El 2013, la inversionista de riesgo Aileen Lee acuñó el término “unicornio” para referirse a lo que entonces era una especie rara y mítica: startups que no listaban en bolsa y estaban valorizadas en US$ 1,000 millones o más. Ahora se han vuelto bastante comunes. Los consumidores podrán beneficiarse de una variedad de novedosos productos y servicios, muchos baratos, pero los inversionistas que apuesten en esta carrera deben proceder con cautela.
En el mundo, la tropilla de unicornios se multiplica tan rápido que parece una conejera. Su número ha pasado de una docena hace ocho años a más de 750, con un valor total de US$ 2.4 millones de millones. En el primer semestre de este año, startups tecnológicas levantaron cerca de US$ 300,000 millones, casi tanto como en todo el 2020. Respecto del mismo periodo del año pasado, la cantidad de rondas de financiación superiores a US$ 100 millones se triplicó, hasta 390.
Las nuevas ya no se dedican a conectar servicios con consumidores, como Uber, sino que ofrecen o están desarrollando productos sofisticados para nichos de mercado. Alrededor del 25% del financiamiento en el segundo trimestre fue para firmas financiero-tecnológicas y mucho también fluyó hacia inteligencia artificial, salud digital y ciberseguridad. Y se están volviendo más globales. Aunque las chinas y estadounidenses siguen captando mayor inversión, la participación del resto pasó de 25% el 2016 a 40% el trimestre pasado.
El torrente de dinero puede explicarse por dos factores. El primero es una ola de desinversión de capitalistas de riesgo primigenios, cuyas acciones son adquiridas a precios elevados por inversionistas ansiosos por ser parte de la digitalización generada por la pandemia. Lo obtenido está fluyendo a nuevos fondos de riesgo, que en lo que va del año han levantado US$ 74,000 millones, cerca del récord registrado el 2020 (US$ 81,000 millones).
El segundo factor es una mayor competencia entre inversionistas. Fondos de pensiones, fondos soberanos y family offices, están incursionando en un sector que solía estar dominado por firmas de capital de riesgo. En el trimestre pasado, en Estados Unidos, inversionistas “no tradicionales” participaron en cerca de 1,800 transacciones que levantaron US$ 57,000 millones. Quizás muchos se sintieron animados por el éxito de incursiones precedentes realizadas por actores ajenos al sector.
Pero esta racha ganadora podría terminar en llanto. Ya ocurrió hace dos años, cuando firmas altamente valorizadas pero con modelos de negocio débiles no tuvieron los resultados esperados tras su oferta pública inicial (OPI) –caso de Uber y Lyft– o nunca salieron a bolsa –como WeWork, cuya flotación fue cancelada–. Muchas unicornios recientemente listadas continúan registrando pérdidas.
Evaluar si las restantes valen lo que dice su valorización se ve más difícil que nunca. Al igual que sus antecesoras, no divulgan sus resultados financieros. Y extrapolar es de poca ayuda porque a diferencia de las previas, que buscaban crecer a cualquier costo (en mercados donde el líder ganaba casi todo), las actuales suelen optar por obtener buenos márgenes vía la venta de tecnología genuinamente singular.
Esta podría ser una estrategia más sostenible –si la tecnología llega a funcionar–, pero es más complicado de evaluar para los no expertos, en especial porque con frecuencia se trata de poco más que prototipos. Dos empresas de vehículos eléctricos, Nikola y Lordstown, que salieron a bolsa el 2020, están siendo investigadas en Estados Unidos por presuntamente haber exagerado la viabilidad de su tecnología.
Otro riesgo es político. Autoridades en todo el mundo están más recelosas de dejar que las tecnológicas crezcan demasiado o ingresen a mercados regulados como finanzas o salud. Como parte de una amplia ofensiva contra las grandes tecnológicas, el Gobierno chino prohibió la venta de la app de Didi, supuestamente por el uso indebido de data de usuarios, días después de su OPI en Nueva York por US$ 68,000 millones. Tales movidas han enfriado el apetito por financiar startups chinas, el cual ha decrecido en los últimos dos trimestres.
En Estados Unidos, la Comisión de Valores y Bolsa (SEC) está comenzando a escrutar el uso de criptomonedas. Muchas plataformas de negociación aceleraron el pulso de inversionistas con la fiebre del bitcoin el año pasado, pero ahora, la capitalización de mercado de coinbase, una de las grandes, se ha reducido a la mitad (US$ 56,000 millones) desde el pico que alcanzó tras su OPI, en abril.
Por tanto, los inversionistas deben actuar con cautela. Para los demás, las unicornios son una bendición. Dado que la inversión de riesgo involucra principalmente capital y poca deuda, hasta fiascos como WeWork o casos como Didi suponen poco riesgo para el sistema financiero. Mientras se siga financiando startups que pierden plata pero ofrecen servicios subsidiados o desarrollan ingeniosos productos, los consumidores no tendrán motivo para mirarle el diente al astado caballo regalado.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021