PAD Universidad de Piura
La empresa privada se caracteriza por su eficiencia y eficacia, con el aliciente de la justa retribución por el esfuerzo en proveer buenos bienes y servicios.
El sistema está orientado al logro de beneficios, a incrementar la participación de mercado, a un mayor valor de la acción, y para esto se emplean los incentivos: comisiones sobre ventas, bonos por productividad o por incremento de utilidades o la capitalización, opciones sobre acciones, etc. Todo ello, desde luego, se apoya en el objeto de la empresa, que es brindar un bien o servicio que satisface necesidades existentes (o creadas).
También se han generado necesidades de tipo aspiracional para el reconocimiento a la competitividad, innovación, publicidad, clima laboral, etc. No está mal, porque una organización interesada en esos premios se esfuerza en diversos aspectos, procurando mejorar su buena fama, reputación, credibilidad, su atractivo. La sociedad ha evolucionado: ha cambiado el palo por la zanahoria, que cada vez es más sofisticada, más elegante, más “presentable”, menos zanahoria, pero zanahoria al fin.
Ahora bien, la honrada búsqueda de beneficio es legítima, pero no siempre el beneficio indica que se esté sirviendo adecuadamente a la sociedad. El sistema de incentivos fácilmente puede originar efectos perversos para la salud personal o familiar, e incluso castigar a la empresa, por su frecuente acción de búmeran, convirtiendo el medio, en fin.
“Es indispensable que, dentro de la empresa, la legítima búsqueda del beneficio se armonice con la irrenunciable tutela de la dignidad de las personas que a título diverso trabajan en la misma. (…) no sería realista pensar que el futuro de la empresa esté asegurado sin la producción de bienes y servicios y sin conseguir beneficios que sean el fruto de la actividad económica desarrollada; por otra parte, permitiendo el crecimiento de la persona que trabaja, se favorece una mayor productividad y eficacia del trabajo mismo. La empresa debe ser una comunidad solidaria” (Doctrina Social de la Iglesia, 340).
Es fácil perder de vista el verdadero norte y enceguecerse buscando lo llamativo. Como la rimbombancia de los fuegos artificiales… al apagarse, solo quedan palitos chamuscados. Debo resaltar que lo bueno, lo mejor, puede ser poco evidente. Se va muy aprisa: se mira, pero no se ve; se oye, pero no se escucha. Así, se descuidan los detalles que, pequeños, aparentemente insignificantes y de “poco valor retributivo”, son los verdaderamente trascendentes.
¿Por qué no cambiar el enfoque? Priorizar la colaboración y no la competitividad interna; pensar en las personas más que en la gestión de las cosas; buscar la concreción en lugar de la especulación.
Existen empresas buenas y las hay ejemplares, que no están en el escaparate esperando aplausos. Pasan inadvertidas, pero construyen de adentro hacia afuera, porque sirven a la sociedad dando un buen servicio o producto. En contraposición, otras flagelan el sistema porque su razón de ser está al prioritario servicio de su lucro, pasando por encima de todo y de todos, valiéndose, en no pocas ocasiones, de medios o esquemas inmorales. ¡No, el fin no justifica los medios! Así como hay que denunciar la corrupción en las instituciones públicas, también hay que denunciar a estas malas empresas, o mejor, a los malos empresarios y gerentes, que hacen daño a la libre empresa y a la sociedad en su conjunto.