Las autoridades de la Reserva Federal (Fed) enfrentan una prueba a su capacidad de ignorar la alta inflación y ahora navegan entre sus propias sensaciones de paciencia y riesgo, en medio de una economía estadounidense contenida por problemas en las cadenas de suministro, una lenta contratación y la fuerte demanda de los consumidores.
La combinación de los cuellos de botella de la oferta y el aumento de los ingresos de los hogares, impulsado por las ayudas gubernamentales relacionadas con la pandemia, hizo que el índice de precios de los gastos de consumo personal, una medida clave de la inflación, alcanzara en agosto su nivel más alto en 30 años en términos interanuales.
Los responsables de la política económica siguen esperando que el ritmo de aumento de los precios se reduzca sin que la Fed impulse el proceso subiendo las tasas de interés antes y más de lo previsto.
Sin embargo, ese juicio depende ahora de una carrera.
¿Desaparecerán las interrupciones, como el embotellamiento de 100 barcos en el complejo portuario de Los Ángeles-Long Beach, en California, antes de que los hogares se queden sin un exceso de ahorros estimado en US$ 2 billones acumulados durante la pandemia? ¿Ocurrirá eso antes de que las recientes subidas de precios se manifiesten en las expectativas públicas sobre la futura inflación?
Esto último puede estar ya comenzando. Un índice de expectativas de inflación de la Fed, seguido por funcionarios de alto rango del banco central estadounidense, ha subido durante cinco trimestres consecutivos, algo sin precedentes.
Con un 2.06%, está por encima del objetivo del 2% de la Fed, y es probable que aumente. Las expectativas de los consumidores también han crecido. El Conference Board informó el martes de que su encuesta sobre las expectativas de inflación de los consumidores a un año para octubre alcanzó 7%, la cifra más alta desde julio del 2008.
Los mercados de bonos, que también anticipan una mayor inflación, están valorando un inicio más temprano y un ritmo más agresivo de las subidas de las tasas de interés de la Fed.
“Al principio, era fácil tener paciencia. El dilema fundamental al que nos enfrentamos es el siguiente: La demanda, aumentada por un estímulo fiscal sin precedentes, ha superado a una oferta que sufre interrupciones temporales”, dijo la semana pasada el gobernador de la Fed, Randal Quarles.
Sin embargo, la “capacidad fundamental” de la economía sigue intacta, y los funcionarios de la Fed quieren mantener las tasas de interés bajas el mayor tiempo posible para dejar que aumente el empleo.
“Restringir la demanda ahora, para ponerla en consonancia con una oferta transitoriamente interrumpida, sería prematuro”, señaló Quarles, pero “mi atención empieza a centrarse más plenamente en si la inflación empieza a descender”.
“Tensión” en el aire
La Fed celebra una reunión de política monetaria la próxima semana y se espera que anuncie sus planes de retirar gradualmente sus US$ 120,000 millones en compras mensuales de activos para mediados del 2022.
De aquí al próximo verano, la trayectoria de la inflación, las expectativas de inflación y el crecimiento del empleo determinarán si el banco central acelera la fecha para elevar su tipo de interés objetivo desde el actual nivel cercano a cero.
Hace un año, antes de la llegada de las vacunas COVID-19 y al comienzo de una devastadora ola de infecciones, la perspectiva de un aumento de los costos del crédito parecía lejana. Sólo cuatro responsables de la política monetaria de la Fed preveían la necesidad de subir las tasas antes del 2024.
Ahora, la mitad de las 18 autoridades prevén una subida en el 2022, una medida que se produciría cuando la administración de Joe Biden está financiando nuevos gastos y probablemente antes de que el empleo haya vuelto a los niveles anteriores a la pandemia. Esto podría complicar los esfuerzos de los demócratas por mantener el control del Congreso en las elecciones del 8 de noviembre del 2022.
El presidente de la Fed, Jerome Powell, ha señalado la emergente “tensión” entre los objetivos de empleo e inflación del banco central.
Cuando se le preguntó en abril sobre cuándo le preocuparía que la expectativa de inflación “transitoria” del banco central pudiera ser errónea, el vicepresidente de la Fed, Richard Clarida, citó “el final del año”. El gobernador de la Fed, Chris Waller, fijó la semana pasada el mismo plazo.
“Parece que estamos en un punto de inflexión y la cuestión es si algunos de los viejos problemas vuelven a perseguirnos”, indicó Peter Ireland, profesor de economía del Boston College.
Es una opción que los funcionarios de la Fed esperaban eludir con un nuevo marco de política construido para captar las ganancias de empleo que creen que se perdieron en los ciclos económicos anteriores cuando las tasas de interés se subieron demasiado pronto.
Ese marco depende de que la inflación, los mercados de trabajo y otras partes de la economía se comporten como antes. Al menos por ahora, la pandemia ha puesto en duda esta premisa.
No son sólo cosas como la escasez mundial de chips para computadores, las limitaciones de capacidad en la construcción de almacenes u otros problemas de suministro los que han puesto a prueba la narrativa de la inflación “transitoria” de la Reserva Federal. El comportamiento de los hogares y las acciones de los funcionarios electos también nublan el horizonte.