Decenas de miles de ucranianos huyen del avance de la máquina de guerra rusa. Familias enteras, personas mayores y estudiantes extranjeros, entre ellos latinoamericanos, se arremolinan ante las taquillas de las estaciones de tren para abandonar el país.
“No sabemos qué hacer. Billetes de tren no hay y tampoco encontramos coches, camionetas o taxis. Y las bombas se escuchan muy cerquita”, comentó el panameño Garik, que trabaja en Kiev como profesor de inglés.
La estación central de Kiev era hoy un hormiguero. Los pasajeros miraban desesperados al tablón electrónico, ya que los tanques rusos avanzan sin remisión hasta la capital. Todos temen la repentina cancelación de su viaje en tren.
Éxodo latinoamericano
Grupos de estudiantes latinoamericanos esperaban inquietos en el andén la llegada del tren con destino a Lviv, la ciudad más importante del oeste ucraniano, situada a más de 500 kilómetros de la capital. De ahí a la frontera polaca, un paso.
“La situación está muy tensa. No he vivido nada peligroso, pero se ve que la situación está complicada”, comentó Andrés, un colombiano con unos meses en Ucrania que estudia para piloto de aviación civil.
También es el caso de Gabriel, un ecuatoriano que estaba estudiando ucraniano y que quiere especializarse en producción de vídeo y dirección de series de televisión. “Lviv es más seguro que la capital. Aquí las alarmas suenan todo el rato”, señala.
Las autoridades colombianas y ecuatorianas les han recomendado que se alejen “lo más posible” de la capital.
“¡Váyanse de ahí!”, les han dicho también sus familias, que sonaban muy preocupadas al otro lado del teléfono.
Un viaje a ninguna parte
La invasión rusa también cogió desprevenidos a profesores de idiomas y viajeros errantes.
Es el caso de Garik, cuya madre, “pobrecita, casi se muere del dolor”. Le acompaña Lucas, un argentino que viajaba con sus bártulos por Europa.
“Estoy muy sorprendido. Pensé que esto era sólo algo político y que iba a morir ahí, pero siguió. Y ahora está empezando todo”, comentó.
Ahora, el objetivo es salir del país: “Cualquier país, Polonia o Hungría. El que esté más cerca”.
Les acompañan otros dos profesores de inglés de Inglaterra y Sudáfrica, también decididos a dejar Ucrania antes de la llegada del invasor.
“Estoy asustado. Tengo que llegar como sea a la frontera polaca. Mi familia está muy preocupada. Tengo que tranquilizarlos de alguna forma”, señaló el sudafricano Johan.
Un inglés, estudiante de medicina en Kiev desde hace cuatro años, intenta racionalizar la situación.
“Como extranjero, estoy consumiendo recursos vitales para la defensa del país. Estoy tranquilo, pero debo irme”, señaló Mortazar.
También hay muchos estudiantes africanos, algunos con niños pequeños, desde libios a nigerianos, congoleños, cameruneses, además de pakistaníes. “¿Has oído? Otro bombazo. Hay que marcharse aquí pero ya”, interrumpe Garik.
Del Donbás a Polonia
En el tren nocturno procedente del este de Ucrania, del Donbás, viajan varias mujeres con hijos que temen por sus vidas. Sus maridos se han quedado atrás.
“Me tuve que ir en tren, ya que en coche era imposible. Las carreteras estaban colapsadas. Quiero irme a Polonia. Tengo que pensar en mi hija. Tengo familia en el norte de Rusia, pero no pienso irme allí”, comentó Zhenia.
Asegura que en el este prorruso mucha gente está cansada del presidente ruso, Vladímir Putin.
“En el Donbás también hay muchos que no lo queremos. Rusia es una dictadura. Sólo hay que mirar a los ministros y asesores de Putin. Están todos amedrentados. ¿Y la propaganda? Dice que los rusos han venido a eliminar a los neonazis ucranianos ¡Increíble!”, insiste.
No todos se van. Algunos deciden embarcarse como voluntarios para derrotar al enemigo ruso.
“Soy médico. Viajo de regreso a Odesa (mar Negro), donde está mi casa, mi familia y mis seres queridos. Quiero ayudar. Putin ha perdido completamente la cabeza”, señaló Serguéi.
Su compañero, Vlad, un kievita, se dispone a combatir contra las tropas rusas “si es necesario”.
Antes de despedirse, comparten embutido, bollos, fruta y dulces sobre un pañuelo en el frío suelo de la estación, donde cada pasajero espera estar muy pronto lejos de Kiev, el preciado objetivo de la ofensiva del Kremlin.