”Mamá, déjame dormir en tus brazos, no quiero morir”, dice Yasmine, de 6 años, mientras abraza con fuerza a su madre bajo una carpa de plástico en la Franja de Gaza, tras más de diez meses de cruenta guerra.
“Mis cuatro hijas empezaron a tener miedo de dormir”, cuenta Safa Abu Yasin en Al Mawasi, un laberinto de refugios improvisados que crece con la llegada de más personas. “Y yo también, temo por sus vidas”.
En Gaza, la gran mayoría de los 2,4 millones de habitantes se han visto obligados a desplazarse al menos una vez desde el 7 de octubre, cuando comenzó la guerra entre Israel y el movimiento islamista palestino Hamás. Una vez que anochece, la falta de electricidad sume a todos en una oscuridad que, junto a los incesantes zumbidos de los drones, los disparos de artillería y las amenazas de bombardeos, resulta aterradora.
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Abu Yasin pasa las noches pegada a Lujain, su bebé nacida en abril, que se despierta varias veces llorando y “es muy difícil de calmar”.
“Queremos que se sienta segura, pero no tengo siquiera una cuna donde dejarla para que esté bien”, explica.
Sus otras hijas se quejan de los “horribles” colchones de espuma --”es como dormir en el suelo”-- y del poco espacio que las hace despertar golpeándose entre ellas.
Complicado descanso
“Extraño mi almohada”, confiesa Farah Charchara, de 32 años, bajo una tienda de campaña en Deir Al Balah, en el centro de Gaza. La intimidad ya no existe: “Siempre hay que adaptarse al ritmo de los demás y siempre hay alguien mirando”.
“Están los que roncan, los que se despiertan, gritan y lloran de miedo, y los insomnes que hablan y molestan a todos”, cuenta esta mujer.
Un hombre, Rami, describe su tienda de campaña, de seis metros por cuatro, para 27 miembros de una familia.
“Una alfombra de plástico, una capa de cobijas, de todos modos hace demasiado calor para usarlas ahora, y colchones de espuma. Todos dormimos juntos, sobre ello”, detalla este padre de familia desplazado varias veces.
Con más del 55% de los edificios total o parcialmente destruidos, según estimó la ONU en mayo, las tiendas de campaña --suministradas por organizaciones internacionales o compradas a precio de oro-- abundan.
Las oenegés distribuyen desde octubre kits para dormir con lo esencial, pero se quejan en reuniones internas de las crecientes dificultades para hacer llegar material para refugio y para reparar los que ya existen en Gaza, debido a los controles de Israel en los accesos al territorio palestino.
Por eso, cada vez más gazatíes duermen entre los escombros o en la calle, donde moscas e insectos pululan en las aguas residuales estancadas.
“Permanecer despiertos para escapar”
“A la gente le suele faltar los elementos base para dormir bien: la intimidad, el control de la temperatura, la oscuridad y la tranquilidad”, explica a AFP Eman Alakhras, psicóloga de Médicos del Mundo.
Los pacientes que acuden a la oenegé en el territorio piden con frecuencia pastillas para dormir, según ella.
“Algunos no pueden dormir porque han visto a demasiada gente morir y sienten que deben permanecer despiertos para poder escapar en caso de peligro”, agrega.
La falta prolongada de sueño, que conlleva un mayor riesgo de síndrome postraumático, trastornos cognitivos y retraso en el desarrollo para los niños, agota a los habitantes a medida que continúa la guerra.
El conflicto en Gaza estalló el 7 de octubre, cuando comandos de Hamás mataron a 1,198 personas en el sur de Israel, según un balance de AFP basado en datos oficiales israelíes.
En respuesta, Israel lanzó una ofensiva militar en la Franja de Gaza que ha matado a más de 40,000 personas, según el Ministerio de Salud del territorio palestino, gobernado por Hamás desde 2007.
“Ya nada es como antes”, resume Mohamed Abdel Majid, desplazado con unos treinta miembros de su familia.
Antes de la guerra, todos dormían en “habitaciones de verdad”. Hoy en día, solo tienen “una lona para el frío glacial en invierno y el sol abrasador en verano”, añade.
“Hay ancianos y niños que simplemente no pueden soportarlo”.