Sentado en un banco en el porche de su casa, Volodymyr Mukhovaty maldice a los supuestos informantes que ayudaron a Rusia para que bombardeara su pueblo, un ataque que dejó 59 muertos, entre ellos su esposa, su hijo y su nuera.
Las autoridades de Groza, una localidad de la región de Járkov, en el noreste de Ucrania, afirman que dos de los suyos --los hermanos Volodymyr y Dmytro Mamon-- le facilitaron las coordenadas a Rusia para que llevara a cabo un devastador bombardeo el pasado octubre.
El ataque apuntó contra el lugar en el que se estaba celebrando el velatorio de un soldado, y fue una de las agresiones más mortíferas en dos años de guerra.
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“Eran nuestros vecinos, mi hijo mayor iba a la escuela con uno de ellos, eran prácticamente inseparables”, comenta Mukhovaty, refiriéndose a los dos hermanos acusados.
Mirando hacia el cielo, con los ojos llorosos, señala con rabia: “¿A cuánta gente han enviado a la tumba? ¿Para qué? ¡Malditos idiotas!”.
Seis meses después del bombardeo, el ambiente en Groza sigue cargado de dolor, desconfianza y sospechas hacia algunos vecinos, percibidos como prorrusos.
El destino de este pueblo dividido es una muestra de los desafíos a los que se tienen que enfrentar los habitantes de lugares que fueron liberados tras meses de ocupación rusa.
En el caso de Groza, el municipio cayó en manos de Moscú en los días que siguieron a la invasión de Ucrania, y lo estuvo hasta que las fuerzas de Kiev lo retomaron en septiembre de 2022.
No parece probable que los dos hermanos Mamon vayan a rendir cuentas a la justicia, al menos de momento. Ambos huyeron a Rusia, donde construyeron una “red de informantes”, según los servicios de seguridad ucranianos.
Los pocos autos que entran en Groza estos días pasan por delante de una parada de autobús donde hay colgada una pancarta con una foto de Volodymyr Mamon. “Los asesinos tienen nombres, mataron a 59 por dinero ruso”, reza el cartel.
Resentimiento
Muy cerca de esa parada de bus se encuentra el cementerio municipal, donde hay decenas de tumbas recién excavadas. Todas tienen la misma fecha: 05.10.2023, el día del bombardeo.
Alrededor de 44 de los muertos eran residentes de Groza, que tiene una población de unas 330 personas, según las autoridades locales.
Se encontraban en una cafetería de la calle principal, participando en el velatorio de un soldado del pueblo que había muerto en la guerra, cuando un misil atravesó el edificio y lo redujo a un montón de escombros.
Rusia afirmó que se trataba de un objetivo militar legítimo, algo que Naciones Unidas rechazó en un informe.
Kozyr ha vuelto al pueblo para recoger unos documentos en casa, pero afirma que no suele regresar porque el lugar le trae demasiados recuerdos.
La mujer manifiesta su resentimiento con las familias que, según ella, eran pro-Rusia y que se quedaron en Groza después de que las fuerzas ucranianas liberaran la localidad.
Según ella, esas familias volverían a ponerse en contra de los suyos si las fuerzas de Moscú, que están a solo 35 km, reconquistarán Groza.
“Tienen una bandera ucraniana en su habitación. Pero si algo va mal, la quitarán y la quemarán”, señala.
Una pareja, que según muchos vecinos simpatiza con los rusos, afirmó a la AFP que apoya a Ucrania.
“Hay que matarlos”
Pero las sospechas y la desconfianza cunden en el pueblo, afligido por la pena. Olga Dontsova, que regenta una tienda de alimentación, también cree que algunos podrían cambiar de chaqueta de nuevo.
“Algunos directamente dicen: ‘Me sentaré aquí a esperar que Rusia vuelva’”, comenta un cliente de Dontsova.
“Creo que hay que matarlos, pero nadie me daría una pistola”, responde Dontsova, de 40 años, bromeando.
En esta soleada mañana de primavera, el pueblo está silencioso, aparte del trino de los pájaros y del ruido que arman los pocos clientes de la tienda y los autos que pasan por la calle. Pero esto no siempre fue así.
Dontsova recuerda que, antes, los habitantes solían reunirse en la calle los fines de semana.
“Algunos encendíamos una hoguera, hacíamos gachas, freíamos salchichas, jugábamos con la pelota...”, cuenta la mujer.
“Pero ahora ya no tenemos nada de eso. Simplemente, cada uno se queda en casa”, dice, pues cuando se juntan suelen aflorar los más dolorosos recuerdos.
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