Los libros y las rosas fueron, una vez más, los indiscutibles protagonistas en Barcelona en este 23 de abril, en un Sant Jordi marcado por la previsión de buenas ventas y en el que los barceloneses volvieron a llenar las calles para buscar a sus autores favoritos, quienes además de firmas también hicieron regalos.
Tras dos Sant Jordi marcados por la pandemia de coronavirus y otros dos que se celebraron en fin de semana, este 23 de abril de 2024 cayó en día laborable, como prefiere el sector del libro, aunque suponga la vuelta de los bocinazos en el centro de Barcelona o colas larguísimas de escolares en las calles.
La cita, para la que se prevé vender más de 1,8 millones de volúmenes y unos siete millones de rosas, también estuvo marcada por la visita de los políticos catalanes que acudieron a comprar y se dejaron ver a tres días del arranque de campaña de los comicios regionales del 12 de mayo.
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Tras unos días con libreros, editores y escritores pendientes del cielo, la lluvia ofreció una tregua para que los barceloneses se acercaran a disfrutar de la tradición de Sant Jordi.
En la capital catalana, a las 8 de la mañana ya había puestos de venta de rosas en muchas esquinas de las calles más céntricas, algunas de ellas ubicadas en una bicicleta adaptada o en un antiguo cochecito de bebés convertido en puesto ambulante.
La céntrica y popular ‘Rambla de Catalunya’ fue de nuevo uno de los lugares más frecuentados y, en este Sant Jordi de récord por el número de casetas de venta de libros y de firmas de escritores, también el Passeig de Gràcia fue epicentro de la fiesta, con riadas de personas buscando a sus escritores favoritos para que les firmasen sus libros o conseguir una foto con ellos.
Los habituales superventas afrontaron cada uno a su manera el baño de masas: Juan Goméz-Jurado de pie, haciéndose fotos mientras firmaba, o Javier Castillo dedicando ejemplares con una logística muy estudiada y dos asistentes, uno para abrir el libro por la página blanca y otro para hacer la foto recordatorio con el móvil del interesado.
El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, afincado desde años en Barcelona, define Sant Jordi como “un oasis en un desierto apocalíptico” que equiparó a la mexicana Feria del Libro de Guadalajara: “Es una ciudad con muchos déficits, faltan librerías y bibliotecas, pero durante un día sigue siendo milagroso que la gente piense en comprar libros; y en el contexto de desazón y decepción parece recuperarse la esperanza”.
Y qué mejor regalo para un lector que el propio Villalobos preparó para este martes, un microcuento numerado que entregaba a sus lectores; pero si de arte se puede hablar, el poeta Mario Obrero era el más abnegado, pues con sus acuarelas dibujaba dedicatorias a todo color.
Los grupos de escolares volvieron a las calles, tras unos años en los que habían “desaparecido” ,y los extranjeros se asombraron por lo que ocurre en el centro de la ciudad condal, con riadas humanas invadiendo las principales vías.
Uno de estos grupos, formado por Endre, Johanne, Kjartan, Else-Marie y Maria Carme, llegaron desde Bergen (Noruega), donde todos ellos trabajan en su Universidad.
Maria Carme, una catalana que lleva más de dos décadas viviendo en la ciudad escandinava, contó a EFE que llevaba años explicando a sus compañeros qué era Sant Jordi y hoy pudieron vivirlo en directo juntos.
Los cuatro noruegos quedaron “alucinados y fascinados, sobre todo, por las colas que tienen algunos escritores”, según la española.
En un momento de despiste, Endre y Kjartan aprovecharon para escapar a un puesto de rosas y adquirir tres flores, con la consiguiente emoción de sus compañeras de viaje.
Con las flores en la mano, bajarán a comer a la playa y, por la tarde, volverán al Passeig de Gràcia y desde algún mirador podrán contemplar de nuevo las miles de personas con libros y rosas de la fiesta de Sant Jordi.
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