Por Daniel Moss
Mientras los bancos centrales más poderosos del mundo se reúnen esta semana, algo es evidente: están en modo de supervivencia. Poco importa para la política económica más allá de capear esta pandemia de Covid-19.
El riesgo es que formuladores de política se comprometen con una serie de medidas sin tener una estrategia de salida.
Esto no podría ser más evidente que en Japón. El lunes, el banco central introdujo una serie de políticas contra la crisis: olvidar los límites a las compras de bonos del gobierno, duplicar el objetivo de compra de deuda corporativa y papeles comerciales y suavizar la meta de inflación de 2%.
Esta última política da fin al objetivo que define la carrera profesional del gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, cuya expansión masiva de flexibilización cuantitativa desde 2013 se ha enmarcado en torno a esta meta. Los fuertes recortes en las previsiones de crecimiento y los precios al consumidor ahora hacen que el 2% parezca inalcanzable antes del final de su segundo mandato de cinco años en 2023.
Pionero mundial de las tasas de interés cero y la flexibilización cuantitativa, el Banco de Japón parece centrado en simplemente mantener las funciones básicas de la economía y el sistema financiero.
La Reserva Federal y el Banco Central Europeo están en una posición similar. Para cada organismo pasarán años antes de que puedan considerar deshacerse de la gran cantidad de programas estimulantes que se están introduciendo, y mucho menos preocuparse por la inflación y las alzas de tasas.
Es sencillo divisar dinero ultrafácil y que la variedad de herramientas de la Fed sobrevivirán al mandato del presidente Jerome Powell, que termina a principios del 2022. Si bien el crecimiento se recuperará de una enorme contracción en el segundo trimestre, todavía estaremos muy lejos de los niveles de un cuarto trimestre.
Vale la pena recordar que la Fed no aumentó las tasas después de la Gran Recesión sino hasta 2015, seis años después de que la economía comenzara a crecer nuevamente. Es poco probable que lo haga antes de 2023, dicen los economistas Roberto Perli y Benson Durham de Cornerstone Macro.
Solo porque Christine Lagarde está al comienzo de su mandato de ocho años como presidenta del Banco Central Europeo es que existe la posibilidad de que vea mayores costos de endeudamiento.
Los cínicos han desestimado la promesa del Banco de Japón de comprar tantos bonos soberanos como sea necesario para mantener los rendimientos a 10 años cerca de cero. Después de todo, el banco central estaba muy lejos de gastar el techo anterior de 80 billones de yenes (US$ 745,600 millones).
La implacable presión a la baja sobre los rendimientos de bonos a nivel mundial hizo la mayor parte de la tarea de Kuroda. Sin embargo, centrarse en esta nueva medida corre el riesgo de pasar por alto el énfasis que hizo en el trabajo conjunto de la política fiscal y monetaria. Tokio ha presentado un paquete equivalente a 20% del producto bruto interno, que debe ser financiado.
Si bien el Banco de Japón dice que no monetizará la deuda de la nación, recoger los bonos de los inversionistas justo después de que el gobierno los descargó es bastante parecido, particularmente si ya no hay límites a las compras del banco central. Los vecinos asiáticos tienen pocos reparos al respecto.
Mientras funcionarios de todo el mundo sopesan qué tan rápido reabrirán partes de la economía, el daño de los esfuerzos de contención persistirá. El proceso de recuperación de la crisis financiera mundial es consistentemente más débil de lo que pensaban los bancos centrales. En la era previa a la pandemia, era muy difícil para Kuroda insinuar un retroceso de las medidas de apoyo sin que hubiera turbulencia en los mercados.
Ahora que el Banco de Japón se está adentrando más en el tejido de la vida económica japonesa, esa tarea se volverá más difícil. Puede que el propio Kuroda no tenga que preocuparse mucho al respecto, pero no hereda a su sucesor una gran hoja de ruta.