La OPEP+ tiene nuevo mando, al parecer.
Tras la debacle de principios de marzo, el ministro de Energía de Arabia Saudita, el príncipe Abdulaziz bin Salman, ha impuesto orden a su grupo rebelde, asegurando una extensión de los profundos recortes del suministro. Lo más notable es que los atacantes de objetivos habituales como Irak ahora tendrán que compensar la falta de disciplina con recortes más profundos en el futuro.
Pero, ¿qué ha cambiado realmente?
La OPEP+, al igual que la OPEP anterior, opera bajo una doctrina de destrucción mutua asegurada. Cualquier miembro que no cumpla con las cuotas de producción corre el riesgo de molestar a sus compañeros, especialmente Arabia Saudita, hasta tal punto que dichos miembros abandonan sus propios compromisos, inundando el mercado petrolero en detrimento de todos. Esta táctica también se extiende a los miembros no pertenecientes a la OPEP, ya que el grupo puede decidir abrir los grifos para castigar a productores externos que se vuelven demasiado exuberantes.
El problema con este tipo de arma petrolera es la parte de la mutualidad: es más una explosión nuclear que un ataque quirúrgico. Todos sufren las consecuencias. Eso no cambió este fin de semana. El dictamen adicional de que los miembros sean castigados si no compensan los déficits de sus compromisos en una fecha posterior representa un nuevo detonante, no una nueva arma. El pacto de destrucción mutua ha sido confirmado de nuevo.
La OPEP siempre ha tenido una dimensión performativa en sus diversos aspectos. Este aspecto ha sido especialmente marcado este año. Hace solo tres meses, Arabia Saudita y Rusia comenzaron una guerra de precios después del desacuerdo sobre la necesidad de nuevos recortes de oferta para enfrentar el desafío de COVID-19. Un mes después, dieron marcha atrás y acordaron una tregua cuando la OPEP+ anunció profundos recortes a la producción, y el presidente Donald Trump se incluyó como corredor. Sin embargo, el motor principal en este giro de acontecimientos no fue Trump o el príncipe Abdulaziz, fue un virus.
Eso no ha cambiado. La demanda de petróleo se está recuperando del abismo, y las cifras de empleos estadounidenses sorprendentemente positivas publicadas el viernes se sumaron a una creciente sensación de optimismo que ha llevado al petróleo crudo Nymex de cerca de -US$40 a casi US$40 en un lapso de siete semanas. Pero el daño económico infligido por el COVID-19 es profundo. ¿De qué otra forma podría considerarse de repente que un desempleo en EE.UU. por encima de 13% es algo bueno? Los riesgos de la segunda ola persisten, al igual que otros males que enfrenta el mercado del petróleo, como la guerra comercial entre China y EE.UU. que COVID-19 ha exacerbado. En otras palabras, la cohesión de la OPEP+, perdida y luego repentinamente restaurada, es función de un enemigo común: el virus.
Con la llegada de la pandemia, la OPEP+ se enfrentó a un dilema. La mayoría de sus miembros, incluida Arabia Saudita, no están diseñados para precios del petróleo por debajo de US$60 por barril. Sin embargo, tener petróleo a más de US$60 alentaba una mayor producción de los no miembros, especialmente los productores de shale de Estados Unidos. Desplegar el arma petrolera en el 2014 ciertamente perjudicó la producción de shale, pero una inyección de nuevo capital le permitió capear la tormenta. Entretanto, las consecuencias económicas afectaron a la OPEP hasta el punto en que no solo abandonó esa estrategia, sino que reconoció la derrota al unirse a Rusia y algunos otros para formar la OPEP+. Desde entonces, ha estado negociando participación de mercado por precios del petróleo más altos, pero aún inadecuados, lo que fue una de las razones por las que Rusia frenó los nuevos recortes en marzo.
Algo que está ayudando a la OPEP+ esta vez es que el propio historial de pésimos retornos del shale significa que esta vez no habrá un rescate del mercado de valores o de los bonistas. La industria del fracking está recortando la producción rápidamente y debe consolidarse, lo que significa que es probable que el crecimiento futuro de la producción sea moderado en comparación con el ritmo previo al desplome.
Sin embargo, las líneas básicas del dilema de la OPEP+ están intactas. Sus miembros siguen dependiendo del petróleo y necesitan precios mucho más altos que los niveles actuales para financiarse. Deben retener la oferta para drenar el exceso de inventario que se ha acumulado. Sin embargo, con precios más altos, para países como Irak o Nigeria será irresistible traspasar los objetivos para apuntalar la estabilidad.
Entretanto, los productores de shale surgirán de una racionalización menos exuberantes que antes, pero aún más que capaces de aprovechar un repunte. En respuesta, la OPEP+ tendría que recurrir al mismo método de disciplina que tenía antes: inundar el mercado hasta que todos, incluidos sus propios miembros, luchen para respirar. Una complicación adicional es que las reducidas perspectivas electorales de Trump significan que es probable que amenace con consecuencias de seguridad para Riad si hace algo para perjudicar a los productores de shale en los estados republicanos este verano.
El lunes en la mañana, el príncipe Abdulaziz habló de una OPEP+ que adoptara tácticas de “banco central” en la gestión del mercado petrolero. Pero los bancos centrales pueden intervenir en los mercados financieros de múltiples maneras, y también tienden a no amenazar con destrucción. En contraste, la OPEP+ puede aumentar la producción de petróleo o frenarla. La falta de flexibilidad económica inherente a los miembros de la OPEP+ es lo que deja al grupo solo con las herramientas más contundentes a su disposición. Frente a un enemigo inescrutable como el COVID-19, está haciendo lo mejor que puede. No hay que confundirlo con algo más elaborado.