Los Museos del Vaticano exhiben algunas de las obras de arte más maravillosas del mundo, desde la Capilla Sixtina de Miguel Ángel hasta antigüedades egipcias y un pabellón entero de carruajes papales. También tiene una colección poco visitada que está generando tensiones antes del viaje del papa Francisco a Canadá.
El Museo Etnológico Anima Mundi del Vaticano, ubicado junto a un comedor, muy cerca de la salida, cuenta con decenas de miles de artefactos y obras artísticas de indígenas de todo el mundo, buena parte de ellos enviados a Roma por los misioneros católicos para una muestra de 1925 en los jardines del Vaticano.
El Vaticano dice que los tocados de plumas, los colmillos de morsas tallados, las máscaras y las pieles de animales bordadas son regalos al papa Pío XI, quien quiso celebrar el alcance global de la iglesia, a sus misioneros y las vidas de los indígenas que evangelizó.
Pero organizaciones indígenas de Canadá, cuyos delegados vieron algunos de los objetos de la colección cuando viajaron al Vaticano este año para reunirse con el pontífice, cuestionan la forma en que algunos de esos artefactos fueron obtenidos y se preguntan qué otras cosas pueden haber en los depósitos del Vaticano.
Algunos piden incluso que se los devuelvan.
“Estos objetos nos perteneces y deberían regresar a nuestro país”, afirmó Cassidy Caron, presidente del Consejo Nacional de los Metis, quien presidió la delegación que pidió el papa la devolución de los artefactos de esa tribu.
La restitución de los objetos indígenas y de le era colonial, una papa caliente para los museos y las colecciones nacionales de toda Europa, es uno de los temas que deberá abordar Francisco en su viaje a Canadá, que comienza el domingo.
El principal objetivo de la visita es que el papa pida perdón en persona, en suelo canadiense, por los abusos que sufrieron los pueblos indígenas a manos de misioneros católicos en lo que se llamó “escuelas residenciales”.
Más de 150,000 niños de los pueblos originales de Canadá fueron obligados a estudiar en escuelas cristianas financiadas por el estado desde el siglo 19 hasta la década de 1970, en un esfuerzo por aislarlos de su cultura, separándolos de sus casas. La meta era cristianizarlos e incorporarlos a la sociedad creada por los europeos.
La política oficial de Canadá desde fines del siglo 19 hasta principios del 20 buscaba asimismo suprimir las tradiciones espirituales y culturales de los indígenas.
Agentes del gobierno confiscaron elementos usados en los rituales indígenas, algunos de los cuales terminaron en museos de Canadá, Europa y Estados Unidos, así como en colecciones privadas.
Es posible que los pueblos indígenas hayan donado sus trabajos a los misioneros católicos para la muestra de 1925 o que los misioneros se los hayan comprado. Pero muchos historiadores se preguntan si los objetos fueron realmente cedidos por voluntad propia en vista del desequilibrio de poder que había en las misiones católicas y de la política del gobierno canadiense de eliminar las tradiciones indígenas, que una Comisión de la Verdad y la Reconciliación calificó de “genocidio cultural”.
“Dada la estructura del poder vigente en esa época, sería muy difícil para mí aceptar que no hubo coerción en la entrega de esos objetos”, expresó Michael Galban, de la tribu washoe, quien es director y curador del Centro de Arte y Cultura de Seneca (estado de Nueva York).
Gloria Bell, de la Academia Americana de Roma y profesora asistente del departamento de historia del arte y estudios de la comunicación de la Universidad McGill, estuvo de acuerdo.
“La expresión ‘regalo’ oculta toda la historia”, dijo Bell, quien es de origen metis y está terminando un libro sobre la exhibición de 1925. “Hay que cuestionar el contexto en que estos objetos culturales llegaron al Vaticano y también su relación con las comunidades indígenas de hoy”.
Katsitsionni Fox, una cineasta mohawk que fue asesora spiritual de la delegación que viajó al Vaticano, dijo que vio objetos que le pertenecen a su pueblo, que deben ser repatriados. “Te das cuenta de que no deberían estar allí, de que no desean estar allí”, manifestó.
La delegación inuit preguntó por un kayak inuit de la colección del Vaticano.
Los Museos del Vaticano declinaron responder a preguntas sobre este tema.
En la reapertura de la galería Anima Mondi tras una renovación en el 2019, con artefactos de Oceanía y una muestra temporal de la Amazonía, Francisco dijo que los objetos habían sido cuidados “con la misma pasión reservada para las obras maestras del Renacimiento y las estatuas inmortales de los griegos y los romanos”.
El visitante seguramente no verá la galería Anima Mundi si va por un día a los museos del Vaticano. No figura en las visitas guiadas oficiales ni en una guía auditiva. Los guías privados dicen que rara vez llevan a la gente a ese pabellón porque no hay letreros explicativos sobre los artefactos.
Margo Neale, quien ayudó a curar una exhibición de arte aborigen en Anima Mundi en el 2010, dijo que es inconcebible que las colecciones indígenas no tengan carteles informativos.
“No se les da el respeto que se merecen”, sostuvo Neale, miembro de las naciones kulin y gumbaingirr. “Están muy bien presentados, pero se disminuye su valor cultural al ser consideradas simplemente objetos ‘exóticos’ de otras culturas”.
En Victoria (Columbia Británica), Gregory Scofield reunió una colección de unos 100 objetos indígenas que adquirió en remates a través de la internet o durante sus viajes y que puso a disposición de estudiosos y artistas metis.
Scofield, poeta y escritor que está a punto de publicar “Our Grandmother’s Hands: Repatriating Metis Material Art” (Las manos de nuestras abuelas: Repatriación del material artístico metis), opinó que el Vaticano debería dar acceso a la colección a los estudiosos indígenas y devolver los objetos. “Cuentan nuestra historia”, expresó. “Tienen la energía de las abuelas ancestrales”.