Por: Ricardo de la Piedra, socio de M&A del Estudio Muñiz
En los últimos años, los términos innovación y disrupción, y la creación de áreas encargadas al desarrollo de dichos conceptos (más allá de la clásica R&D) han venido en auge. El concepto actual en muchas startups (y, por qué no decirlo, prácticamente en empresas de todos los tamaños) es claro: “hay que innovar” y “hay que ser disruptivo para liderar/permanecer/triunfar en esta industria”. Pero, ¿realmente se sabe dónde se acunó este concepto y qué significa? .
Cuando el econometrista de Oxford, MBA y profesor de Harvard Business School Clayton M. Christensen introdujo este concepto entre los años 1995 y 1997 (más de 2 décadas atrás) como una visión para el éxito de los emprendimientos, la práctica demostró con casos de éxito que ser disruptivo a través de la innovación podía ser la clave del éxito para las startups.
A más de 23 años de la creación del término, el problema parece ser que en la actualidad muchas de las personas que hablan de disrupción e innovación realmente no han estudiado los procesos ni supuestos en los que estos se aplican. La experiencia demuestra que no solo emprendedores, sino también escritores y consultores utilizan el término “innovación disruptiva” para describir prácticamente cualquier situación en que alguna industria o mercado sufre algún cambio en su estructura tradicional, no siendo eso a lo que se refería Christensen.
El concepto:
En palabras del propio creador, la disrupción es una teoría de competitividad. Esta implica un proceso en que un jugador menor, nuevo o pequeño (el emprendedor/startup) es capaz de amenazar las posiciones de dominio de jugadores o empresas clave en determinada industria. El típico ejemplo es la empresa grande que sigue mejorando sus servicios y productos para sus clientes más asiduos y que le generan mayores ingresos, descuidando a un sector de consumidores. Este sector dejado del lado por la empresa es el que es atacado por el disruptor para (i) posicionarse y escalar en la industria o (ii) para crear un mercado nuevo para satisfacer a esos clientes.
Así, tenemos que, a través de la innovación disruptiva, un proceso crea un nuevo mercado y cadena de valor, desplazando de sus posiciones de dominio a los líderes de determinado mercado o industria. Un ejemplo ilustra mejor este concepto: Netflix está en un proceso de disrupción de la televisión por cable hace ya un buen tiempo. Inicialmente su servicio no llamaba la atención de los clientes de Blockbuster (ni era considerado una amenaza por este), pero conforme mejoró su calidad y servicios, los consumidores migraron para la posterior quiebra del gigante Blockbuster en 2010.
Para Christensen, la innovación disruptiva nace de dos formas (i) de un mercado de gama baja que las grandes compañías han dejado del lado o (ii) a través de la creación de un mercado nuevo.
La actualización:
Recientemente se inició una polémica cuando el propio Christensen declaró que su teoría inicial había sido víctima de su propio éxito y que los puntos que se afinaron en estos últimos 20 años han sido opacados por la popularidad de la formulación inicial del concepto. En esa línea, desmintió que uno de los casos emblema de disrupción de un mercado a través de innovación (Uber) fuera innovación disruptiva, ya que, desde su punto de vista, era simplemente innovación sostenida en un mercado constituido, que no cumplía con ninguna de las 2 formas en que nace la innovación disruptiva.
La respuesta desde Silicon Valley no se hizo esperar, criticando la vigencia de la teoría de Christensen (y al mismo Christensen), señalando que (i) Uber claramente es un ejemplo de innovación disruptiva por sentido común y que (ii) incluso aplicando de manera estricta la teoría de 1995, Uber encaja perfectamente en el supuesto de servicio de mercado de gama baja (y luego al crecer la demanda en cada ciudad, los costos bajaron, subieron la calidad y logró posicionarse como un competidor clave, sino el más importante, de las empresas de taxis).
Además, se aprovechó la oportunidad para criticar el fondo de la teoría e investigación de Christensen, señalando que esta solo aplicaba a negocios lineales (cadena de producción a cliente), y que, para plataformas como Uber, Apple o Airbnb su teoría es inaplicable, ya que, en vez de crear una cadena directa al cliente, estas plataformas desarrollan una red de negocios que se basa en sí misma y genera su propia oferta y demanda.
El motor
En relación al concepto y la polémica, muchos consideran que, con sus éxitos, los emprendedores de Silicon Valley han hecho una “disrupción de la innovación disruptiva” y que por eso Christensen tuvo que salir a defender y aclarar 2 décadas después su teoría. Lo que es cierto es que, más allá de la forma en que se utilice, la constante innovación y búsqueda de oportunidades de negocio no aprovechadas por los jugadores clave de cada industria ha sido y debe seguir siendo el motor que mueva a los emprendedores a crear y emprender a través de startups, sin importar si esta encaja o no en el concepto clásico de innovación disruptiva creado por Christensen en 1995, o en la nueva teoría de Silicon Valley.