Stephani Maita, Economista de Macroconsult
Según la Agencia Espacial Europea Copérnico, el 2022 quedó registrado como un año de “eventos extremos” debido a la presencia de múltiples eventos climáticos adversos en todo el mundo. Mientras varios países de Europa experimentaron una de las peores sequías de su historia, en otras partes de Asia se vivieron episodios de lluvias intensas e inundaciones. En Sudamérica, específicamente en la zona sur, se experimentó un importante retraso de la temporada de lluvias.
En particular, Perú, considerado uno de los países de la región más expuestos y vulnerables a los fenómenos naturales y al cambio climático según el Banco Mundial, registró un déficit de lluvias en todo su territorio, especialmente en la zona centro-sur, desde poco antes del mes de agosto. Aunque hacia el mes de febrero de 2023, la situación pluvial del país regresó a niveles normales en la mayoría de sus regiones; el aumento de lluvias a niveles extremos en la costa peruana, causado por la formación del ciclón Yaku a fines de marzo, tuvo un impacto negativo en la economía.
El sector agrícola tradicional, que ya enfrentaba dificultades debido a la escasez y los altos precios de los fertilizantes, fue fuertemente golpeado por el retraso de la temporada de lluvias, lo que provocó una reducción significativa en las áreas sembradas de productos destinados al consumo interno respecto del promedio de los últimos cinco años (ver gráfico). Sumado a ello, el exceso de lluvias en la costa norte, causado inicialmente por la formación del ciclón Yaku, afectó el normal desarrollo de las actividades económicas, provocando que el Producto Bruto Interno (PBI) –que venía desacelerándose en los últimos meses y que, además, ya había sido afectado por las movilizaciones sociales en enero y febrero– registrara en marzo un pobre desempeño. Por otro lado, debido a las dificultades en el traslado de alimentos, la inflación en varias regiones de la zona norte del país volvió a aumentar durante los meses de marzo y abril.
Aunque las perturbaciones sociales y climáticas del primer trimestre parecen haber cesado, al menos de momento, el panorama para lo que queda del 2023 y para el 2024 es aún bastante incierto. En el ámbito climático, el calentamiento de la superficie del mar en la costa peruana venía anunciando desde hace ya varias semanas la gestación del fenómeno de El Niño Costero. Según el Comité Multisectorial Encargado del Estudio Nacional del Fenómeno El Niño (Enfen), el pronóstico pasó de “con condiciones cálidas, pero sin El Niño Costero” en febrero a “fenómeno fuerte a moderado hasta setiembre” en mayo. Si bien los efectos de dicho fenómeno serían acotados durante el 2023 debido a su formación en la temporada de invierno, existe un riesgo importante de que este se extienda hasta los primeros meses del 2024 y, peor aún, de que se acople con El Niño Global. Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés), existe un 80% de probabilidad de que El Niño Global se desarrolle en condiciones moderadas hasta el mes de enero de 2023, y un 55% de probabilidad de que lo haga con condiciones fuertes.
Bajo un escenario de acoplamiento, la temperatura superficial del mar de la costa peruana es propensa a alcanzar temperaturas mucho más altas, lo que genera precipitaciones más intensas en la zona norte del país y, al mismo tiempo, déficits de lluvias extraordinarios en la zona sur. Las condiciones climáticas adversas generadas por este acoplamiento podrían tener impactos similares a los observados en los años 1997 y 1998, los cuales podrían restar hasta 3 puntos porcentuales al PBI el 2024. Además de ello, dado que más del 60% de la agricultura tradicional depende exclusivamente de las lluvias, eventuales sequías en la zona sur reducirían significativamente las áreas sembradas destinadas al mercado interno, afectando la producción de alimentos básicos e impactando directamente en sus precios, dificultando el retorno de la inflación al rango meta del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) y deteriorando aún más los ingresos de las familias.