En algún momento del mes pasado, empezaron a aparecer cuerpos en las calles de Guayaquil. Algunos de los muertos eran abandonados en los botaderos.
Otros habían sido agrupados en plásticos y abandonados sobre las aceras de esta costera ciudad ecuatoriana; el cordón de plástico amarillo y negro sugería una escena de crimen sin resolver.
Mientras la mayor parte de América Latina se prepara para lo peor de la pandemia de coronavirus, Ecuador ya está abrumado. El país andino de 17.5 millones de habitantes es, en proporción, el más afligido de Sudamérica: solo Brasil tiene un conteo de muertos mayor, con tres veces el número de fatalidades para una población 12 veces más grande (ahora bien, como informa Bloomberg News, el continente está peligrosamente atrasado en las pruebas para el virus entre la población).
En Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador, con el 70% de los afectados en el país, los ataúdes escasean, las familias esperan días a que las funerarias recojan sus muertos y las morgues están rebasadas, lo que obliga a las autoridades a almacenar los cadáveres en refrigeradores industriales.
Esta no es solamente una tragedia de salud humana. A medida que la Covid-19 reclama vidas, también amenaza una economía que ya está fallando.
Mientras los mercados emergentes de todo el mundo están en problemas, Ecuador llega a la pandemia con algunas comorbilidades serias: una elevada deuda externa, una caída de los precios del petróleo, una profundización de la pobreza y un fratricidio político. La única pregunta es quién está en un estado más crítico: la salud pública o la economía.
El colapso de los precios del petróleo ha arrebatado a Ecuador las ganancias por su principal producto básico, incluso mientras la deuda pública aumenta a casi 52% del producto interno bruto, muy por encima del estipulado máximo nacional de 40%. Un saldo en rojo como ese podría ser difícil de manejar para muchos países.
Para el dolarizado Ecuador, el aumento de la moneda hace que sus principales exportaciones no petroleras sean aún menos competitivas y obliga al país a acumular aún más deuda, incumplir sus préstamos o recortar el gasto justo cuando lucha contra la pandemia.
Los aprietos de Ecuador son en parte producto de su respuesta a emergencias previas. Una de las razones por las que Ecuador ha sido presa fácil del coronavirus es su diáspora. Impulsados por la inestabilidad política y una crisis bancaria a finales de la década de 1990 y principios de la del 2000, hasta un millón de ecuatorianos han emigrado.
Más de 400,000 estás asentados en España, lo que los convierte en la mayor comunidad de expatriados latinoamericanos allí, mientras que otros 100,000 se han mudado a Italia. Justo cuando estos ecuatorianos globales alimentaban su economía nativa con remesas, quienes regresaban y los viajeros frecuentes han ayudado a propagar el contagio en casa.
Según informes, el paciente cero de Ecuador fue un adulto mayor ecuatoriano que regresó a Guayaquil en febrero y puede haber infectado a hasta 180 pacientes. Para cuando se impuso la cuarentena nacional en marzo, el virus ya estaba suelto.
La dolarización es otra espada de doble filo. Los precios desbocados y una crisis bancaria obligaron a Ecuador a cambiar su devaluada moneda nacional por el dólar a principios de la década del 2000.
La dolarización estabilizó la economía y protegió a los ecuatorianos de la agitación política que rutinariamente atacaba a las economías vecinas. Sin embargo, el dólar más fuerte no solo quita competitividad a las exportaciones de Ecuador, sino que ata las manos del país durante las crisis. Dado que el banco central no puede imprimir dólares, el gobierno no puede monetizar su elevado déficit público.
Con la caída de los precios del petróleo (el crudo representa 29% de sus exportaciones), las necesidades netas de financiación de Ecuador para este año se dirigen a un “inmanejable” US$ 8,100 millones este año, según Oxford Economics. A menos que los prestamistas multilaterales vengan al rescate, el gobierno tendrá que aumentar los impuestos o reforzar la austeridad, una estrategia que casi derroca al presidente Lenín Moreno el año pasado.
Mientras que algunos líderes latinoamericanos han hecho frente al brote y han visto sus índices de aprobación subir, Moreno ha tenido dificultades. Alguna vez conocido como un reformador, su credibilidad está en pedazos por la obstrucción partidista, agravada por su torpeza bien intencionada.
Las protestas nacionales a finales de octubre pasado lo obligaron a echar para atrás las medidas fiscales, incluido un recorte en los subsidios a los combustibles recomendado por el Fondo Monetario Internacional, cuya generosidad su gobierno necesita hoy más que nunca. Es probable que la economía se contraiga 6% este año, asegura Norman McKay de Economist Intelligence Unit.
Ahora se enfrenta a la peor crisis en la memoria del país con una aprobación inferior a 20% (en comparación con el 77% cuando llegó al cargo en el 2017), una deuda soberana con calificación de basura y poca potencia fiscal.
“Moreno ya estaba aislado y tenía poco apoyo nacional y poco efectivo para comprar apoyo político”, me dijo Andrés Mejía Acosta, profesor de economía política en Kings College London. Un gobierno central débil es carne de cañón para que los oportunistas usen la pandemia como arma de política. “Probablemente veremos aumentar los problemas políticos de Moreno, ya que su gobierno no tiene apoyo nacional".
Un fondo de emergencia en obra ofrecerá un módico alivio a algunas de las familias más vulnerables. Sin embargo, ante las dificultades fiscales, Ecuador revisó su registro de receptores de transferencias de efectivo en el 2014 y restringió la elegibilidad prácticamente a aquellos en extrema pobreza (con lo que eliminó a 600,000 receptores) y dejó por fuera a muchos más beneficiarios potenciales que ahora están en peligro.
“Si usted hace parte de la población en riesgo, pero no alcanzó a entrar en el registro oficial, es invisible para el estado”, dice Mejía Acosta.
Para aquellos atrapados en la enorme economía en la sombra ecuatoriana y que viven de la venta de sus productos y servicios día a día, el aislamiento es una penuria. El estado no tiene planes para ellos, ni refrigeradores para sus cada vez más cadáveres.