En enero, con el propósito de rastrear contactos, las autoridades de Pekín publicaron datos sobre los movimientos de dos personas infectadas con COVID-19. Un trabajador migrante de 44 años de apellido Yue había ido de un sitio de construcción a otro, visitando casi 30 personas en el transcurso de 18 días. Desempeño trabajos ocasionales, manteniendo a una gran familia. La otra persona era una joven empleada de oficina, supuestamente de apellido Li. Pasó los primeros días de enero esquiando y curioseando en tiendas elegantes, como Dior.
Según muchas medidas, la desigualdad en China ha mejorado durante la última década. La brecha entre ricos y pobres sigue siendo mayor que en la mayoría de los países avanzados. Pero la investigación sugiere que los chinos aceptan la desigualdad, siempre y cuando sientan que trabajar duro los llevará a una vida mejor.
El problema es que muchos chinos ya no sienten que eso sucederá. Los datos sugieren que la movilidad social se está desacelerando, mientras que la desigualdad se ha vuelto más notoria. Los retratos contrastantes de Yue y Li, por ejemplo, provocaron un encendido debate en línea. Mientras que una China en ascenso ofreció a las personas varias rutas hacia la clase media, la China de la era COVID ha visto cómo se estrechan algunos de esos caminos. Los frecuentes confinamientos, los controles estrictos sobre el movimiento y una economía tibia han dificultado que los chinos laboriosos asciendan en el mundo.
Las políticas COVID del gobierno han afectado especialmente a dos grupos. El primero son los casi 300 millones de trabajadores migrantes de China, como Yue. Dejan sus casas en el campo para trabajar en las ciudades, donde pueden ganar mucho más y enviar dinero a casa. Pero el COVID ha interrumpido este patrón. Muchos se han quedado atrapados en sus aldeas, ya sea debido a los confinamientos o restricciones de cuarentena que congelan los servicios de autobús y tren. En ocasiones, las ciudades han tratado de mantener alejados a los no residentes, para que no traigan el virus.
La vida nunca ha sido fácil para los trabajadores migrantes en las ciudades. Al carecer de un hukou local, o permiso de registro de hogar, no son elegibles para los beneficios. Son los últimos en recibir ayuda de las autoridades durante los brotes. Cuando Shanghái se confinó este año, muchos trabajadores migrantes empezaron a dormir a la intemperie porque habían perdido sus trabajos y no podían pagar el alquiler. Algunos repartidores de alimentos evitaron ir a casa por temor a que no se les permitiera salir a trabajar.
Muchos inmigrantes desempeñan trabajos de servicio, meseros o planchando sábanas. Cuando los restaurantes y hoteles quedan vacíos durante los confinamientos, sus trabajos desaparecen. Otros trabajan para pequeñas empresas, muchas de las cuales han cerrado durante la pandemia. Algunos encuentran trabajos temporales, pero la paga es peor. Ge Zhanying, de la provincia de Anhui, llega todos los días a las 4:30 a.m. a un mercado laboral informal en un estacionamiento de Pekín. Ella dice que en los días que encuentra trabajo, generalmente gana la mitad de lo que ganaba antes de la pandemia. En términos más generales, los investigadores han descubierto que la riqueza de los hogares de bajos ingresos de China ha disminuido cada trimestre desde que comenzó la pandemia en el 2020, incluso cuando ha aumentado la de los hogares de altos ingresos.
Para los jóvenes brillantes de las provincias rurales, la educación superior ofrecía otra forma de tener una vida mejor. Si les iba bien en los exámenes de ingreso a la universidad, podrían ir a la universidad en una gran ciudad. Al graduarse, podrían encontrar un trabajo administrativo en la ciudad y obtener un preciado hukou local, lo que les permitiría establecerse. Sin duda, los estudiantes de entornos pobres están en desventaja en cada paso del camino. En los últimos años, menos de ellos han estado ingresando a las mejores universidades. Pero con trabajo duro y un poco de suerte, podrían ascender en la escala social.
Este año se necesitará más suerte de lo habitual. Muchos de los casi 11 millones de estudiantes universitarios que se graduarán no encontrarán trabajo. Los confinamientos en las ciudades han obstaculizado la economía. La tasa de desempleo urbano de 16 a 24 años subió a 19.9% en julio, su nivel más alto desde que comenzó la encuesta en el 2018. Algunos están ajustando sus expectativas, buscando empleos en el sector público que ofrecen salarios más bajos que los del sector privado. Zhang Ying, quien se graduó el año pasado, no ha podido encontrar trabajo, por lo que se está preparando para el examen de ingreso al servicio civil. La universidad la llevó a Changsha, la capital de la provincia de Hunan. Regresar a su ciudad natal “atrasada” no es una opción, dice.
Los funcionarios temen que la desesperación de los trabajadores pobres provoque disturbios. Los estudios sugieren que la movilidad intergeneracional en China está cayendo. “Si crees que vas a estar peor que tus padres, eso crea un problema realmente serio”, dice Ilaria Mazzocco del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington. Nada de esto es nuevo para el presidente Xi Jinping, cuyo impulso por la “prosperidad común” tiene como objetivo distribuir las oportunidades de manera más uniforme. Se ha advertido a los ricos que no hagan alarde de su riqueza.
Pero, por ahora, Xi se apega a su política de “COVID cero” y las restricciones que conlleva. Eso seguirá dificultando que algunas personas salgan adelante. Zhang, que se ha esforzado desde la escuela secundaria, una vez pensó que la vida sería más fácil una vez que se graduara de la universidad. “Pero todavía tengo que competir”, dice ella. “Nunca pensé que sería tan difícil”.