Economista, docente de la Escuela de Posgrado de la U. Continental
1. Hace poco, estuve nuevamente en Venezuela. En los últimos 23 años, he seguido de cerca las políticas implementadas primero por Chávez y luego por Maduro, dos caras de una misma moneda: el denominado socialismo del siglo XXI –una mezcla explosiva de populismo, prepotencia y corrupción– que diezmó a los venezolanos. En efecto, las políticas públicas implementadas y la corrupción del régimen produjeron una prolongada crisis económica que devino en una crisis humanitaria y en una diáspora sin precedentes en la región.
2. Se estima que más de cinco millones de venezolanos tuvieron que dejar su país debido al desempleo y el hambre, por cualquier medio a su alcance, incluso caminando. Cientos de miles de familias se vieron afectadas por la migración, pero los más perjudicados fueron aquellos sumidos en la pobreza generada por un poder político anárquico y sumamente corrupto. Más de un millón de migrantes venezolanos llegaron al Perú para rehacer sus vidas. Y, ahora, la mayoría de ellos sencillamente no puede creer lo que nos está pasando. Es como si empezasen a ver una película repetida, cuyo dramático final conocen demasiado bien.
3. No iba a Caracas desde poco antes de la pandemia, cuando la escasez de alimentos, la falta de medicinas y los problemas para conseguir productos de uso cotidiano –como la moneda, el jabón e, incluso, el papel higiénico– eran la norma. Hoy, después de dos años, tras la liberalización y la dolarización de facto, uno encuentra casi de todo. En los denominados “bodegones” que se encuentran en muchos puntos de la ciudad, es posible encontrar desde verduras relucientes, carnes y pescados, hasta todo tipo de productos importados. Y si no se encuentra lo que se busca, se encarga el producto a Miami, donde la respectiva oficina de compras del bodegón se encarga de conseguirlo y despacharlo a su casa. ¡Servicio puerta a puerta!
4. Claro, los precios son muy altos. Pero hay una pequeña clase adinerada que puede pagarlos. Los viejos y los nuevos ricos –muchos de estos últimos allegados al régimen y beneficiados por los miles de millones de dólares a los que pudieron acceder a costa del Estado y del bienestar de la mayoría– viven bien, comen en restaurantes lujosos y han aprendido a convivir con el socialismo del siglo XXI. ¿Y los pobres? Bueno, millones de ellos tuvieron que migrar y, los que quedaron atrás, son realmente muy pobres. El sueldo mínimo hoy en Venezuela es de 2.4 dólares al mes y esta realidad de miseria no solo es la de la mano de obra no calificada. Los profesores universitarios no ganan lo suficiente para poder costear su alimentación; conversé con algunos de ellos, cuya flacura y fragilidad física me conmovió.
5. Evidentemente, estos últimos no compran en los bodegones. Estos comercios son un negocio de los “enchufados” y de algunos militares que se benefician de los permisos que pueden obtener del gobierno. Esta figura se repite en el caso de la escasa construcción en la capital. El sorprendente negocio de construcción de edificios de oficinas de lujo que permanecen vacías es una muy visible actividad que combina el lavado de dinero y el acceso a materiales de construcción subsidiados. Pero de la construcción de viviendas populares y del crédito hipotecario no queda ni el recuerdo, y los pobres siguen condenados a vivir en “ranchitos” miserables (infraviviendas).
6. Si decidimos repetir la película venezolana, ya conocemos el final: empobrecimiento, corrupción, prepotencia gubernamental y desdén por las demandas legítimas de la población. Está en nosotros el no repetir la película, diciéndole NO a la corrupción y a la incompetencia.