En el calor implacable de la cordillera del Atlas Medio, en Marruecos, la gente dormía en los tejados. Hanna Ouhbour también necesitaba refugio, pero se encontraba afuera de un hospital mientras esperaba a su prima diabética, que estaba en una habitación sin aire acondicionado.
El miércoles, hubo 21 muertes relacionadas con el calor en el principal hospital de Beni Mellal cuando las temperaturas se elevaron a 48.3 grados Celsius (118,9 grados Fahrenheit) en la región de 575,000 personas, la mayoría sin aire acondicionado.
“No tenemos dinero y no tenemos otra opción”, dijo Ouhbour, una mujer desempleada de 31 años de Kasba Tadla, una ciudad aún más cálida que algunos expertos dicen que es una las más calurosas de la Tierra.
“La mayoría de las muertes se produjeron en personas que padecían enfermedades crónicas y ancianos, ya que las altas temperaturas contribuyeron al deterioro de su salud y condujeron a su muerte”, explicó Kamal Elyansli, director regional de salud, en un comunicado.
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Esta es la vida y la muerte en el calor.
Mientras la Tierra, que se calienta, atravesaba una semana con cuatro de los días más calurosos jamás registrados, el mundo se centró en números fríos y duros que mostraban la temperatura media diaria de todo el planeta.
Pero la lectura de 17,16 °C (62,8 °F) registrada el lunes no transmite lo opresivamente pegajosos que se volvieron algunos lugares, en particular durante el pico de los rayos solares y la humedad. El termómetro no cuenta la historia de un calor que simplemente no desaparece por la noche para que la gente pueda dormir.
Los registros son estadísticos, llevan la cuenta. Pero la gente no siente los datos. Siente el calor.
“No necesitamos que ningún científico nos diga qué temperatura hace afuera, porque eso es lo que nuestro cuerpo nos dice al instante”, dijo Humayun Saeed, un vendedor de fruta de 35 años en Lahore, la capital cultural de Pakistán.
Saeed tuvo que ir al hospital dos veces en junio debido a un golpe de calor.
“La situación es mucho mejor ahora, ya que no fue fácil trabajar en mayo y junio debido a la ola de calor, pero he evitado la caminata matutina”, agregó Saeed. “Puede que la reanude en agosto, cuando la temperatura baje aún más”.
El calor hizo que Delia —una embarazada de 38 años parada afuera de una estación de tren en Bucarest, Rumania— se sintiera aún más incómoda. Hacía tanto calor durante el día que estaba somnolienta. Sin aire acondicionado por la noche, consideró dormir en su auto como lo había hecho una amiga.
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“Realmente he notado un enorme aumento en las temperaturas. Creo que fue lo mismo para todos. Yo lo sentí aún más porque estoy embarazada”, dijo Delia, quien solo proporcionó su nombre de pila. “Pero supongo que no fui solo yo. En verdad, todos sentimos esto”.
Karin Bumbaco, quien se describe a sí misma como una nerd del clima, estaba en su elemento, pero luego se volvió un poco excesivo cuando Seattle tuvo día tras día de un calor mucho más cálido de lo normal.
“Amo la ciencia. Amo el clima. Me encanta desde que era niña”, dijo Bumbaco, la climatóloga estatal adjunta del estado de Washington. “Es como divertido ver que se rompen los récords diarios... Pero en años recientes, el mero hecho de vivirlo y sentir el calor se ha vuelto aún más miserable en el día a día”.
“Como esta última racha que hemos tenido. No dormí muy bien. No tengo aire acondicionado en casa”, agregó Bumbaco. “Observaba cada mañana cómo el termostato marcaba una temperatura un poco más alta que la del día anterior. El calor en la casa iba aumentando y yo no podía esperar a que terminara”.
Para los científicos climáticos de todo el mundo, lo que había sido un ejercicio académico sobre el cambio climático literalmente les llegó a casa.
“He estado analizando estos números desde la frescura de mi oficina, pero el calor ha comenzado a afectarme también, y me provoca noches de insomnio debido a las temperaturas urbanas más cálidas”, dijo Roxy Mathew Koll, científico climático del Instituto Indio de Meteorología Tropical, en Pune, Maharashtra, que normalmente tiene un clima relativamente templado.
“Mis hijos regresan a casa de la escuela durante las horas pico, exhaustos”, agregó Koll. “El mes pasado, la madre de uno de mis colegas murió de un golpe de calor en el norte de India”.
Philip Mote, científico climático y decano de la escuela de posgrado de la Universidad Estatal de Oregon, se mudó cuando estudiaba la escuela secundaria al Valle Central de California, con su calor de más de 38 °C (100 °F) en verano.
“Rápidamente, me di cuenta de que no me gustaba el clima cálido y seco”, dijo Mote. “Y por eso me mudé al noroeste”.
Durante décadas, Mote trabajó en cuestiones climáticas desde la comodidad de Oregon, donde la gente temía que con el calentamiento global el Noroeste “sería el último lugar agradable para vivir en Estados Unidos y todos se mudarían aquí y tendríamos superpoblación”.
Pero la región se vio afectada por terribles incendios en 2020 y una ola de calor mortal en 2021, lo que provocó que algunas personas huyeran de lo que se suponía que era un refugio climático.
En la segunda semana de julio, la temperatura alcanzó los 40 °C (104 °F). Como miembro de un club de remo de maestros, Mote practica en el agua los martes y jueves por la noche, pero esta semana decidieron simplemente flotar río abajo en “tubes”, cámaras neumáticas en forma de dona con fondo.
En Boise, Idaho, hacer “tubing” en el calor que ha oscilado entre los 37 a los 42 °C (99 y 108 °F) durante 17 días se ha vuelto tan popular que hay una espera de 30 minutos a una hora para entrar al agua, reportó John Tullius, gerente general de Boise River Raft & Tube, que renta balsas, tubes y kayaks.
“Creo que ha habido cifras récord en los últimos 10 días seguidos”, dijo Tullius, quien agregó que le preocupan sus trabajadores que laboran al aire libre, especialmente el desgaste físico de quienes recogen las balsas al final del recorrido.
Erigió una estructura especial para que tengan sombra, agregó más trabajadores para aliviar la carga y los insta a hidratarse.
En el City Park de Denver, la tienda de alquiler de botes a pedal con forma de cisne no está tan concurrida porque hace un calor terrible afuera y las almas valientes que salen tienen que sentarse en asientos de fibra de vidrio calientes.
No hay mucha sombra para los trabajadores, “pero nos escondemos en nuestro pequeño cobertizo”, dijo el empleado Dominic Prado, de 23 años. “Además, tenemos un ventilador muy potente allí y me gusta levantar mi camisa sobre él solo para refrescarme”.