programa institucionalizado y predecible. Avalar a los países previamente y obligar a los bancos centrales a planear con antelación podría facilitar el apoyo y hacerlo más rápido. Solo saber que el sistema está vigente ayudaría a estabilizar los mercados de capital, incluso si no se necesitara utilizar los arreglos.
La idea está en el aire nuevamente. La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, dice que ha estado discutiendo una "línea de crédito tipo permuta del FMI".
Ahora bien, los detalles son importantes: el FMI por sí solo no puede prometer apoyo en el nivel necesario. Eso debe salir de los verdaderos bancos centrales, preferiblemente actuando en coordinación con el FMI.
La propuesta de Truman tenía sentido cuando la planteó en 2010. Diez años después, habría sido una excelente herramienta para lidiar con algunos de los efectos colaterales económicos de la pandemia, pero no se ha hecho nada.
Sumemos “prestamista de último recurso” a la lista de maneras en que la integración global ha sido más rápida que las instituciones necesarias para manejarla. Los costos de devolver el reloj en integración serían enormes, como el mundo podría estar a punto de notar. La alternativa es poner al día la formulación de políticas globales, por fin. Los políticos que le dan órdenes al FMI deberían empezar ahora mismo.